Franqueando los patios contiguos al gran palacio, accedimos
a las callejas del poblado, empedradas y húmedas. El
ambiente rezumaba olor a mar y a salitre. A lo lejos, escuché
el bramido de la marejada, y mis oídos se llenaron de la sonoridad
de las olas rompiendo contra la ensenada. Por encima
del estruendo del mar, se distinguía el sonido que salía de
las gargantas de miles de gaviotas sobrevolando el poblado.
Recorrí por primera vez el gran castro sobre el Eo, custodiada
por los soldados de Lubbo. La ciudad se distribuía
en barriadas construidas al azar en piedra, madera o adobe
según la clase social de sus dueños. Deambulamos cerca de
unas casas bajas de barro, donde habitaban los soldados y la
servidumbre. Las mujeres molían en el umbral, y alzaron los
ojos de su tarea, mirándome con curiosidad. Más adelante,
unos niños sorprendidos nos observaron y siguieron el paso
de los soldados, como jugando. El malestar después del trance
hacía que mis pasos vacilaran; por ello, los niños lanzaron
exclamaciones que podrían ser insultos, posiblemente me
llamaban borracha.
Finalmente llegamos a un conjunto de edificaciones con
techo de madera y planta oval, como un pequeño enjambre,
el lugar estaba rodeado de un alto muro a trozos derruido,
pero que distinguía claramente del resto del poblado y no
permitiría salir fácilmente de allí a sus ocupantes. Dentro se
- 97 -
abría un enorme patio o corral al que comunicaban unas casuchas
más pequeñas. En el centro, un pilón grande donde
caían las aguas de las lluvias, en el que las mujeres lavaban.
Nos paramos en el acceso al recinto, que después supe que
era llamado «la casa de las mujeres», y esperé que la guardia
nos diese paso. Desde la entrada vi en el patio a niños de corta
edad que jugaban en el barro y unos perros corriendo de
un lado a otro.
En el umbral de una de las construcciones de piedra una
anciana de rasgos hombrunos parecía trabajar distraídamente
limpiando guisantes. Más allá, otras mujeres molían bellotas.
Cuando llegaron los guardias, las habitantes dejaron sus ocupaciones
movidas por la curiosidad, una de ellas se levantó y se
introdujo en el interior llamando a alguien. Hablaban mi misma
lengua, la latina, deformada por el acento de los albiones.
ESTÁS LEYENDO
LA REINA SIN NOMBRE
RomanceHija de reyes, madre de reyes y un nombre olvidado en la historia,asi se describe ala protagonista de esta novela, un personaje de origen desconocido.acogida por los albiones pueblo celtico .