Capítulo 7

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El camino que conducía hacia el computador, era completamente diferente al que recorrieran los marines de la escuadra para llegar al área ejecutiva. De hecho, estaban descendiendo hacia las profundidades de la mina. Todo allí era enorme y amplio. Había puentes de metal que cruzaban pozos que parecían no tener fin. Máquinas tan grandes como torres sostenían la estructura del complejo. Antiguos cargamentos de hierro colgaban de las grúas abandonadas por los operadores. Un olor a azufre impregnado en el aire. Partículas de algún extraño material incinerado era llevado de un lado al otro por el viento.

El detector de movimiento puso en alerta al marine. Lineker levantó el cañón del rifle de plasma y apuntó en la dirección que le indicaban los sensores. El arma era muy cómoda. Tenía buen peso y el recubrimiento gomoso de la empuñadura hacia muy fácil su agarre. El Sargento pensó que había hecho una buena elección. Tres hombres aparecieron en la mira. Vestían overoles de trabajo manchados de sangre. Uno de ellos cargaba un mandil de plástico y una careta de soldador, en la mano una antorcha. Los otros traían escopetas automáticas robadas de la armería de los guardias. El Sargento pensó que pasarían de largo pero no fue el caso. Se acercaban. Presionó el gatillo del rifle. Se escuchó un siseo electrónico y un microsegundo después, una lluvia de líneas luminosas abandonó el arma. El sonido desquiciante de mil truenos en un segundo. Los tres hombres cayeron con los cuerpos llenos de agujeros humeantes. El rifle de plasma era un arma con gran velocidad de fuego, aunque no era muy precisa. Lineker había errado siete disparos.

- Está libre, podemos seguir.

Siguieron adelante, bajando escalerillas de metal y atravesando pasillos y corredores donde la muerte acechaba tras los rincones. El mapa indicaba un túnel que se introducía en la tierra. La única forma de llegar hasta el, parecía ser un gigantesco andamio por el que descendía un elevador de carga. Se introdujeron en el cajón y activaron la palanca. Con un rechinar de fierros y cadenas, bajaron quince metros. Se detuvieron justo en la entrada del enorme boquete que se abría paso en las paredes rocosas de la mina. Se aventuraron en aquel oscuro pasadizo, como ratones que ingresaban a la madriguera de un lobo. Al fondo, un cartel anunciaba peligro justo frente a una puerta; pero estaba trabada. El panel de control no respondía. Marcus descubrió que estaba descentrada, la habían golpeado, aunque parecía haber sido hecho desde adentro. Lineker apartó al agente y con el poder amplificado de los servos, tironeó de las mamparas corredizas. Después de tres intentos, finalmente consiguió destrabarlas.

- ¿Sabe una cosa Sargento? – preguntó Marcus mientras chequeaba el plano del complejo en la pantalla de su computador personal. – Yo nunca me he sentido pequeño. Pero usted con ese traje parece un maldito gigante. Es por ahí. ¡Vamos!

- Espere. ¿Oye eso?

- ¿Qué?

Era un ruido metálico, como de pasos que se acercaban. Lineker recibió la lectura pero no imaginó que vería lo que vio. Un hombre dentro de un exoesqueleto industrial para trabajos pesados, caminaba lenta y torpemente de un lado a otro, como si intentase aprender a operar la compleja maquinaria. El agente Marcus creyó estar viendo a un deforme monstruo mitológico que paseaba por su laberinto.

- ¿Qué decía sobre el tamaño?

- Siempre hay alguien más grande.

- Podemos evitarlo si nos escurrimos por ese desagüe. – sugirió Lineker.

- Vamos entonces.

Se arrastraron por el suelo lodoso y pestilente de la mina y se dejaron caer dentro de un orificio aún más apestoso. Una especie de cloaca por donde evacuaban los desechos de la mina. Caminaron agachados pues el techo era muy bajo. Salieron sesenta metros más adentro del túnel.

¡Por la Reina...y por el Sueldo!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora