CAPÍTULO 7
Rubius observó a Miguel abrir la puerta de un tirón para buscar más leña. La camisa blanca se ajustaba tanto a su anchísima espalda que parecía a punto de estallar.
La nieve entró en la cabaña al abrir la puerta, haciéndolo temblar de frío y de deseo al mismo tiempo. Miguel... Mangel, era un semental. Un hombre sexy como el pecado y guapísimo de la muerte. Si se combinaba eso con sus otras cualidades, las cosas que siempre le habían gustado de él, como su gran corazón, su lealtad y su ternura... no tenía una oportunidad. Su corazón latía de amor no correspondido.
Aquella mañana, Miguel tenía el pelo de punta. La sombra de barba oscurecía su mentón y su olor a hombre era casi demasiado para Rubius. Hubiera querido apretarse contra él, olerlo y comérselo.
Había estado ciego hasta entonces, pero acababa de descubrir por qué salía con tantos hombres y por qué ninguno lo satisfacía: porque siempre estuvo enamorado de Miguel Ángel Rogel. Ahora y siempre, sexual y sentimentalmente. De cualquier forma posible.
Él pensaba que era un coqueto, una frívolo. Y, la verdad, no podía culparlo.
-Deja de mirarme -dijo él, echando leña en la estufa.
-No puedo evitarlo -replicó Rubius, sinceramente-. Que sepas que estoy aquí, sintiendo cómo cambia mi vida.
Mangel se cruzó de brazos.
-¿No me digas?
-Estoy pensando cosas muy profundas -le aseguró él-. No es fácil admitir que una ha sido una idiota total durante años y años.
-Eso es ridículo, Rubius -suspiró Mangel, pasándose la mano por el pelo. Después, se puso en cuclillas para mirarlo a los ojos-. Cariño, somos amigos. Muy buenos amigos. Lo que pasa es que estás confundiendo las cosas a causa de la situación. Estamos solos, atrapados por la nieve...
¿De verdad pensaba que era tan tonto?
-No. Lo que pasa es que te veo por primera vez y, por primera vez, compruebo cuál es mi reacción ante ti como hombre -replicó Rubius-. Lo digo en serio, Miguel. Como tú, a mí no me gusta acostarme con todo el mundo. Sí, he tenido muchas relaciones, pero eso es porque estaba buscando algo que no podía encontrar, algo que acabo de descubrir.
Mangel se puso de pie.
-No quiero oírlo.
-Pues te aguantas -replicó él, levantándose a su vez. Pero como era mucho más bajito se subió a la cama para mirarlo a los ojos-. Te quiero. No solo como amigo, sino de todas las formas posibles. Ningún otro hombre podía convencerme del todo porque no eras tú. Y nunca pensé en ti porque, como tú mismo has dicho, nunca he querido verte como lo que eras.
-Un hombre.
-Eso es. Al menos, no como un hombre con el que podría acostarme.
Él sacudió la cabeza.
-Que te acariciase anoche no significa que yo sea el hombre perfecto para ti.
Furioso, Rubius le dio un puñetazo en el hombro.
-¡No es solo eso! Eso ha sido lo que me ha quitado la venda de los ojos, pero incluso antes... había empezado a verte de otra forma. Cuando atropellamos al ciervo, cuando me curaste el hombro... Yo siempre te había admirado como persona y no puedo decir eso de todos los hombres. De lo que no me había dado cuenta era de la atracción que sentía por ti y eso era porque nos conocemos hace tanto tiempo que solo nos veíamos como amigos.
-¡Habla por ti mismo! -exclamó él entonces-. A mí me has gustado desde que era un adolescente. Y te he visto mover el trasero por toda la ciudad, sabiendo que a mí ni me mirabas. Así que vale, somos amigos. Y dejémoslo así.
El corazón de Rubius se aceleró. ¡Él también lo veía como algo mas que un simple amigo!
-Miguel, tú sabes que no se me dan bien las sutilezas. Yo voy detrás de lo que me gusta.
La expresión del hombre se endureció.
-¿Es una amenaza?
-Una... advertencia. Te quiero y no pienso esconder mis sentimientos -replicó él. Mangel lo miraba, boquiabierto-. Piensas que soy superficial y que no sé lo que quiero, pero te equivocas -dijo entonces, poniéndole las manos sobre los hombros, tan duros como el mármol.
Lo quería desnudo. Lo quería en la cama para poder explorar su cuerpo a placer. Y no le importaría nada estar atrapados allí durante tres o cuatro días.
-Rubius...
-Miguel...
Inclinó la cabeza para besarlo y, para su sorpresa, él no se apartó. Tampoco lo abrazó, pero no pasaba nada. Había sido tan idiota que entendía que no confiara en él del todo. Pero le probaría que estaba diciendo la verdad.
Rubius levantó la cara y se apretó mas contra Mangel. Su posición en la cama lo colocaba por encima de él. Lentamente, con una especie de suspiro ronco, Mangel enlazó los brazos alrededor de su cintura y movió la cara hacia arriba. Rendido, empezó a acariciar un pezón con la nariz y después con la boca, a través del jersey.
Enredando los dedos en su pelo, Rubius dejó escapar un gemido. Él deslizó las manos hasta su trasero, sujetándolo, apretándolo contra él.
Y entonces oyeron el sonido de unos pasos en la nieve.
Se separaron justo cuando alguien golpeaba la puerta.
-Quédate aquí -dijo Miguel. ¿Dónde iba a ir?, se preguntó él-. ¿Quién es?
-¡Charles Burkhardt! He visto el humo de la estufa. ¡Esto es allanamiento de morada!
Miguel abrió la puerta y Rubius vio a un hombre mayor de ojos azules y barba blanca.
-Buenos días.
-¿Qué están haciendo aquí? -preguntó el hombre, con expresión acusadora.
Mangel dejó escapar un suspiro.
-Mi jeep se salió anoche de la carretera y nos cobijamos aquí para huir de la nevada. ¿Es usted el dueño de la cabaña?
-No, soy su vecino.
-Le pagaré lo que usted considere conveniente. Así compensaremos al propietario.
Burkhardt miró alrededor y cuando vio el rostro preocupado de Rubius, su expresión se suavizó.
-No han roto nada, ¿no?
-Bueno... la verdad es que entré por una ventana y puede que haya roto el cerrojo al forzarlo. Pero, si no le importa, le agradecería que nos llevase al pueblo más cercano. Y si me da el número del dueño de la cabaña, yo mismo lo llamaré para explicarle lo que ha pasado.
-Tengo el camión en la carretera -dijo el hombre-. Además, pensaba ir al pueblo de todas formas.
Cinco minutos después, estaban sentados en la cabina del camión. Rubius, entre los dos hombres, tan contento. Pero Mangel se sentía incómodo y frustrado.
Podía haber hecho realidad su eterna fantasía, pero su orgullo le impidió aprovecharse de la que seguramente había sido su única oportunidad en la vida.
Rubius permanecía extrañamente silencioso. Sus muslos se rozaban, pero dudaba que notara el efecto que ejercía en él. La noche anterior había estado tan dispuesto, tan dulce, tan entregado...
Era un idiota.
Cuando llegaron al pueblo, Burkhardt le dio el número del dueño de la cabaña, que estaba en Illinois y solo la usaba en verano. El propietario le dijo que el cerrojo de la ventana siempre había estado roto y ambos acordaron que cien dólares era una cantidad suficiente por usar la cabaña una noche. Mangel le dio un cheque a su vecino y se despidieron amistosamente.
Rubius llamó a sus padres, que insistieron en ir a buscarlo, especialmente cuando Mangel le quitó el teléfono y les dijo que se había hecho daño en un hombro.
En cualquier caso, no tenía sentido quedarse con él porque pensaba ir con la grúa para intentar sacar el jeep de la carretera.
Sus padres llegaron una hora después y, como siempre, lo abrazaron como si fuera de la familia. Los Doblas no sabían que todo había cambiado entre ellos. Pero Mangel solo podía pensar en eso.
Observaba atentamente a Rubius, pero no sabía qué decir, cómo arreglar la situación.
Sus padres esperaron en el coche mientras se despedían.
-Me voy a casa -dijo él, tan alegre y despreocupado como siempre.
Y, por alguna razón, eso lo molestó.
-¿Estamos... bien? -le preguntó, acariciando su mejilla.
La sonrisa de Rubén era maliciosa y traviesa.
-Estamos estupendamente. Miguel, si tú confiaras en mí la mitad de lo que yo confío en ti, los dos seríamos más felices.
Mangel sacudió la cabeza. Rubius era un misterio para él. Ll amaba, pero casi nunca lo entendía.
-Rubius...
-Calla, tonto -lo interrumpió él, poniéndose de puntillas para besarlo en la boca. Allí, delante de sus padres, que miraban la escena boquiabiertos-. Te quiero -susurró sobre sus labios.
Después, se dio la vuelta moviendo el trasero y entró en el coche como si tal cosa.
Para ser un hombre alto, no demasiado musculoso, forrado en ropa y con un hombro lesionado, Rubén Doblas sabía mover el trasero con efectos devastadores.Rubius seguía sonriendo como un tonto.
-Eso ha sido muy interesante -dijo su madre-. ¿Algo de qué hablar esta noche, en la despedida de soltera?
-He cambiado de opinión. No voy a la fiesta.
-¿Cómo que no?
-No -rio él, sintiéndose estupendamente. Y muy enamorado-. Tengo algo más importante que hacer.
-¿Y tiene algo que ver con Miguel?
-Por supuesto.
Sus padres soltaron una carcajada.
-¡Ya era hora!~•~•~•~••~•~•~•~~•~•~•~•~~
Bueno nenas, me pasaba por aqui para avisar que solo qieda un capitulo de este fanfic, es corto pero me parecio buena opcion ya que es primera vez que adapto algo y al parecer no es tan dificil. Lo digo porque normalmente es cosa de cambiar nombres y era, pero en este caso era un pareja heterosexual y todos los fanfics que adaptare seran así, asi que tampoco es tan facil pero tengo tiempo libre asi que buehh jajajaja espero que lo hayan disfrutado tanto como yo 😌
Otra cosa, de que otro ship les gustaria que fuera la siguiente adaptacion?🤔 estaba pensando en hacerla de rubelangel pero si les gusta otra estoy abierta a sugerencias, eso si, excepto Wigetta, no tengo nada contra ellos, simplementente no me gustan, que nadie se ofenda🙄
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Atrapados en la Nieve (Rubelangel)
ФанфикRubén siempre había visto a Mangel como su mejor amigo, nada más. Y él, fastidiado, había tenido que verlo salir con un montón de hombres y mujeres. Lo último que Rubén parecía desear era una relación estable. Un día, sin embargo, atrapados en una t...