No es éste por supuesto el primer caso de lo que parece una profecía anunciada. Las novelas de Julio Verne, o hasta los comic de Tintín, muestran artefactos que luego se harían realidad, pero existían mucho tiempo antes en proyecto. La novela de Robertson no sólo demuestra que estaba muy bien informado sobre temas navales, sino que saca unas conclusiones sobre la vida que muchos de los contemporáneos del Titanic entendieron claramente, después de pensar que ′Dios no podía hundir este barco′.
Cuando la esposa de Albert Caldwell contemplaba cómo el personal de cubierta cargaba con el equipaje el 10 de abril de 1912 en Southampton, preguntó a uno de los mozos: ′¿Es verdad que este barco no se puede hundir?′. El chico le contestó: ′Así es, señora, ¡ni Dios mismo podría hundir este barco!′. Los pasajeros de este trasatlántico que iniciaba así su primer viaje a Nueva York, no podían ni imaginar lo que ocurriría cuatro días después, veinte minutos antes de la madrugada...
Uno de los seis vigías que contemplaba la tranquila noche, Frederick Fleet, dice que no recuerda un mar tan calmado y un cielo tan despejado como el de ese domingo. Hacía mucho frío, pero no se veía luna, ni había nubes que ocultaran el cielo estrellado. El Atlántico parecía un mar de cristal, cuando Fleet vio de repente algo oscuro enfrente suyo, más negro que la propia noche. Al principio era pequeño, pero cada segundo crecía más y más. Rápidamente el vigía hizo sonar una campana tres veces, advirtiendo del peligro, mientras levantaba el teléfono para llamar al puesto de mando.