Capítulo Catorce

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No me detuve, ni cuando me llevé puesto al recepcionista, ni cuando casi me atropella un auto cruzando la calle, cuyo conductor me gritó algo en francés que preferí no entender.

Unas cuadras después, me encontraba frente a la Ópera. Una multitud de reporteros se encontraban allí también, intentando entrar. Me abrí paso entre ellos, ganándome varias miradas molestas.

El hombre en la puerta me cortó el paso.

—No puede entrar en este momento—me advirtió, y yo me enojé.

—¡De verdad necesito pasar! No soy periodista.

—Todos dicen eso—masculló, y yo sentí que me mano actuaba por si sola cuando golpeé con fuerza al guardia en la nariz, quien sorprendido, descuidó su posición.

—¡Lo lamento!—grité, corriendo dentro del edificio.

Ahora, ¿por dónde empezar a buscar? Recorrí los principales pasillos del lugar, sorprendentemente vacíos. Luego llegué a un área donde había varios guardias, y contuve el aliento.

—Señor, cálmese, por favor—una policía intentaba razonar con Erik, quién apuntaba un arma en su dirección.

¡Erik!

Erik, Erik, Erik, Erik.

La vieja pistola que me había prestado estaba en su mano. Mi corazón saltó de alegría al verle, pero ahora teníamos problemas mayores. La amenaza en sus ojos era evidente, y cuando Erik se sentía amenazado, era mejor no jugar con él.

—Le aconsejo, madeimoselle, que retroceda—su voz denotaba autoridad, y puso a todos los guardias alertas—. No quiero verme obligado a...

Sus palabras se cortaron cuando me vio, y soltó el arma, sorprendido.

—Emilly—dijo, y yo corrí hacia él, envolviendo mis brazos a su alrededor. Él me tomó con fuerza, enterrando su cabeza en mi hombro. Sentí cómo su corazón latía con rapidez.

—Pensé que todo había sido mentira—susurré, entre lágrimas.

Cuando me separé de él, vi que hacía una mueca de dolor, y bajé los ojos hasta su ropa, que estaba manchada de sangre. La parte visible de su rostro también tenía uno que otro corte.

—¿Qué te pasó?—pregunté, horrorizada.

—Digamos que tardé un poco más en conseguirlo—confesó con una sonrisa forzada.

—¿Y entonces cómo...?

—Nadir. Y Christine.

¿Christine? Bien, tal vez la había juzgado mal. Nunca más volvería a insultarla mientras veía la película.

Alguien carraspeó a mis espaldas y Erik se tensó, sus ojos volviéndose peligros otra vez.

—Necesito que nos lleven a la enfermería cuanto antes, por favor—pedí.

—¿Conoce a este sujeto, señorita?—preguntó uno de los policías.

—Sí, pero necesita ver a un médico. Ahora—repuse, con firmeza.

Comencé a tener miedo cuando el hombre dudó. ¿No podían arrestarnos, o sí? No había sucedido nada malo. Pero era consciente de su mano sobre el walkie-talkie de su cinturón, listo para pedir refuerzos.

—Yo los llevaré—dijo la misma policía quién había hablado con Erik al principio, y que se había agachado a levantar el arma y la miraba con el ceño fruncido—. No creo que sean un problema mayor en este momento. John, habla con el director para que controle a la prensa, por favor. Esos periodistas son un dolor de cabeza. Síganme—nos indicó.

Bajo la ÓperaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora