Basado en la historia bíblica del sueño de Jacob (Génesis 28:10-22), llegó a ser especialmente popular en las iglesias protestantes, aunque fue escrito por una unitaria en un periodo de crisis. Sarah Flower Adams había tenido una educación ortodoxa, pero luchaba con dudas de fe, cuando escribió este himno en 1841, con música de su hermana Ella. Debido a ese trasfondo no trinitario, no fue incluido en el himnario bautista y metodista, pero sí que estaba en el metodista independiente de Hartley -de donde viene el error de Lord, que se inclina, según el testimonio de algunos supervivientes, por el episcopal Otoño, conocido también por su primera línea, Dios de misericordia y compasión-.
Lo cierto es que el hecho de que sonara un himno, mientras se hundía el Titanic, se ha convertido en una expresión de futilidad en lengua inglesa. Es la imagen del extraño espectáculo de músicos cayendo e instrumentos volando por el aire, mientras las luces parpadean, hasta apagarse definitivamente. Sólo una lámpara de keroseno destellaba en el mástil más alto, mientras el barco se hundía...
Este cuadro, lejos de hablarnos de la ausencia de Dios, nos muestra la realidad de Aquel que está al control de todas las cosas. Es cierto que estamos en un barco, que muchos piensan que ni Dios mismo podría hundir. La vida nos enseña todo lo contrario. No tenemos en este mundo otra seguridad que la que Dios nos da. Él tiene la última palabra, y el control sobre nuestras vidas. Por eso podemos cantar:
¡Más cerca, oh Dios de Ti, más cerca, sí!
Aunque una dura cruz me oprima a mí.
Será mi canto aquí: ¡Más cerca, oh Dios, de Ti,
más cerca, sí!