Más allá de la muerte

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—Es muy tarde y no sé nada de él... Ya debería de estar aquí —pensó Lise mientras miraba al cielo a través de su ventana.

Lise Bennet, una chica soñadora, tierna, bella y de carácter dócil pasaba ratos durante las noches mirando el diamante centelleante de los enamorados. Esto se volvió más frecuente desde que conoció a José Madero, o Pepe, como todos le decían, un chico apuesto, caballeroso y misterioso. Era poco el tiempo que tenían de conocerse, pero desde la primera vez que se vieron el corazón de ambos latió con tal fuerza y emoción hasta volverse uno solo. Se amaban desde estaciones anteriores, aunque ninguno se animaba a hablar de lo que sentían. Tenían miedo de que ese idilio terminara al ser confesado, así que transitaban por la vida como buenos amigos, sufriendo por quedarse callados.

Ya había pasado una semana desde la última vez que se vieron en el árbol de jacaranda ubicado en el vergel al que frecuentaban ir. Durante esos días sólo hablaban por teléfono o platicaban vía internet. Meses atrás, Lise había tenido problemas con sus padres. Generalmente discutían y la chica en varias ocasiones salía lastimada de esas peleas. Ya no podía más. Quería irse de su casa para poder vivir, estar tranquila y respirar el aire fresco de la libertad. Pensaba que si seguía en ese lugar, jamás volvería a ser feliz. Pepe le aconsejaba que no se apartara de sus padres, estaba seguro de que la amaban a pesar de maltratarla, pero la situación empeoró más y él, como buen amigo, además del inmenso cariño que le tenía, la ayudó a conseguir un lugar nuevo para habitar.

Estuvieron en búsqueda de casas y departamentos que estuvieran al alcance de sus posibilidades, mas no encontraron ninguno. José conocía una cabaña que rentaban sus tíos en las afueras de la ciudad. Aunque, por supuesto, no podía dejarla sola en un sitio tan apartado, por lo que decidió irse a vivir con ella. En un inicio a Lise le pareció una mala idea, imaginó que sería complicado vivir con Pepe porque ya no podría ocultar su amor hacia él; inventaba cualquier excusa para decir que no, pero el chico la convenció y decidieron mudarse juntos.

Las tardes pasadas habían planeado marcharse durante al cuarto día de la semana. Él pasaría por ella a una hora en que la estrella incandescente aún no se asomara por el firmamento para que nadie se diera cuenta.

Pasó una hora y el chico no llegaba. Lise decidió llamarlo, pues pronto despertarían sus padres y sería más difícil poder salir de su casa. Sin embargo, Pepe no contestaba el celular y los minutos transcurrían con pronta velocidad. Ella decidió enviarle un mensaje: "No vengas a mi casa, mis padres se darán cuenta. Te veo en el parque de siempre".

La joven tomó sus cosas y con mucho cuidado de no hacer ruido, salió de su casa. Lloró en el camino rumbo al parque; sentía tristeza por dejar ese lugar que, a pesar de todo, le había regalado buenos instantes. Ya no había marcha atrás, debía que continuar y poder liberarse de esa situación que tanto la atormentaba.

Llegó al parque en donde ya la esperaba Pepe en su auto. En cuanto él la vio llegar, bajó rápidamente para ayudarla con sus pertenencias.

—¿Pepe qué pasó? ¿Por qué no llegaste? Te llamé y no me contestabas —se apresuró a  decir Lise al mismo tiempo que lo saludó con un beso en la mejilla.

—Lo siento, tuve algunos inconvenientes, pero, bueno —dijo aliviado—, ya todo está arreglado. ¿Estás segura de querer irte? —le preguntó mientras se acercaban al auto.

—Sí, Pepe, ya no hay más por hacer. Necesito irme y... Qué mejor que sea contigo —respondió mirándolo a los ojos.

Se observaron unos segundos, pero Pepe, apenado y nervioso, tomó las cosas y las subió a la cajuela apresuradamente.

Durante el camino no hablaron. Ella sólo miraba la carretera. Al cabo de una hora llegaron a un pueblo. Bajaron del coche y él la invitó a desayunar. Llegaron a un restaurante pequeño y acogedor, adornado con la típica decoración de un Pueblo Mágico: colores alegres, muebles rústicos y vajillas de talavera poblana. Los comensales los recibieron con una sonrisa. Se sentaron en la mesa del fondo.

LibertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora