Capítulo 3: Cenizas de un futuro

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25 febrero

Las cosas habían salido de la peor manera posible. Es triste cómo depositamos nuestra confianza en alguien, creyendo que estará ahí para siempre, que sostendrá nuestros sueños con el mismo cuidado con el que nosotros sostenemos los suyos. Hacemos sacrificios, cambiamos el rumbo de nuestra vida por ellos, tomamos decisiones que parecen pequeñas, pero que, con el tiempo, moldean nuestro mundo de una forma irreversible.

Cuidamos sus sentimientos, nos esforzamos en comprenderlos, nos ponemos en su lugar con la esperanza de que harán lo mismo por nosotros. Pero muchas veces no es así.

¿Cómo es posible que alguien pueda traicionar de esa forma y seguir adelante como si nada? ¿Cómo es que no sienten el peso de la culpa, el dolor de haber destrozado algo que una vez fue tan valioso? Yo cargaba con un nudo en el pecho, con el insomnio de las noches rotas, con el eco de cada mentira disfrazada de amor... pero él, simplemente, se había ido.

Y lo peor de todo era la pregunta que me atormentaba sin cesar: ¿Alguna vez me quiso de verdad?

Había pasado poco más de un mes desde aquella noche en la que todo se rompió. Adam no estaba. Al principio intentó buscarme, insistió durante unos días, pero cuando se topó con mi rotundo "No quiero verte", simplemente se dio por vencido. Y aunque yo había sido quien cerró la puerta, su facilidad para alejarse dolía más de lo que podía admitir. Se fue sin pelear, sin intentarlo más allá de unos mensajes y llamadas que pronto cesaron. Tres años juntos, tres años de planes, de promesas, de una vida construida paso a paso... y al final, no habían significado nada.

Me dolía en el alma darme cuenta de que alguien a quien había amado tanto podía irse tan rápido, tan fácil, como si lo nuestro nunca hubiera importado.

El desgaste emocional se hacía presente en el trabajo, la oficina entera se percataba de las cosas que había dejado de hacer y de la sonrisa que me hacía falta siempre. Y no quería dejarme caer así, tan cruel, pero todas las preguntas que tenía en la cabeza no  estaban siendo resuletas y el hecho de que el dueño de la respuesta se haya rendido tan rápido, estaba siendo más complicado.

—Ay Ellie,  no me gusta verte así, tan triste, no eres tú—dijo Milly casi en un susurro.

—Lo siento, últimamente no tengo cabeza para nada. 

Después de semanas de un vacío constante, donde cada día parecía una repetición del anterior, Milly llegó con una idea que, aunque simple, terminó cambiándolo todo.

—Ellie, ven, vámonos a tomar un café —dijo con una sonrisa leve, pero con esa mirada de amiga que sabe que necesitas un cambio de aire.

Suspiré. No tenía ganas de nada, pero tampoco tenía fuerzas para negarme.

—Está bien... pero tú pagas.

Milly rodó los ojos y rió.

—Obvio no, trágica.

Nos abrigamos y salimos de la oficina, caminando hasta la cafetería de siempre, aquella en la que habíamos pasado tantas tardes despotricando contra el trabajo o soñando con vidas que parecían tan lejanas.

Pero esa tarde, algo era distinto.

No llevábamos ni cinco minutos en la mesa cuando Milly soltó la bomba:

—Ellie... hay alguien que quiero que conozcas.

Fruncí el ceño.

—¿Qué? ¿Por qué?

Milly tomó un sorbo de su café antes de responder.

—Porque ya es hora de que dejes de llorar por ese imbécil. Y porque creo que este alguien podría cambiar tu vida.

Suspiré, removiendo el café con la cucharita sin mucho interés.

—Milly... es demasiado pronto. No quiero conocer a nadie, ni siquiera quiero pensarlo.

Ella me miró con un gesto comprensivo y asintió sin insistir.

—Lo entiendo, Ellie. Solo quería que lo consideraras.

Y ahí quedó. No intentó convencerme ni seguir con el tema, lo cual agradecí. A veces, el simple hecho de que alguien respete tu dolor es más valioso que cualquier intento de animarte.

Cambiamos de tema, hablando de cualquier cosa menos de Adam o mi desastre emocional. Pero por más que intentara distraerme, todo lo que pensaba siempre me llevaba a él.


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