Indiferencia (I)

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Primero de julio de 2257.

Bogotá, Colombia.

En la vida uno esta destinado a sufrir muchas fracturas irremediables. No obstante, probablemente la más grave (y dolorosa) para todos será recordar que la mentira que llamamos normalidad es solo un reflejo de nuestro miedo.

Confesiones de un coleccionista. Anónimo.

Eduardo recibió un mensaje de Amelia cuando llegaron las cuatro.

¿Vamos por unas birras?

Frunció el ceño mientras leía el holograma proyectado por su azur (un aparatejo circular del tamaño de un anillo capaz de exponer imágenes en 3D) que colgaba de su cuello. Otro enigma en un solo día. ¿No estaba ella en Medellín con Nicole? Encogió los hombros no muy convencido, a veces pasaba, las mujeres trabajaban en diferentes sectores de la Guarnición además desde la construcción del Metro Departamental viajar a Medellín era cuestión de una hora. Mientras Nicole apenas aparecía por su propio apartamento por andar metida en las investigaciones policíacas, Amelia tenía un horario establecido como conductora de dunkles que solo sufría alteraciones con el llamado de refuerzos. ¿De qué calibre sería la novedad capaz de mover a una detective y una conductora de élite a la misma ciudad?

Por otro lado, la mejor amiga de su hermana detestaba tomar, era una chimenea andante cuya aberración por el alcohol resultaba cómica. Siempre que salían a beber ella dejaba iniciada la única cerveza que pedía en toda la noche, ¿para qué lo invitaba por una polas?

¿Dónde?

En la Queen. Paso por vos.

Algo raro estaba pasando. Primero Nicole con sus preocupaciones infundadas y ahora Amelia quería llevarlo a beber a un bar de mala muerte. Eduardo releyó los mensajes buscando entre líneas la novedad de la que no estaba enterado pero solo pudo lanzar un suspiro. Aquello siempre le molestaba de ellas, diciendo las cosas a medias y omitiendo información de la misma forma que el noticiero.

Mientras su cabeza todavía procesaba la información recordó la existencia de su holograma laboral, pero cuando alzó la mirada para revisar el banner llevaba a medias el programa de edición que tenía abierto se puso completamente negra. Maldijo entre dientes lamentándose no haber guardado su último avance. Observó la segunda ventana donde descansaba el chat empresarial, no obstante, se encontró con el mismo desconcertante panorama y por lo que notó no fue el único. Quejas e insultos se oyeron en todo el edificio Salazar, todo aquello que tuviera pantalla electrónica parecía haber sufrido no sólo en el edificio; sino también en toda la capital colombiana: un corto circuito.

Los hologramas parpadearon por unos segundos y después mostraron a una persona, la portadora de una colorida máscara veneciana con la cual, ocultaba perfectamente los rasgos de quien fuera que la usara. Los ojos seguían el mismo modelo de lágrimas de colores que Eduardo había visto en el graffiti de la estación, un colorido sombrero con una colección de flores rojizas y azules hacía compañía a la máscara.

—Buongiorno[1] plastificados —saludó la figura. Su voz era una cosa tosca y mecánica: el producto de un lector mecánico—. Me llamo Kunst. Queridos habitantes de Luxen, hoy he venido a preguntarles algo a todos ustedes ¿acaso no se aburren de vivir como máquinas? —dijo Kunst creando un pequeño intervalo, como si diera tiempo a todo su público de pensar—. Ustedes habitantes de la sociedad perfecta viven como máquinas parecer ser hechas solo para seguir órdenes nunca han cuestionado nada de este mundo ¿verdad?

Hubo otra pausa y el fondo de la figura se convirtió en una reconocible bandera: blanco y azul, la bandera de Luxen.

»¿Por qué? ¿Por qué debemos obedecer lo que dice el Concejo y la Constitución? ¿Y si el Concejo o la constitución se equivocan?

Envueltos en plásticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora