VII Albión

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Franqueando los patios contiguos al gran palacio, accedimos

a las callejas del poblado, empedradas y húmedas. El

ambiente rezumaba olor a mar y a salitre. A lo lejos, escuché

el bramido de la marejada, y mis oídos se llenaron de la sonoridad

de las olas rompiendo contra la ensenada. Por encima

del estruendo del mar, se distinguía el sonido que salía de

las gargantas de miles de gaviotas sobrevolando el poblado.

Recorrí por primera vez el gran castro sobre el Eo, custodiada

por los soldados de Lubbo. La ciudad se distribuía

en barriadas construidas al azar en piedra, madera o adobe

según la clase social de sus dueños. Deambulamos cerca de

unas casas bajas de barro, donde habitaban los soldados y la

servidumbre. Las mujeres molían en el umbral, y alzaron los

ojos de su tarea, mirándome con curiosidad. Más adelante,

unos niños sorprendidos nos observaron y siguieron el paso

de los soldados, como jugando. El malestar después del trance

hacía que mis pasos vacilaran; por ello, los niños lanzaron

exclamaciones que podrían ser insultos, posiblemente me

llamaban borracha.

Finalmente llegamos a un conjunto de edificaciones con

techo de madera y planta oval, como un pequeño enjambre,

el lugar estaba rodeado de un alto muro a trozos derruido,

pero que distinguía claramente del resto del poblado y no

permitiría salir fácilmente de allí a sus ocupantes. Dentro se

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abría un enorme patio o corral al que comunicaban unas casuchas

más pequeñas. En el centro, un pilón grande donde

caían las aguas de las lluvias, en el que las mujeres lavaban.

Nos paramos en el acceso al recinto, que después supe que

era llamado «la casa de las mujeres», y esperé que la guardia

nos diese paso. Desde la entrada vi en el patio a niños de corta

edad que jugaban en el barro y unos perros corriendo de

un lado a otro.

En el umbral de una de las construcciones de piedra una

anciana de rasgos hombrunos parecía trabajar distraídamente

limpiando guisantes. Más allá, otras mujeres molían bellotas.

Cuando llegaron los guardias, las habitantes dejaron sus ocupaciones

movidas por la curiosidad, una de ellas se levantó y se

introdujo en el interior llamando a alguien. Hablaban mi misma

lengua, la latina, deformada por el acento de los albiones.

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⏰ Última actualización: May 12, 2016 ⏰

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