Once

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Marcus la Comadreja seguía con resaca, aunque no le importaba demasiado.

Estaba bebiendo felizmente para superar el trance. La noche anterior, había tenido

suerte. Robarle a Jefe había resultado mucho más fácil de lo que esperaba. El cazador

de recompensas no dejó de roncar mientras Marcus le robaba. Por supuesto, habían

ayudado las gotitas que Marcus había puesto en la bebida de Jefe. En otras

circunstancias, no hubiera gastado su preciado Rohypnol en alguien con quien no

tenía intención de acostarse, pero Jefe llevaba esa hermosa piedra azul colgando del

cuello. Aunque la había escondido muy bien, cuanto más se emborrachaba, más se le

veía. Además, resultó que Jefe tenía unos cuantos miles de dólares en los bolsillos, así

que Marcus bebería gratis los siguientes dos o tres meses, y las bebidas serían todas a

costa de Jefe.

Había reservado una habitación bastante agradable en el Hotel Internacional de

Santa Mondega. No tenía la intención de permanecer allí durante mucho tiempo,

dado el coste, pero le apetecía disfrutar de unos días de lujo. Marcus pensaba que se

merecía un golpe de suerte. ¡Maldita sea! Merecía consentirse por un tiempo.

Eran casi las dos de la tarde y todavía no había abierto las cortinas. Estaba

sentado perezosamente en la enorme cama king size de la habitación, con los mismos

pantalones negros de la noche anterior, y la misma vieja camiseta de malla. Tenía el

televisor enfrente y la botella de whisky convenientemente ubicada en la mesita de

noche, al alcance de la mano. Sin duda, aquello era el paraíso.

Estaba viendo el segundo episodio de un programa doble de B.J. and the Bear.

De pronto, alguien llamó a la puerta.

—¡Servicio de habitaciones! —exclamó una voz femenina, ligeramente apagada,

a través de la puerta.

—No he pedido nada...

Hubo una pausa.

—Vengo a hacer la cama y limpiar la habitación.

Marcus buscó la pistola debajo de la almohada. Siempre la guardaba allí, por las

dudas. Y, la noche anterior, se había puesto particularmente paranoico. Extremaba la

cautela por temor a que Jefe lo encontrara y se vengara por el robo de su cartera y, lo

más importante, la piedra azul.

Saltó de la cama y se tambaleó hacia la puerta, sintiendo los excesos de la noche.

De repente notó que apestaba a bebida y que su ropa estaba sucia, pero ahora lo

único que le preocupaba era saber quién estaba al otro lado de la puerta. Cuando uno

ha robado dinero y una piedra preciosa, toda precaución es poca.

Cubriendo la puerta con su pistola, miró por la mirilla. En el pasillo, vio a una

El Libró sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora