Capitulo 6

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Mangel lo abrazó, su cuerpo encendido. Rubén era increíble, tan ardiente y tan sexy como siempre había soñado. Excitado, apretó el cuerpo de su amigo mientras escuchaba el sonido de su respiración volviendo a la normalidad poco a poco. Con ternura, apartó el pelo de su cara y le besó la frente.
-Duerme -dijo en voz baja, su cuerpo aún temblando de deseo, pero su corazón y su alma contentos.
-Pero...
-Calla. No pasa nada -lo interrumpió él-. No es necesario que lo hagamos -añadió, sabiendo lo que él iba a decir.
"Conmigo, un hombre que es solo tu amigo".
Levantando la cara, con una mano sobre su corazón, Rubius lo miró con aquellos hermosos ojos verdes.
-Pero yo podría...
Mangel cerró los ojos, luchando contra el deseo de decir que sí.
-Estoy bien -mintió, besándolo de nuevo en la frente-. Es tarde, sigue nevando y seguro que mañana hará mucho frío. Además, te duele el hombro. No es un buen momento.
Rubius parecía sentirse culpable y eso hizo que lo amase aún más. Para tranquilizarlo, lo apretó suavemente contra su pecho, intentando no hacerle daño.
-De verdad, estoy bien. Y ahora duérmete, ¿de acuerdo? Yo te abrazaré y así estaremos calentitos.
Rubius apoyó la cabeza sobre su pecho, suspirando.
-Eres maravilloso, Miguel -dijo en voz baja-. Es increíble que no me haya dado cuenta.
Unos minutos después, se quedaba dormido, su aliento calentando el pecho del hombre.
Mangel se quedó mirando una telaraña. No podía dormir, la indecisión del futuro lo mantenía despierto. ¿Aquello interferiría en su relación? ¿Se despertaría Rubius avergonzado, inventando excusas para lo que había pasado? ¿Se portaría con timidez?
¿Pediría más?
Cuando por fin se quedó dormido, fue con la convicción de que no lo dejaría apartarse de él y tampoco dejaría que lo usara. Aquello sería algo más en toda una vida de experiencias compartidas. Eran amigos y quería asegurarse de que seguían siéndolo siempre.

Cuando abrió los ojos, la cruda luz del sol reflejando la nieve recién caída cegó a Mangel. Tenía la manta encima, incluso lo habían arropado, pero Rubius no estaba en la cama. Apoyándose en un codo, lo vio sentado cerca de la estufa, con los pantalones y los calcetines puestos, los pies apoyados sobre la mesa. Estaba leyendo una carta.
Su carta.
-¿Qué demonios estás haciendo?
Él lo miró, sonriendo. Y después, se acercó a la cama. Sin un gramo de pudor o inseguridad, se inclinó y le dio un beso en los labios.
-Buenos días -dijo, guiñándole un ojo-. Mangel.
Él se apartó, sorprendido por el beso y por el uso de un nombre que jamás antes había usado para referirse a él.
-Esa carta es mía.
Rubius movió el papel.
-Sí, es verdad. Lo siento. Estaba buscando calcetines en tu maleta y me encontré esto. Espero que me perdones, pero estoy celoso, cariño. Miguel, ¿qué significa este tio para ti?
Mangel se la quitó de las manos.
-No me importa que me quites los calcetines, pero esto no es asunto tuyo.
Rubius asintió, mirándolo a los ojos.
-Lo sé, pero la he leído y ahora me muero por saberlo. ¿Es tu novio? ¿Es alguien importante para ti?
La pregunta que no había hecho era: "¿Yo soy importante para ti?". Pero Mangel prefirió ignorarlo por el momento. Irritado, se sentó en la cama, temblando de frío. Rubius corrió hacia la silla para buscar la camisa.
-Me he comido una de tus asquerosas barritas energéticas y, como no hay agua, he puesto nieve en un cubo en el baño por si quieres... ya sabes.
Estaba tan guapo como siempre y se portaba como siempre. Era él quien actuaba de forma extraña, mirándolo como si lo viera por primera vez.
Sin decir nada, Mangel se puso la camisa y saltó de la cama para ponerse los vaqueros.
Rubius lo miraba con una expresión tan ansiosa que su erección matinal era diez veces peor de lo normal. Para disimular, entró en el cuarto de baño sin decir nada.
Cuando salió, le esperaba una taza de café.
-He puesto el café del termo sobre la estufa. Está tan fuerte que mataría a un oso, pero después de lo de anoche... yo no sé tú, pero a mí me viene bien la cafeína.
Mangel se tomó el café de un trago. Después, con los pies helados, se sentó en la cama y buscó unos calcetines en la maleta.
-¿Qué tal el hombro?
-Mejor.
-¿Y la cabeza?
-Me duele un poco. Eso es lo que me despertó. Eso y tu cuerpo desnudo a mi lado. No estoy acostumbrado a despertarme con hombres desnudos, bueno, ni con mujeres, prefiero largarme antes de esa conversacion incomoda del dia siguiente, ya sabes a lo que me refiero.
Mangel lo pensó un momento antes de contestar. Sería mejor no hacerlo.
-¿Seguro que no te duele el hombro?
-Bueno, está un poco hinchado, pero me he tomado una aspirina y ya no me duele.
Él dio un golpecito sobre la cama.
-Ven aquí. Voy a mirar ese hematoma.
Rubius obedeció a toda prisa, sentándose a su lado y bajándose el hombro del jersey, como si le pareciera lo más divertido del mundo.
-Entonces, ¿quién es él, Mangel?
Sus ojos se encontraron, a solo unos centímetros de distancia.
-Tienes un buen hematoma. Pero no está muy hinchado.
-¿Vas a hablarme de él o no?
-No es asunto tuyo, Rubén.
-Después de lo de anoche...
-Lo de anoche fue un error y tú lo sabes -lo interrumpió él, con los ojos oscurecidos-. Somos amigos y no quiero estropear eso.
-¿Por qué va a estropear nuestra amistad que yo te quiera?
Mangel contuvo el aliento. Aquellas palabras dolían. Mucho.
-Me quieres como amigo.
-Te quiero. Punto. Pero no me había dado cuenta hasta anoche.
-¿Por qué? ¿Porque te corriste? -preguntó él. Rubius se quedó boquiabierto. Le daba igual. Que se acostumbrase a su franqueza si quería seguir hablando del asunto-. Cualquier otro hombre se habría ofrecido a hacer lo mismo.
Rubius estaba tan inmóvil que casi parecía haber dejado de respirar.
-Yo no habría hecho eso con otro hombre.
-¿Ah, no? ¿Y los tíos con los que sales? ¿Son relaciones platónicas?
-Claro que no. Pero tampoco me acuesto con cualquiera.
-No nos hemos "acostado" literalmente. Fue... un momento raro y lo solucionamos como pudimos.
Rubius lo miró como si le hubiera dado una bofetada.
-¿Que yo te quiera es algo raro? ¿Estabas "solucionando" una situación incómoda?
-Maldita sea -masculló Mangel, levantándose. Solo llevaba despierto cinco minutos y él lo bombardeaba con cosas que no entendía, pidiendo respuestas que no podía darle-. No es eso y tú lo sabes. Rubius... tú eres muy importante para mí.
-Y no querías que sufriera, ¿no? Así que lo hiciste porque te daba pena.
-¡No pongas palabras en mi boca! Mira... sí, salgo con otras tíos. Y sí, ellos me llaman Mangel. Es un nombre que me pusieron en el insti mis amigos y casi todo el mundo me llama de ese modo. Menos tú, claro. Y que tú me consideres un ser asexuado, no significa que los demás hombres me vean así. A mí me gusta el sexo como a todo el mundo... igual que a ti.
Rubius, que tenía la boca abierta, la cerró inmediatamente. Pero no parecía haber escuchado ni la mitad de lo que había dicho.
-¿Es importante para ti? -insistió. Cuando Mangel ll miró sin entender, Rubius dejó escapar un suspiro-. El tío que te escribió esa carta dice que quiere volver a verte, que eres estupendo... Eso es verdad, pero tengo que saberlo... ¿Estás saliendo con él?
Rubén Doblas podía ser un hombre exasperante.
-¿Sigues con eso?
-Por supuesto. Tengo derecho a saber.
Mangel no podía decirle que el deseo sexual más básico lo llevaba a salir con otros hombres, pero que él era el dueño de su corazón.
-Salgo con hombres, cariño. ¿Eso es lo que quieres saber? No me gusta acostarme con cualquiera y no me enamoro de nadie. Busco hombres que quieran lo mismo que yo... satisfacción, placer, unas risas. Y si se ponen serios -dijo entonces, señalando la carta- les digo adiós.
Rubius dejó escapar un suspiro, aliviado a pesar de aquellas crudas palabras.
-Menos mal.
-He traído esta carta porque voy a escribirle para decir que no podemos seguir viéndonos.
-El pobre se morirá de pena.
Él soltó una risita.
-No creas. Solo es una cuestión de orgullo herido.
-Cualquier hombre se moriría de pena si te perdiera -dijo entonces Rubius, acariciando su cara-. Yo me moriría de pena.
Allí estaba, tan guapo como siempre, un poco despeinado, con los gruesos calcetines escondiendo sus pies. Parecía sincero y si no lo conociera tan bien, se lo tragaría. La increíble tentación y la necesidad de esconder sus sentimientos lo ponían furioso.
-Mira, Rubius, no quiero que me uses solo porque soy el único que tienes a mano en este momento. Estás acostumbrado a tener docenas de hombres y mujeres a tu alrededor, suplicando tus favores...
-¡Eso es mentira! -exclamó él, asombrado.
-Es verdad. ¿Con cuántos estás saliendo ahora mismo? ¿Cuatro, cinco? ¿Una que otra pobre chica? Chascas los dedos y ellos acuden corriendo. Pues lo siento, pero yo no. Yo no soy uno más.
Rubius apretó los puños.
-Desde anoche no estoy saliendo con nadie -gritó, furioso-. Y solo te quiero a ti.
Mangel negó con la cabeza.
-Pues lo siento, cielo. Porque seguramente yo soy el único hombre al que no puedes tener.

Atrapados en la Nieve (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora