Erik volvió horas después de que Nadir se hubiese ido, encontrándome en un estado de nerviosismo digno de ver. Prácticamente eran las nueve de la noche, y yo ya me encontraba lista para irnos. Me había puesto el vestido y recogido el pelo, y sólo por esta vez no me había puesto zapatillas.
—¿Dónde estabas?¡Pensé que te había sucedido algo! ¿Cómo se te ocurre volver a esta hora?
—Tranquila—dijo suavemente, depositando un paquete sobre la mesa. Vi cómo sus ojos me estudiaban.
¿Acaso nunca había visto una mujer a punto de perder la cabeza de los nervios?
—No me relajes—le advertí—. No te atrevas a hacerlo.
Él se excusó para ir a cambiarse, y yo me permití relajarme un poco. Nada iba a suceder esta noche. Lo tenía todo controlado. Nadir tampoco permitiría que ocurriera nada.
Erik salió de su habitación, ya vestido para el baile de máscaras, con un atuendo rojo muy parecido al de la película de dos mil cuatro. Gracias a Dios, ya que el del musical llamaba demasiado la atención.
—¿La Muerte Roja?—pregunté, intentando lucir sorprendida.
—No sabía que te gustara Poe—dijo, claramente satisfecho.
—Me encanta Poe.
Desenvolvió el paquete que había dejado en la mesa y me tendió un antifaz plateado, que hacía juego con mi vestido.
—Gracias—dije, tomándola—. Me había olvidado que era un baile de máscaras.
—Te traje otra cosa—comentó, sacando algo de su bolsillo, y yo lo miré, atónita.
Era imposible.
No había manera de que hubiese podido encontrarla tan rápido. Tomé, escéptica, la cruz de plata. Era mi cruz, pero a la vez no lo era. Parecía más... nueva. Más brillante. El pequeño grabado que tenía, que nunca había podido distinguir del todo, era claramente una firma, tal vez del fabricante.
—¿Cómo...?—logré articular.
—¿Recuerdas una vez que mencionaste que tu cruz era de mediados del siglo XIX? Bien, estamos en el siglo XIX, por lo que tendrían que existir dos cruces en este momento. Reconocí la firma grabada, y resulta que el taller de ese hombre no queda muy lejos de aquí—explicó.
—Entonces... la cruz que me regaló mi abuela, ¿es la que yo le di a esa mujer?
—Así es—confirmó, con una sonrisa—. Todavía no entiendo bien eso el tiempo, pero supongo qué...
—¡Muchas gracias!—exclamé, abrazándolo con fuerza. Me coloqué otra vez la cadena, contenta de volver a sentir su peso en mi cuello.
—No me agradezcas—dijo, luciendo algo incómodo—. ¿Nos vamos?—preguntó, ofreciéndome su brazo.
Sonreí, aceptándolo. No; no había nada que pudiera arruinar esta noche.
Debía admitir, esto era impresionante.
La Ópera Garnier se había vestido de fiesta para la ocasión. Todo el lugar resplandecía gracias a las cientos de velas y lámparas ubicadas estratégicamente, y miles de adornos dorados colgaban de todas partes. Eso, sumado a la música, hacía que el lugar estuviera envuelto en una atmósfera que parecía mágica.
La gran cantidad de gente, en sus mejores galas, nos permitió a Erik y a mí perdernos fácilmente entre ella, sin que nadie nos mirara dos veces. Bien, las máscaras también ayudaban.
ESTÁS LEYENDO
Bajo la Ópera
FanficCon venticuatro años y casi a punto de obtener su título, Emilly decide pasar sus vacaciones con su familia en la ciudad de Paris. Mientras que el esplendor de la ciudad tiene caudivados a todos, a Emilly sólo le interesa una cosa: la Ópera Garnier...