El camino de "Las Jacarandas"

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Era una noche fría y sombría como cualquiera en las fechas invernales del continente más viejo de la historia. Aquella joven de ojos negros, con un abrigo despampanante y un peinado digno para asistir a una velada elegante, caminaba por la conocida calle de "Las Jacarandas".

El lugar, como se podrá imaginar, pintaba su sendero con las diminutas flores lavanda que caían de los altos y abundantes árboles postrados en las banquetas. Claro, en primavera, porque en invierno toda cosa que se encontrara en "Las Jacarandas" se vestía con los tonos blancos más brillantes, fascinantes y característicos de la época.

La fémina detuvo su apresurado paso al mirar a una mujer de avanzada edad sentada en la banqueta con la mano estirada en señal para recibir limosna. La chica propietaria del corazón más puro de entre todas las casaderas, no dudó ni un instante en ayudar a tan indefensa señora. Se acercó y postrada de rodillas delante de ella, introdujo la mano en su bolso para regalarle unas cuantas libras.

¿Pero cuál fue su sorpresa?

A los pocos segundos, la vieja de nariz y mentón afilados, dignos de una bruja, clavó hasta la profundidad de su pecho aquel artefacto utilizado para matar a los más avariciosos de la sangre humana.

La dama cayó muerta al instante, dejando un camino de color carmín intenso, al mismo tiempo que la anciana la llevaba prendida de una cadena de hierro que le ató al cuello y poco a poco desgarraba su yugular, dejando a su paso rastros internos de quién pudo haber sido su hija.

Nunca se supo del paradero de la moza a pesar de las tantas investigaciones que suscitaron después del siniestro. Cuentan los habitantes de dicha calle que cada año, el mismo día, hora y lugar una casadera muere en manos de una vetusta de cara afilada y nariz de bruja.

¿La causa?
Nunca se sabe.

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