Capitulo 4

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Mangel no podía soportar verlo temblando de frío. Sabiendo que lo primero que necesitaba era un poco de calor, hizo varios viajes al porche para buscar leña. La pequeña estufa los calentaría estupendamente, pero no sabía si la palidez era por el frío o por el dolor en el hombro.
Una vez encendida, acercó la silla y lo arropó con la manta. A pesar del frío, empezó a sudar al sentir la cercania de su piel bajo sus manos. A él no le afectaba, incluso parecía agradecer el contacto. Pero Mangel dio un paso atrás.
-Enseguida entrarás en calor -dijo, con voz ronca.
Los enormes ojos verdes se clavaron en él.
-Siéntate aquí, a mi lado. Tú también tienes que entrar en calor.
Él negó con la cabeza, apartando la mirada.
-Quiero sacudir las sábanas y colocarlo todo antes de que se haga de noche.
-¿Qué traes en esa bolsa de papel?
-Algo de comer.
-¿Tienes chocolate? -preguntó él.
Mangel sonrió.
-Llevo fruta y algunas barritas energéticas.
Rubius arrugó la nariz.
-Qué asco. Cosas sanas.
Mangel supuso, por el gesto, que aquella era una evidencia más de lo aburrida que le parecía su vida, de modo que no replicó. Una vez colocados los suministros sobre la mesa, encontró una sartén y salió al porche para limpiarla. Después de llenarla de nieve, la colocó sobre la estufa.
-Agua -explicó, antes de que él preguntase-. Tienes que tomarte una aspirina.
-Gracias. La verdad es que me duele el hombro.
Cuando Mangel había visto el hematoma en la preciosa y blanca piel se puso furioso. Verlo herido y helado de frío le encogía el corazón, pero no podía hacer nada en aquellas circunstancias.
Después de sacar las sábanas al porche para ventilarlas hizo la cama con la precisión de un recluta y la arrastró cerca de la estufa.
Rubius tragó saliva, sus ojos clavados en el colchón.
-Supongo que vamos a pasar la noche aquí, ¿no?
-Eso parece.
-Ah.
La cabaña empezaba a estar calentita... y él también, de modo que se quitó la chaqueta. Estaba húmeda por la nieve y se dio cuenta que la ropa de Rubius también debía estarlo.
-Estás mojado -prácticamente lo acusó.
Él abrió mucho los ojos, con expresión culpable.
-¿Qué?
Mangel se puso en cuclillas para explicárselo.
-Las botas, los pantalones, probablemente hasta los calcetines. Tienes que quitártelos para que se sequen.
-De eso nada -murmuró él, envolviéndose aún más en la manta-. ¡Y deja de tratarme como a un niño!
Eso lo pilló desprevenido.
-Créeme -dijo, observando sorprendido el brillo de beligerancia en los ojos verdes-. Sé perfectamente que eres todo un hombre.
Rubius se puso colorado, pero aceptó que su amigo le quitase la ropa húmeda. Primero le quitó la manta y después, el abrigo. Estaba temblando mientras le quitaba botas y calcetines.
Por fin, llegaron al pantalón. Aquello no iba a ser fácil para Rubius, pero desde luego iba a ser mucho más duro para Mangel, que se aclaró la garganta, incómodo.
-Tienes que quitártelo, cariño.
Él levantó la barbilla.
-¿Y tú qué?
Mangel se encogió de hombros, intentando aparentar tranquilidad.
-Yo también voy a desnudarme.
Rubius movió los pies desnudos, nervioso.
-¿Y?
-Y voy a meterme bajo la manta contigo. Así... nos daremos calor.
Para su sorpresa Rubius asintió.
-Muy bien.
Cuando se inclinó para quitarse los pantalones, hizo un gesto de dolor.
-¡Ay! Mi hombro.
El corazón de Mangel se encogió. Se sentía como un canalla porque la situación lo excitaba, mientras el pobre lo estaba pasando fatal. Ojalá le doliese a él, pensó.
-Espera, voy a sacar las aspirinas -murmuró, buscando en el botiquín.
Lo ayudó a tomarse la pastilla y después, tragando saliva, le pasó un brazo por la cintura.
-¿Qué haces?
-Agárrate a mí. Yo te quitaré los pantalones.
Mientras desabrochaba el botón, Mangel tenía que hacer un esfuerzo para olvidar que estaba con Rubius, el hombre al cual deseaba más que a nada en el mundo. El hombre al cual había deseado siempre.
El hombrd que solo lo veía como a un amigo.
Cuando le bajó el pantalón, rozó el redondo trasero y la suave piel de sus piernas. Hubiera deseado quitarle el boxer también, pensaba, temblando. Y besarlo por todas partes...
Rubius apretó sus hombros.
-¿Miguel?
Él se dio la vuelta.
-Métete en la cama.
No quería volver a mirarlo hasta que estuviera tapado hasta las orejas. Unos segundos más tarde, escuchó el sonido de los muelles mientras él colgaba la ropa por la habitación. Pero después de cerrar puertas y ventanas, decidió que había esperado suficiente.
Y cuando se volvió, su corazón se detuvo durante unos segundos. Rubén allí, tumbado, con el pelo totalmente alborotado, los ojos suaves y los labios húmedos. Esperándolo. Tuvo que carraspear para que le saliera la voz.
-Hay que poner hielo en ese hombro -dijo con voz ronca.
-¡Pero si estoy entrando en calor!
-Así te dolerá menos -insistió él-. Además, de ese modo bajará la hinchazón.
-Prefiero que me duela antes de morirme de frío.
Mangel ignoró sus protestas y se sentó al borde de la cama, a su lado. De nuevo, empezó a desabrochar los botones del jersey. Rubius temblaba.
-El hielo es bueno para los hematomas.
Cuando apartó el jersey intentó no prestar demasiada antencion a tu piel, pero notó que sus pezones se endurecian lentamente y hubiera querido tocarlos...
Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para concentrarse en el hematoma del hombro. Con cuidado, apartó el jersey y buscó un puñado de nieve.
Rubius cerró los ojos y él no pudo evitar darle un beso en la frente mientras apretaba la nieve contra su hombro.
-No pasa nada -murmuró cuando lo sintió temblar-. Solo será un momento, cariño. Luego te encontrarás mejor.
-No puedo... soportarlo.
Le castañeteaban los dientes y eso le produjo una ternura inmensa.
Debía dolerle mucho, pensó. Y aunque era necesario bajar la hinchazón, no quería que tuviese frío.
-Yo te daré calor -le prometió, quitándose el jersey y la camisa.
Rubius lo miraba, atónito. Y cuando se levantó para quitarse los vaqueros... Aquello era demasiado. ¡Miguel desnudándose delante de él! Nervioso... y algo más, tuvo que contener un suspiro.
El dolor, pensó él, disgustado consigo mismo por su calenturienta imaginación. Colocó los vaqueros sobre una silla para que se secaran y cuando se volvió hacia Rubius, vio que los ojos verdes estaban clavados en su abdomen y más abajo...
-Oh.
Aquello era peor que la Inquisición. Nervioso, se metió en la cama y se cubrió con la manta hasta las cejas.
Él volvió la cabeza para mirarlo, sorprendido.
-Eres peludo.
El comentario despertó una carcajada. Y Mangel lo agradecía infinito porque de ese modo podía disimular una muy incómoda erección.
-La mayoría de los hombres somos, tonto. Tú simplemente no tienes tanto pelo -murmuró, rodeando la estrecha cintura con un brazo para darle calor.
Y en ese momento, con las piernas desnudas de Rubius rozándolo, estaba tan caliente como para derretir el Ártico.
El pecho de Rubius subía y bajaba con cada respiración, suavemente.
-Y eres muy sexy.
Parecía incrédulo. Y era lógico, ya que siempre lo había considerado solo un amigo. Es decir, una cosa sin sexo.
Mangel lo miró, intentando olvidar su erección, pero con el deseo encendiendo su sangre.
-Rubius...
Él lo miraba con los labios entreabiertos.
-¿Miguel?
La forma de pronunciar su nombre era casi una invitación. Estaba a su lado, calentito y suave, con un aroma indescriptible; el aroma de un hombre mezclado con el olor de la leña.
Mangel no podía decir nada. Lo que salió de su garganta fue apenas un gemido ronco.
-Dame un beso para que no me duela.
Un besito, se dijo a sí mismo. Solo un besito para distraerlo del dolor. Pero Rubius abrió los labios cuando se inclinaba y la suavidad de su boca lo abrumó.
Simplemente, se olvidó de todo. Olvidó que estaban aislados en una cabaña, que a Rubius le dolía el hombro y que solo quería darle calor. Olvidó que probablemente esperaba un beso amistoso. Nada más.
Cuando pasó la lengua por sus labios, Rubius emitió un sonido de sorpresa... y de aceptación. Los malditos calzoncillos eran demasiado estrechos, pensaba Mangel, sudando. Rubius parecía querer un beso de verdad y el corazón del hombre estaba a punto de estallar. Lo había deseado durante tanto tiempo... había imaginado aquello demasiadas veces como para poder apartarse.
Acariciando su mejilla con una mano temblorosa, se movió para colocarse sobre él sin hacerle daño. Lo deseaba, necesitaba sentir su cuerpo.
Sus ojos se encontraron y en ellos había una confianza profunda, un respeto y afecto recíprocos. Una ternura nacida del cariño. Con un gemido ronco, le comió la boca, buscando su lengua, besándolo como un hombre besa a otro hombre cuando espera una noche de pasión desenfrenada.
Lo besó como siempre había soñado besarlo...

Atrapados en la Nieve (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora