- ¿Te gusta? - preguntaba suavemente.
La verdad es que sí, y hasta demasiado. Pero no era malo, era un placer que jamás había sentido. Veía ese miembro esbelto entrar y salir, para luego volver a introducirse, con precisión y delicadeza, nuevamente en mi ano. Era la mejor vista que podía tener, mejor que la de esos atardeceres en los que los allí presentes aplauden entusiastas el regalo de la naturaleza.
Pues bien, este también es un regalo de la naturaleza. Que un tipo así no se encuentra todos los días. Y aunque mis amigas dijeran "pero que bien que está ese tipo, que suerte tienes" , yo realmente me sentía increíble. No era suerte sino destino. Francamente me había enamorado de él, hasta más no poder. No se qué diablos pasó por mi mente, pero me he dejado llevar, y la verdad, el amor no es tan malo. Tú me lo pintaste así.
Justamente lo bueno de esto es que no puedo explicar lo que siento, no encuentro palabras.
He comenzado a ver las cosas de otra manera. Más allá de lo sexual, sentía que Genaro, me complementaba. No vivíamos juntos, pero alguna que otra vez amanecimos juntos en mi cama o en la suya. Se levanta lo suficientemente tarde como para llevarme el desayuno a la cama, y lo suficientemente temprano como para darme la dosis mañanera de sexo. Pero hace tiempo ha dejado de ser sexo. Creo recordar el día en que eso pasó. Como era costumbre, mantuvimos relaciones desde el comienzo de la noche hasta el término de ésta. Solo que esta vez, antes de volver a su casa por la mañana, me miró fijo mientras me vestía, y al preguntar qué sucedía, respondió: "¿cómo quedamos ahora?" Supe que esperaba una respuesta, una respuesta inmediata.
- ¿Qué es lo que esperas que diga?
- Algo, lo primero que se te venga a la mente, o al corazón quizás.
- No me vengas con esas cosas de los sentimientos.
- ¿Qué te pasa? Si he visto como me miras. Llevamos casi un año saliendo, encontrándonos, hemos estado juntos hasta ahora y me dirás que no sientes nada.
- Exacto
- Vamos, Dahiana, te la has pasado dale que dale conmigo, y hasta donde sé, no hay otra persona en tus noches. ¿O me equivoco?
- Pues sí, te equivocas - Y ahí estaba, ese rasgo de niña caprichosa que me hiciste adoptar, esa parte negadora que intentar ocultar lo que siento para evitar salir lastimada, y de paso me pone bien cabrona. No sabía exactamente qué decirme y se le notaba, estaba decepcionado por mi respuesta, eso era seguro. Tomó aire y dijo
- Esta bien. No puedo obligarte a sentir por mi lo que yo siento por ti.
Se dio la vuelta y cerró la puerta al marcharse. Sé que piensas que esta es la parte en que salgo corriendo a sus brazos, le beso y confieso lo que siento. Pero no. A decir verdad no volví a verlo hasta que me gradué. Ese día, como por arte de magia, apareció en medio del discurso y se quedó ahí parado en silencio. Supe que en realidad nunca se había ido.
Al tiempo nos mudamos juntos, y al cabo de dos años nos casamos, aunque parezca increíble.
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Te estarás preguntando por qué he de seguir con las cartas ahora que ya superé lo nuestro y encontré mi felicidad. Tiene sentido que lo hagas. No intento torturarte si eso es lo que crees, a decir verdad tampoco yo lo sé. Quizás sea porque como todo pájaro, a veces necesitamos volver a ese nido que tanto nos costó abandonar.
Atte: la primera en tu vida.