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Era difícil o lo aparentaba bien.
Te susurrabas tonterías tan alto que te sangraban los tímpanos de repetírtelo, una vez sí, y otra también.
Constantemente te ahogabas o te ahogaban.
Eran tus monstruos aquellos que te hablaban por las noches, conversandote hasta que te dormías y te comían mientras soñabas; Tu frío por las noches y los escalofríos detrás de las sábanas.
No los invitaste; se colaron o tú dejaste que lo hiciesen.
En otro momento; fueron educados y llamaban a tu puerta, aunque insistentes, mirabas por la mirilla y, de un suspiro, cerrabas.
Sabías y aprendiste porque de tantas veces que los viste, para ya más tarde los conocerías.
Pasaron tiempos de hambruna y sequía por tu techado. Tu cobijo en la templanza después y al lado de la chimenea. Pero esa vez cediste y el candado prendió fuego.(...)
