VI Lubbo

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Seguimos el curso de un río. Las aguas turbulentas por

las últimas lluvias saltan entre las rocas. La naturaleza llora

humedad. Escucho el rumor de las aves marinas y tras una

vuelta del camino se abre el mar inmenso, azul oscuro, inabarcable.

El dios de las aguas me saluda con un rugido. En

el océano, lleno de brumas, desemboca el caudal tumultuoso

de un río. La comitiva se va acercando a la costa y se detiene

en el acantilado. Los hombres se alegran cuando divisan

a lo lejos, rodeada por un despeñadero, la silueta de

Albión. La costa es rocosa, con peñascos de color azabache

que se zambullen en el mar, con playas de arena blanca que

se extienden por delante del negro acantilado; desde allí, los

pies de un inmenso gigante de piedra se sumergen en el mar.

Ante la luz que lo inunda todo, fuera del bosque umbrío,

siento que voy a entrar en trance, intuyo que ya he estado aquí,

siglos atrás, mucho antes de que Albión existiese. Comienzo a

ver la luz blanca que me traerá a Enol en una visión. Miro a lo

lejos, al mar, respiro hondo y la serenidad vuelve a mí.

Despacio, al doblar el estrecho sendero que discurre a lo

largo de la costa, la algarabía de las gaviotas y los cormoranes

nos rodea. La silueta de Albión se oculta, pero adivino

cada vez más cerca el castro, la ciudadela en el delta del río.

Seguimos nuestro camino y, más adelante, desde la altura del

acantilado comienzo a divisar algunas casas redondeadas, o

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cuadradas. En el centro, una edificación más elevada, con altos

muros de piedra. Es la antigua fortaleza de los príncipes

de Albión, ahora morada de Lubbo. Alrededor de ella, las

casas, mucho más grandes que las del castro de Arán, se distribuyen

desordenadamente. En el lado opuesto al acantilado

hay una construcción extraña, cuadrada y rodeada de un

antemuro bajo que no puedo identificar; quizá sea el templo

del que tanto se habló en Arán, días atrás, el templo que

Lubbo edificó a un dios cruel. Todo el poblado se rodea de

varios fosos llenos de agua del río. Un humo blanco sale de las

casas y el viento describe curvas irregulares con las humaredas

que salen de los hogares.

El gran castro sobre el Eo está rodeado por una fuerte

muralla, y es romboidal. En la parte oeste, la muralla está separada

por un foso natural del acantilado, una lengüeta de

mar cuando la marea está alta, y una línea de arena cuando

LA REINA SIN NOMBREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora