Me enamoré siendo un joven. Me surgió un sentimiento fuerte, obsesivo y sin cordura de esa chica con tal sólo contemplarla; sencillamente, una o dos veces por semana cuando ella salía del colegio y yo ingresaba a el.
Eran esos martes y jueves donde preparaba rápido todas mis cosas para las clases de esos dias, me colocaba rapidamente el uniforme, apresuraba a mi hermana para que terminase de producirse para ir al colegio.
Yo iba a pasos agigantados hacia la parada del autobús por miedo a que se adelantara. En mi mente le decía al conductor que acelerara para que esté allí presente antes de que tocase su timbre de salida.
¡Si! Llegaba a tiempo cada uno de esos dias, podia verla como esperaba en la entrada del colegio a esperar a sus hermanos para irse junto con su papá que los venía a recoger en su auto.
Algunos días se detenía a hablar con sus amigas. Otros, la veía sola mirando su celular, con un gesto de preocupación. Y yo como gallina observadola, sin la valentía suficiente para ir a hablarle y acompañarla.
Durante las clases no me podia detener un segundo sin imaginarme lo que sentiría besar sus labios, poder sentir su cuerpo mediante abrazos, conocerla, saber que pensaba, cómo estaba y cómo se sentía.
Claro, lo admito, tenía la clásica cara de enamorado donde tus compañeros de clases me hacían bromas.
¿Y saben qué? No me importaban sus burlas. Tampoco los temas que estuviésemos aprendiendo, simplemente desearla.
Me sentía un acosador porque dias y noches miraba sus redes sociales, sus imágenes, quienes las comentaba, que música le gustaba, que series y película a miraba, veía que persona pertenecia a su familia. Hasta que comencé a pensar que oportunidades tenía de que algún día se interesara en mi.