Capitulo 2

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Ria

-¡Qué asco, que asco, que asco!-grité según puse un pie en el suelo.

Mis hermosos zapatos de tacón de color plata y detalles en hilos de oro (importado directamente de las tierras del este) no estaban hechos para eso. Un camino de tierra, rodeado de un espeso bosque, empapado por las abundantes lluvias de la ultima semana. Además había hormigas y mosquitos pequeños de esos que van mucho a la cara y que por mucho que golpeas con la mano no se marchan.

-Señorita. Quizá quiera esto para las moscas.-dijo mi sirvienta (ahora no recuerdo su nombre pero casi seguro que empezaba por A) dándome un matojo de helechos. Me quedé mirándola con una ceja alzada perfectamente depilada y maquillada. ¿Enserio quería que yo cogiese eso?

-Mmmmm... No. Creo que no.-y rechacé con un gesto de la mano su amable ofrecimiento.

Me giré al carruaje, hermosamente diseñado en tonos dorados, con espacio para cuatro personas y grandes ruedas de madera pintada en negro y oro. Una pena que una de ellas hubiese salido disparada a saber porqué y ahora se encontrase partida en tres a un par de metros de distancia.

-¿Cuánto tardareis en arreglar el carro tu y el cochero?-dije sin apartar la mirada de mi vehículo.

-¿Unas horas?-probó a decir la sirvienta.-No lo sé señorita. Tendíamos que coger una nueva en un pueblo cercano y después volver y cambiarla.

Me giré con un intento de amable sonrisa en mis carnosos labios pintados de rojo cereza.

-¿Y se puede saber por qué no estáis los dos ya allí?-contesté con los dientes apretados. 

La chica tardó un segundo en avisar al cochero y ponerse en marcha. En cuanto estuvieron lejos lancé un suspiro. La plebe... Demasiado tonta. Deseosa de descubrir como he quedado tas la turbulencia del carro me acerqué a la parte de atrás donde estaban atadas mis maletas. En una pequeña que había llenado la noche anterior de maquillaje y demás estaba mi espejo favorito. Un simple espejo del tamaño de mi mano de color marrón. Me admiré. La piel blanca como el mármol completamente impecable, con unos pómulos altos y unos grandes ojos azules cargados de rimel negro para hacer grandes pestañas y raya blanca abajo para dar luminosidad. Perfilado también, haciendo que los bordes sean más alargados. Ni un pelo de las cejas se salía de su lugar. Pero mi pelo era un desastre. Uno de los rizos rubios había sido un poco aplastado, destrozando la armonía perfecta que tenían mis perfectas ondas ¡Y allí en medio de la nada donde iba a hacerme el rizo!

De pronto, escuché unos cascos trotar a un lado del camino. Era imposible que fuesen mis caballos, pues los cuatro corceles del blanco más puro estaban tranquilos con sus adornos y cascabeles. Mi sorpresa fue grande cuando una una yegua mancarrona que casi no quería levantar la cabeza, montada por una chica de mi edad y un tanto parecida a mí (aunque mucho más fea y mal vestida) que se aferraba al cuello de la jaca para evitar caer al suelo, aparecieron. Ella tenía cara de preocupación, pero cuando me vio se le iluminaron los ojos.

-¿Estas bien?-preguntó con prisas. Intentó bajarse, pero le costó lo suyo y aún así casi cae de culo al caer.-Escuché el ruido y...

-Sí.-respondí secamente. ¿Me está tratando de tú? Ni que fuera una campesina.-Aunque deberías intentar tener algo más de respeto hacía...

-Soy Ubel.-me dijo cortándome ella la palabra. Se acercó y me tendió una mano mugrienta y callosa.-¿Y tu eres?

-Ria, condesa en las tierras del sur, marquesa en las tierras del oeste y futura princesa de las tierras del este.-respondí con mi título completo, agarrando tan solo su dedo indice con la punta de mis dedos ya que era el único que parecía medianamente limpio.    

Destino cambiado (pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora