Somos seres cubiertos de carne, hechos de músculos, huesos y órganos, pero ¿realmente nos limitamos a cómo lucimos?
Todo lo que físicamente nos forma es sencillamente el envase de algo aún más grande y bello: el alma... ¿Quién no ha intentado dar ya una explicación de qué es el alma? Vaya, es una de las temáticas más recurrentes en los libros de filosofía, parte de los tormentos de los pensadores e incluso científicos.
El alma, como tal, lo es todo, es nuestra esencia, lo que somos en toda la extensión de la razón, en ella estamos y encontramos dentro de ella quiénes somos; estamos en un contacto constante con nuestra alma, cuando nos invade un sentimiento, cuando pensamos en algo, cuando expresamos nuestras dichas y agonías, cuando escribimos, en cada cosa que hacemos.
No podría generalizar acerca de qué características posee el alma pues debería detenerme a analizar a cada una de los millones de personas que hay en el mundo y moriría antes de lograr realizarlo; cada alma es distinta, algunas más severas, otras menos radiantes, unas cuantas inocentes y otras tantas dañadas. Y sin embargo, todas son lo mismo, la naturaleza de cada humano, su carácter y lo que lo ancla a este mundo.
Al ser humanos, siempre tan imperfectos, continuamente perdemos la noción de lo que es verdaderamente valioso y hermoso por naturaleza y por desgracia alabamos al cuerpo, a lo físico y visual, más que a lo que hay dentro de la persona, algo más real y mítico.
El cuerpo, toda esa extensión de piel que nos cubre, es sólo eso; un cuerpo, un recipiente que se dañará con el tiempo y cambiará constantemente hasta que por fin el alma decida dejarlo. El alma nunca cambia a pesar del daño que reciba de otras ajenas, ni con el paso del tiempo, y jamás muere ni se va, de una u otra forma siempre se impregna en quienes la hayan rodeado.
Uno de los errores más constantes es darle mayor importancia a lo físico que a lo sentimental y mental, debe existir un equilibrio y coexistencia entre ambos aspectos, pues ¿de qué sirve una cara o un cuerpo que está más vacío que el abismo mismo? Absolutamente de nada. Y tan de nada sirve que de un rostro se olvida con los años, y de un cuerpo lo mismo.
Pero de una mente que sabe pensar y defender, de una corazón que sabe sentir, de– simple y sencillamente– un alma– que como todas deja marca– no te libras ni aunque cierres los ojos, el tiempo pase, y mueras. Las almas son inmortales.