Capítulo 4

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IV

Lo más curioso de todas las estupideces que el súper agente secreto Sir Marcus Conrad había imaginado, es que eran ciertas. A las 1020, faltando veintiséis horas para la hora cero, la escuadra del teniente Gascoigne estaba en el depósito de carga jugando rugby para matar el tiempo. En el marcador, el equipo del sargento Lineker aporreaba inmisericordemente a los hombres del cabo Shilton. El soldado Platt se hallaba presto a cobrar un saque lateral, cuando la silueta de la señorita Jocelyn apareció en el umbral de la compuerta A6. Toda la escuadra se giró en esa dirección, como si un gigantesco imán atrajese sus miradas. Aunque la fuerza de atracción que despedía la chica era en realidad más poderosa que el magnetismo. Feromonas.

- ¡Sargento Lineker! – llamó Jocelyn. Esto provocó una sorpresa casi general en el resto de los miembros del escuadrón. - ¿Puedo hablar con usted, un segundo?

Lineker cerró la boca para evitar ser tomado por un completo idiota y poniéndose la camiseta, camino hacia la chica.

- ¿No está al revés? – preguntó Jocelyn.

- ¿Qué cosa?

Ella pasó la uña del índice por el estómago del sargento, provocándole un estremecimiento. Luego de alcanzar el efecto deseado, tomó en su puño una porción de la tela que cubría el dorso de Lineker.

- La camiseta.

- ¡Es cierto! – Lineker se sintió otra vez estúpido. Se sacó la prenda y antes de que pudiera acomodarla para vestirse correctamente, sus camaradas le pusieron música de fondo para evocar un baile privado. Jocelyn se rio de buena gana. – Perdón por eso, son un montón de pendejos.

- Tranquilo, tengo hermanos.

- ¿Qué significa eso? – preguntó el Sargento. - ¿Qué sabes cómo actúan los muchachos o qué has visto un cuerpo como este?

- Las dos cosas, supongo.

- Lo dudo...

- ¿Qué cosa?

- Que exista un tipo que se vea como yo.

- Ya veo. – ella se mordió el labio y recorrió al marine de arriba abajo con la mirada. – Me gusta la autoconfianza en un hombre.

- No es autoconfianza, las cosas son como son y punto. Y hablando de eso, no me preocupan las chicas malas porque todas las que he conocido han sido igual de crueles. De modo que si quieres maltratar a un pobre diablo, estoy disponibles las próximas horas. No te ofrezco nada más ya que es probable que mañana esté muerto. Así que, señorita Brown, aprovéchame mientras puedas, porque vas a extrañarme cuando no este.

- ¡Sargento! – Jocelyn se llevó las manos al pecho como sobrecogida ante un evento traumático. - ¡De pronto me asustas!

- Es que quiero tener una pesadilla esta noche.

- Pues eso se puede resolver. – ella tomó la mano del sargento y se lo llevó por el pasillo.

Gary Lineker se giró con disimulo y levantó el pulgar a sus camaradas, quienes reaccionaron con una estruendosa silbatina.

- ¡Muéstrele el poder de fuego de los marines!

- ¡Por la Reina!

- ¡Así se hace, sarg! – le gritó Cole y luego murmuró para sí. - Suertudo de mierda.

El camarote de la señorita Jocelyn era individual como cabría suponer y olía a rosas. La muchacha se acercó al diminuto escritorio y activando su computador personal, puso música a un volumen moderado. Lineker pensó que podía adelantar sacándose la camiseta. La chica se dio la vuelta y se encontró con que el sargento intentaba desesperadamente quitarse los pantalones de campaña.

¡Por la Reina...y por el Sueldo!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora