Habían pasado cinco años desde la noche en que el rubiales con capa y capucha
había entrado en el bar Tapioca. El lugar seguía igual que entonces. Tal vez los
muros estaban un poco más manchados de humo que antes, y mostraban unos
cuantos agujeros más, de balas perdidas, pero, aparte de eso, nada era distinto. Los
desconocidos seguían sin ser bienvenidos y los clientes seguían siendo escoria.
(Aunque eran clientes distintos.) En esos cinco años, Sánchez se había engordado un
poco. En lo demás, tampoco él había cambiado. Así que cuando dos desconocidos
extrañamente vestidos entraron en silencio en el bar, se preparó para servirles de la
botella de orines.
Esos dos hombres podían ser gemelos. Ambos llevaban la cabeza afeitada,
ambos tenían la piel aceitunada y ambos vestían la misma ropa: túnicas cruzadas sin
mangas de color naranja (como de kárate), con pantalones anchos negros y botas
puntiagudas algo afeminadas, también negras. Obviamente, en el Tapioca no había
un código de moda, pero si lo hubiera habido, nunca se hubiera permitido la entrada
a esos dos individuos. Al acercarse a la barra, sonrieron a Sánchez como idiotas. Él,
como tenía por costumbre, los ignoró. Por desgracia, algunos de los clientes más
insoportables (en otras palabras, clientes muy desagradables) habían reparado en los
recién llegados, y al poco el bar quedó en silencio.
Era media tarde y sólo había dos mesas ocupadas: una cerca de la barra, con
tres hombres sentados, y otra en la esquina más alejada, con dos «sospechosos»
inclinados sobre un par de botellas de cerveza. Todos ellos fulminaron con la mirada
a los dos desconocidos.
Los clientes habituales no estaban familiarizados con los monjes de Hubal, ya
que no se les veía a menudo. Tampoco sabían que aquellos dos individuos vestidos
con ropa extraña eran los primeros monjes que dejaban la isla de Hubal en años. Kyle
era un poco más alto que Peto. También era el monje de más alto rango; su
compañero, un novicio. Sánchez no lo habría adivinado, pero, de haberlo sabido,
tampoco le hubiera importado.
Los monjes habían ido al bar Tapioca por una razón muy concreta: era el único
sitio en Santa Mondega del que habían oído hablar. Habían seguido las instrucciones
del padre Taos y habían preguntado a varios lugareños dónde era más probable
encontrar a un hombre al que no se podía matar. La respuesta era siempre la misma:
«Probad en el bar Tapioca.» Incluso algunas personas habían sido lo bastante
amables para sugerir un nombre. Las palabras «Kid Bourbon» surgieron en varias
ocasiones. La única alternativa era un hombre que había llegado poco antes a la
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El Libró sin Nombre
ParanormalQuerido lector, Durante siglos una libreria pérdida en el mundo ha escondido un secreto. En sus estantes hay un misterioso libro sin nombre ni autor .