TRECE

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  TreceDespués de bañarse durante quince minutos, Marcus la Comadreja se secó y secubrió todo el cuerpo con los polvos de talco que el hotel regalaba. Dado que nodisponía de ropa limpia, volvió a ponerse su holgado pantalón negro. No solíaimportarle, incluso si su piel apestaba a cerveza y cigarrillos. Mientras lo abotonaba,escuchó cómo Kacy cerraba la puerta de la habitación. Quince minutos más yvolvería a verla, si cumplía su palabra. Y estaba convencido de que así sería.Volvió a la alcoba para comprobar el trabajo de su chica. Kacy había hecho lacama inmaculadamente y había refrescado el ambiente. Marcus estaba considerandola posibilidad de salir disparado para comprarse una camisa nueva antes de reunirsecon ella. De pronto, llamaron a la puerta. ¿Tal vez había olvidado algo y estaba ya devuelta?—¡Abre la puerta! —gritó alguien al otro lado.Hubo una pausa. Luego llamaron de nuevo, esta vez con mucha fuerza. Marcussintió que un escalofrío le recorría el cuerpo. ¿No era Kacy? ¿Tal vez era un hombre?¿Se trataba de Jefe? Kacy debía de tener una llave maestra, ¿no?—¿Kacy? ¿Eres tú?Ninguna respuesta.Otro escalofrío. ¿Sería Jefe? ¿Ya lo había encontrado? Y lo más preocupante:¿dónde había dejado su pistola?—Ya voy... —gritó, intentando ganar tiempo.Al buscar frenéticamente su pistola, le entró el pánico. Sus ojos registraron todala habitación en medio segundo. ¿Dónde estaba el arma? ¡Maldita sea! Tampoco laencontró en el baño. ¿Dónde coño la había puesto? Se dio la vuelta y se apresuró avolver al dormitorio. ¿Bajo las almohadas? Las levantó, pero allí tampoco estaban.¡Joder...! Iba a tener que abrir la puerta.¿Por qué había gritado? Si se hubiera quedado callado, su visitante habríasupuesto que Marcus no estaba en su habitación. Pensó que sería inteligente dar unvistazo por la mirilla de la puerta y saber quién era... después de todo, podía tratarsedel servicio de habitaciones. Pero Marcus no encontraba el arma y estaba muynervioso.Uno de los trucos más viejos de todos los asesinos consiste en llamar a unapuerta, esperar hasta escuchar que el objetivo se acerca del otro lado y disparar por lamirilla cuando la víctima mira a través de ella. ¡PUM!, y hace un gran agujero en la cabeza del blanco. Al estar familiarizado con esa trampa, Marcus caminó de puntillashacia la puerta y movió la cabeza muy lentamente hacia lo que podía ser la línea defuego. Por razones que sólo él comprendía, tenía el ojo medio cerrado, como si esoayudara a reducir el impacto de una bala.Le bastó con un vistazo rápido. De un tirón retiró la cabeza y se alejó de lamirilla. Al otro lado de la puerta, había el cañón de una pistola. Por fortuna, sudueño no se había dado cuenta de que, durante una fracción de segundo, Marcushabía estado en el objetivo.Caminó de puntillas hacia la cama recién hecha. ¿Dónde cojones estaba el arma?Su botella de whisky seguía en la mesita de noche. La levantó y tomó un trago.«¡Piensa! ¡Maldita sea!»«¿Qué opciones tengo?»«Encuentra el arma.»Volvió a levantar las almohadas. Definitivamente, las pobres no escondían elarma. Volvió al baño.«Mierda, ¿dónde la habré puesto?»Un tercer escalofrío le recorrió el cuerpo al escuchar un tercer golpe en lapuerta... Al mismo tiempo, descubría que su cartera había desaparecido. Kacy lahabía puesto en el lavabo, pero allí ya no estaba. Ahora lo recordaba: había recogidoel arma del suelo del baño y la había dejado encima del lavabo. Después de todo, ¡esahija de puta se la había jugado! «Joder...» Se apresuró a regresar al cuarto. ¿Qué otrasopciones tenía? Tal vez podía salir por la ventana y bajar por la fachada del edificiohacia una habitación contigua.«No, no puedo.» Estaba a siete pisos de altura y sufría ataques de vértigo. Debíade haber alguna alternativa, ¿no?«La piedra azul.» Marcus había escuchado rumores sobre esa piedra. Sabía queSantino la estaba buscando y que valía mucho dinero. También conocía el mito sobrela noche en que Ringo murió a manos de Kid Bourbon. Si era cierto, nadie podíamatar a Ringo mientras llevara la piedra azul colgando del cuello. Aunque KidBourbon le había disparado cien veces, éste no murió hasta que él mismo le quitó lapiedra. Era una historia peregrina y Marcus nunca la había creído, pero ahora era suúnica opción. ¿Qué había hecho con el collar? Recordaba que la noche anterior lohabía guardado en algún sitio, pero estaba tan borracho... ¿Dónde diablos lo habíapuesto?«¡Piensa...!»La respuesta le llegó como un relámpago. Antes de acostarse había puesto elarma bajo las almohadas (como siempre hacía), y había metido el collar dentro deuna de las fundas. Pero ¿qué almohada? Saltó a la cama, tomó la más cercana y learrancó la funda con malos modos. Nada. Tomó la segunda almohada. Parecía unpoco más pesada... Se apresuró frenéticamente a quitar la funda. Otro golpe en lapuerta, pero esta vez trataban de derribarla. No había tiempo para juegos... ¡Por fin,Marcus rasgó la segunda funda y encontró el collar! Pero el alivio se convirtió enhorror al comprobar que aquél no era el collar que había robado a Jefe. ¡Era otro! Un   collar barato con un colgante plateado en forma de «S». Definitivamente, esa hija deputa lo había engañado.¡CRAC!Marcus se dio la vuelta a tiempo para ver la puerta saliendo volando de lasbisagras. Encogiéndose en la cama, levantó las manos sobre su cabeza, comorindiéndose, mientras un pistolero entraba en la habitación.Ni siquiera escuchó el primer balazo... pero sí agonizó mientras explotaba surodilla, rociando sangre por todos lados, incluso en sus ojos. Cayó de la cama alsuelo, gritando como un bebé que se quema con agua hirviendo. Durante lossiguientes siete minutos, deseó estar muerto.En el octavo minuto, se cumplió el deseo de Marcus la Comadreja. Para entonces,ya había visto todas sus entrañas e incluso lo habían obligado a comerse varios dedosde sus manos y sus pies. Y algo mucho peor...

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⏰ Última actualización: May 05, 2017 ⏰

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