1 BAJO UNA LUNA CELTA

184 6 1
                                    

BAJO UNA LUNA CELTA.

El cautiverio Bajo una luna celta las sombras de los árboles se alargan hacia el valle. Herida y anhelante, rodeada de bosques en penumbra,espero su regreso. Sé que él no volverá. La luna produce claros en la espesura, atravesando las ramas de los robles renegridos. Huele a sangre y madera quemada. El lugar de mi niñez, ahora en ruinas, es un mundo de fantasmas donde la vida se ha esfumado. Tengo miedo y mis sentidos se embotan, pero el viento fresco y húmedo de la madrugada me devuelve a la realidad. Aún hay llamas en el antiguo castro, ya no hay gritos. Ayer los había. Las gentes que lo habitaban gritaban de odio, de miedo y de dolor. Maldecían a Lubbo. Las construcciones de piedra semicirculares, elípticas,cuadrangulares, han sido incendiadas y todavía arden,otras son como yesca de piedra roja. Sólo yo, escondida,custodiando la copa de Enol, me mantengo viva.

Dirijo mis pasos hacia la cañada del arroyo, camino cada vez más deprisa hacia donde el agua viva surge multi secularde la roca y forma un remanso. A lo lejos escuch ocascos de caballos, ruidos de armaduras. Ellos posiblemente estarán al otro lado de la colina y siento miedo, al llegara la cumbre quizá puedan divisar mis vestiduras blancas,bajo la luna llena de invierno. Si eso ocurre todo habrá acabado.En lo lejano aúlla un lobo

Emprendo una carrera atropellada hacia el vado que cubren los robles aún incandescentes, hacia donde la piedra se abrirá salvadora. Las ramas de los árboles ocultan en parte mi figura, me agacho. Una mata de acebo, todavía verde, tiende sus ramas hacia el remanso del río. Me escondo tras ella.

En lo alto de la colina, los guerreros detienen su marcha y olisquean el viento. La luna, llena, alta en el cielo, ilumina con fuerza el valle.

Escondida en el suelo tras el acebo, contengo el aliento y me deslizo hacia la roca plana bajo la cascada, allí guardaré la copa. Es posible que al moverme, desde lo alto de la colina,los guerreros cuados me descubran, pero nada importa ya. Elagua helada hiere mis manos, mis brazos níveos, mi blanca ropa. Tras ejecutar lo que Enol me indicó, me muevo con gran esfuerzo la enorme roca e introduzco la copa, cerrando con dificultad la losa. Suspiro ante el esfuerzo, y tiemblo por la humedad fría que me atraviesa las ropas. Tras de mí, cae el agua, su ruido cubre mi respiración jadeante. Lentamente,encorvada, me retiro del manantial. Al fondo del estanque,en el agua ya mansa, la luna destella en mi pelo, trigo dorado,y lo transforma en plata. Ahora la cara que manifiesta el agua está herida, con restos de sangre y arañazos, y me es extraña.Cierro los ojos y escucho solamente el borboteo del agua viva cayendo. Un ruido y al abrir los ojos, en el remanso se refleja la luz de la luna rebotando en la armadura de un guerrero.Tras de mí oigo un grito bronco y triunfal y noto el dolor de un guante de hierro que coge mi cintura y me eleva hacia el cielo, por un segundo diviso la luna brillando en el agua,un golpe seco en el cráneo y todo cesa para mí.El dolor y el frío me despiertan, soy un fardo cargado en una carreta, la sangre brota de mis manos atadas. Escucho las voces extrañas de un idioma desconocido. En el carro, sacos de bellotas y centeno; el centeno robado del poblado de Arán, de mi casa y de mis gentes.

- 14 -

Al ir recuperando la conciencia, la congoja regresa a mi ser. En el cielo, la luna va descendiendo, y desde mi corazón una plegaria se eleva a la deidad de la noche. Al lado del carro cabalga un guerrero, su casco terminado en una punta que brilla por el rayo de luna, de él salen mechones pardos en la noche. Es un hombre recio y barbudo. Mira al frente,hacia los otros hombres que escoltan al carro pero, de modo repentino, al percibir que le observo, gira la cabeza hacia la dirección donde me oculto. Cierro los ojos, y escucho el estallido de un latigazo y un grito que no puedo entender. Una voz de mando detiene el látigo y de mi captor sale un grito enojado. Se oyen risotadas y aquel rumor de voces extranjeras que me aterra. Me adentro en la inconsciencia y por ella cruzan a menudo las imágenes de un pasado que no ha devolver. No tengo nada, rota por dentro y herida por fuera.Nada aguardo del futuro. Adivino el lugar adonde me conducen los que destruyeron el poblado. En sus cascos brilla plata, el último rayo de luna.

LA REINA SIN NOMBREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora