Sé lo que va a ocurrir. A menudo veo el pasado o lo quesucede en cada momento, a veces presiento el futuro. Enolse sorprendía por ese don, en el que él mismo me inició. Eldruida me decía que explorase en mi interior. Dentro de míaparecerían ideas y sentimientos que me harían conocer a loshombres, de esa manera podría intuir lo que harían, y eso mepermitiría predecir el futuro. Adiviné que los cuados me llevabana su poblado y no iban a matarme. Querían algo demí, y supuse qué querrían. Al principio temí que me sacrificarana su dios cruel y ávido de sangre, pero ahora percibíaque me consideraban valiosa para Lubbo.
Unos días después del trance, los hombres de la cuadrillacomenzaron a olvidarlo. Habían perdido el miedo. Ese día llaméa los gusanos de la noche. En un alto del camino, cuando elsol lucía fuerte, me pude sentar en el suelo. Unos pequeñosanimales, invisibles para mis captores me rodearon, los introdujeen una faltriquera entre mis ropas. Nadie se dio cuenta.Prosiguió el camino, lento y fatigoso. Un guerrero de pelorojizo intentó tocarme, el capitán me defendió. Yo tenía miedo,en la noche nadie me salvaría. La luz se fue apagando lentamenteen aquel día de otoño y, al fin, llegó la noche. Cuandoel fuego de la hoguera se volvió brasas, una luz de luciérnagassalió de mi pelo, de mis ropajes. El hombre pelirrojo quisoacercarse, pero al ver las luces pequeñas pensó que los duen-
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des del bosque me protegían y salió corriendo. Los otros hombres,desde su duermevela, miraban y callaban asustados.No conseguí conciliar el sueño. A pesar de las luces, loshombres podían volver. En el cielo, en una noche sin luna,las estrellas brillaban con luz diáfana y suave. La Vía Lácteallenaba de un polvo brillante el cielo, a lo lejos brillabaOrión, la Estrella del Norte, Andrómeda, el Carro Mayor yel Menor. Más allá Vega, Sirio y Venus elevándose sobre elhorizonte. Regresé con mi mente al pasado, al tiempo en elque Enol me explicaba los nombres de las estrellas, al tiempoen el que atendimos a un herido en el bosque.
Al caer la tarde, salía ocultamente del poblado, en unaánfora grande guardaba la comida y las vendas para curar alherido. Por el sendero que va al castro, caminaba hacia lafuente, pero antes de llegar a ella, bruscamente torcía el rumbo.Así, si alguien del poblado me observaba, no vería nadamás que una joven de las muchas que en las tardes de veranose dirigía a buscar agua al manantial. Después cruzaba elbosque de castaños que rodea el torrente, más allá de un robledal,giraba a la izquierda, alcanzaba el río y después elarroyo. Siguiendo su cauce, tras caminar un trecho llegaba ala cueva. Al principio me solía acompañar Enol, después ibasola. En los primeros días de su enfermedad el herido delirabay yo vigilaba atentamente su sueño. Después de depositaren el suelo la comida y las pócimas que Enol le habíapreparado, me sentaba a su lado mirando. Cuando él despertaba,yo huía llena de temor. Me avergonzaba de algo que nosabía qué era. Su sueño, en cambio, me enternecía, me agradabaverle dormir. Día tras día, sentada junto a él, velé susueño.
Un día, él abrió bruscamente los ojos. Desde tiempoatrás, a través de sus párpados entrecerrados, acechaba mismovimientos. Sus ojos muy oscuros, casi negros, rodeadosde pestañas sombrías y espesas sobre una piel blanca, se posaronen mí. Yo me fijé en sus rasgos recios, en los que unabarba oscura iba creciendo joven, sobre una boca pequeña,masculina e interrogadora.
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Me asusté, e intenté irme.
—No te vayas... —me dijo.
—No puedo...—¿Por qué?Con timidez pero rápidamente me levanté, y él cogió lafalda de mi túnica para evitar que huyera.
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LA REINA SIN NOMBRE
RomansaHija de reyes, madre de reyes y un nombre olvidado en la historia,asi se describe ala protagonista de esta novela, un personaje de origen desconocido.acogida por los albiones pueblo celtico .