Capítulo 2

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II

El transbordador despegó a la hora señalada y tras escapar a la fuerza de gravedad de Deimos, arribó al muelle 13 de la estación espacial Volga II. El viaje había durado cinco horas en total. La estación que orbitaba a Marte, era una instalación multinacional y de carácter variado. En aquel punto convergían delegaciones científicas, civiles y militares. La administración del enorme complejo orbital estaba a cargo de la Alianza Mundial de Control Espacial, AMCE, una corporación que englobaba en sus filas a los siete países colonizadores del Sistema Solar y a las dos únicas naciones que exploraban el espacio profundo. Pertenecer al selecto grupo, solo era una demostración más del poder que ostentaban las élites del Primer Mundo.

La estación espacial era hermosa en su simetría y sencillez. El diseño se enmarcaba en una especie de minimalismo cósmico. No había nada de más en aquel lugar, todo respondía a una necesidad práctica de uso y aprovechamiento del espacio. El color predominante era el blanco y entre los materiales más usados se contaban el plástico, los aceros y los vidrios. En cada rincón de la estación, se podían encontrar las siempre útiles pantallas computarizadas que contenían toda la información del complejo... bueno, al menos la información que era de dominio público. Las lámparas LED y los tubos de neón empotrados en techos y paredes, proporcionaban abundante iluminación a cada estancia del complejo. Al ser Marte el planeta con mayor asentamiento colonial en todo el Sistema Solar, el ir y venir de personas, eran incesante. Había tanto movimiento en la estación espacial Volga II, como en un aeropuerto terrestre promedio.

Los hombres del teniente Gascoigne atravesaron la zona de carga y se adentraron en el amplio salón de espera, donde debían encontrarse con un oficial de la marina portuguesa. "Oficialmente" hablando, Portugal no era miembro de la Alianza Mundial de Control Espacial, pero siendo un socio estratégico de España e Italia, gozaba de cierta participación en las operaciones aeroespaciales. Es importante aclarar que la relación entre estas tres naciones respondía única y exclusivamente a una necesidad económica y no tenía absolutamente nada que ver con la amistad o la simpatía. El teniente Joao Acosta se presentó con su pulcro uniforme blanco y charreteras negras con ribetes dorados adornando sus hombros. Con un inglés fluido y bastante práctico, dio algunas indicaciones y pidió a los soldados de la infantería de mariana real que le siguieran hasta la instancia en la que debían aguardar la partida del vuelo a Ío. La sala de reuniones no estaba lejos. Tras bajar un par de secciones de escaleras eléctricas, llegaron a un área de oficinas corporativas que pertenecían a empresas privadas las cuales realizaban pequeñas operaciones de prospección. El teniente Acosta pasó su tarjeta digital por el lector magnético de una de las puertas y esta se abrió con un suspiro electrónico. Los hombres pasaron al interior y las luces se prendieron de forma automática. La sala era grande y blanca como el alma de un santo. Una enorme mesa ovalada de falsa caoba y vidrio templado, ocupaba el centro de aquel cuarto. Veinte sillas de cuero y con un extraño diseño, rodeaban la elegante mesa.

- Tomen asiento. – le indicó el teniente Acosta. – El resto de los expedicionarios ya deben estar por llegar.

No habían terminado de acomodarse, cuando cuatro individuos de aspecto tan variado como caramelos en dulcería, hicieron su repentino acto de presencia. El teniente Gascoigne identificó rápidamente las plateadas estrellas en una chamarra negra.

- ¡Oficial en cubierta! – gritó adoptando el mismo la posición de firme. Sus hombres lo imitaron. – Teniente Gascoigne a sus órdenes mi coronel.

- ¡Tomen asiento! – dijo el menudo y casi calvo hombrecito. – Me hubiese gustado hacer esto en viaje a Ío, pero como experimentamos un pequeño retraso, haremos el estudio del informe en este momento.

¡Por la Reina...y por el Sueldo!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora