Rubius abrió los ojos y vio a Miguel inclinado sobre él. Sus ojos eran más oscuros de lo habitual y parecían llenos de consternación.
-¿Miguel?
-No es nada, cariño.
Tenía algo en la mano, algo que le estaba poniendo en la frente.
-¿Qué haces? -preguntó, un poco confuso por la herida y por su proximidad. Sentía el aliento del hombre sobre su cara, sobre sus labios. Incluso podía oler su colonia.
-No vuelvas a desmayarte. No me gusta nada.
-¿Me he desmayado?
-Como una damisela del siglo pasado -sonrió él-. Pensé que eras más fuerte. Y todo por un cortecito de nada.
Rubius recordó la sangre entonces.
-¡Mi cabeza!
Cuando iba a tocarse la herida, Mangel sujetó su mano y le dio un besito.
-Las heridas en la cabeza sangran mucho. Pero no es nada. Y ya te he puesto una venda.
Se sentía como una damisela. Y no estaba acostumbrado a eso.
-¿Cuánto tiempo he estado desmayado?
-Unos minutos.
Entonces se dio cuenta de que el asiento estaba reclinado y que Miguel estaba encima de él. Sin saber por qué, se puso colorado.
-Lo siento.
-No seas tonto -murmuró Mangel que, con intensa concentración, terminó de limpiar la sangre y se echó hacia atrás.
Tenía su entrepierna sobre las rodillas y, por primera vez en mucho tiempo, Rubius lo veía como a un hombre, no como un amigo.
-¿Te duele algo más?
Turbado por la íntima posición, él empezó a negar con la cabeza, pero el dolor lo hizo detenerse.
-¡Ay! El hombro.
Su jersey tenía una hilera de botones y, sin dudarlo, Miguel empezó a desabrocharlos. Atónito, Rubius solo podía mirar mientras él lo apartaba para examinar el hombro. Para su sorpresa, no prestó ni la más mínima atención a su torso desnudo.
-Tienes un hematoma. ¿Puedes mover el brazo?
Él hizo un gesto de dolor.
-Me duele, pero no creo que tenga nada roto.
-Seguramente está dislocado.
Mangel volvió a cerrar el jersey y después miró el bosque y la solitaria carretera.
-Pronto se hará de noche y no hay forma de sacar el jeep de la nieve.
-Puedes usar el móvil.
-Aquí no funciona. No hay cobertura en las montañas -suspiró él.
Rubius empezaba a ponerse nervioso.
-Entonces, tendremos que quedarnos aquí hasta que pase alguien, ¿no?
Los dos sabían que muy poca gente tomaba aquella carretera cuando hacía mal tiempo, sobre todo si estaba nevando.
-Hay una cabaña a medio kilómetro de aquí -dijo Miguel, tomando su chaqueta del asiento de atrás-. La hemos pasado hace un rato.
-¿Había alguien?
-No. Parecía una cabaña abandonada, pero nos vendrá bien.
-¿Una cabaña abandonada?
Rubius lo miraba, atónito, mientras cerraba el botiquín.
-No te muevas.
Como si pudiera ir a alguna parte...
Las botas de Mangel crujían sobre la nieve mientras iba hacia el maletero. De allí, sacó una manta y en ella guardó una linterna, el botiquín, un termo y una bolsa de papel marrón en la que Rubius no sabía qué llevaba.
-Has venido preparado, ¿eh?
-Todo va a salir bien. No te preocupes.
-Eso espero -murmuró él.
Si Miguel podía portarse como si no pasara nada, él también, pensó inclinándose para ponerse las botas. Miguel estaba a su lado antes de que pudiera ponerse el abrigo.
-Sal del coche. Yo te ayudaré.
La puerta del jeep estaba aplastada contra un árbol y tuvo que deslizarse hacia el asiento del conductor. Miguel metió el brazo y lo sacó como si no pesara nada. Su fuerza lo dejó sorprendido.
Una vez fuera, l9 apretó contra su pecho. Podía sentir el calor de su cuerpo a través del jersey y eso lo turbaba, pero él no parecía darse cuenta. Después, le puso el abrigo, incluso le abrochó los botones como si fuera un niño. Por último le puso el gorro, casi hasta las cejas.
-¿Estás bien?
Su actitud dominante lo excitaba, pero dudaba que se refiriese a eso.
-Sí.
-Cuidado -dijo Mangel, ayudándolo a subir la pequeña pendiente hasta la carretera-. Quédate aquí mientras yo saco las cosas.
Él estaba indignado. O quería estarlo.
-Puedo ayudarte. No soy un niño.
Mangel se detuvo, sonriendo tiernamente.
-Claro que no. Eres un hombre muy adaptable y muy competente.
-¿Qué quieres decir con eso? -preguntó Rubius, ligeramente molesto.
-Que no tienes nada que probar -contestó él, bajando de nuevo la pendiente para cerrar el coche.
Sorprendido por el extraño cumplido y la más extraña actitud, lo observó colocarse su bolsa de viaje al hombro y tomar la maleta con la otra mano. La nieve empezaba a cubrir el jeep.
El pobre iba cargado hasta las cejas, pero se negaba a aceptar su oferta de ayuda.
-¿No deberíamos dejar una nota o algo? A lo mejor, alguien pasa por aquí.
Mangel empezó a caminar y Rubius lo siguió. El sol se había puesto tras las montañas y las sombras empezaban a caer sobre el panorama nevado. Tenía la nariz congelada y casi le dolía respirar.
-Si dejamos una nota podría encontrarla cualquiera. Y estaremos solos en la cabaña, sin protección.
La palabra "solos" parecía hacer eco en el solitario paisaje. Rubén tragó saliva, intentando controlar su imaginación. Pero su imaginación parecía decidida a pintar un Miguel sin camisa.
Él lo miró, sus ojos eran oscuros y misteriosos.
-¿Te encuentras bien?
Concentrándose en el hecho de que Miguel era un buen amigo, nada más, Rubén asintió con la cabeza.
-Perfectamente.
Y siguieron adelante.
No le gustaba admitirlo, pero las botas de él eran mejores para la nieve, aunque las suyas molaran más. El caso es que se resbalaba.
-Ten cuidado. Mira por dónde pisas.
-¿Te esperaban en casa para cenar?
Mangel se encogió de hombros, y con aquel gesto la nieve que se acumulaba sobre su chaqueta salió despedida.
-No sabía a qué hora iba a salir de trabajar. Les dije a mis padres que quizá llegaría esta noche, pero que no me esperasen. ¿Y tú?
Rubén negó con la cabeza. Le dolía, como le dolía el hombro. El frío hacía que le dolieran todos los músculos del cuerpo.
-La despedida de soltera es mañana. Nadie me echará de menos.
-Mejor.
Quince minutos después, llegaron a la cabaña. Miguel dejó las cosas en el suelo y le dijo que esperase mientras iba a la parte de atrás. Rubén se apoyó en la puerta y lanzó un grito cuando él la abrió desde dentro.
-¿Cómo has entrado?
-Las ventanas no están cerradas. Solo he tenido que empujar.
-¿Esto no es un allanamiento de morada?
-¿Tienes una idea mejor?
-No, qué va -murmuró Rubén, mirando alrededor. La cabaña estaba tan fría por dentro como por fuera y no parecía habitable-. ¡Es horrible!
-Es mejor de lo que yo había esperado -replicó Mangel. Él lo miró, horrorizado.- Hay una estufa de leña y una cama. Esta noche podemos dormir aquí.
¿Una cama?
Miguel le dio un golpecito en la nariz.
-Siéntate. Voy a encender la estufa.
Le costó trabajo, pero consiguió mantener la boca cerrada.
-Eres un hombre de recursos. Me asombras -dijo por fin.
-De pequeño era boy scout, ¿recuerdas? Nos enseñaban a hacer estas cosas. ¡Hay que estar siempre preparado! -entonó él. Y Rubius supo que lo estaba pasando divinamente.
Recordaba haberle tomado el pelo de pequeño porque iba a los scouts, pero en ese momento lo agradecía infinito.
-¿Qué puedo hacer yo?
-Sentarte -contestó Nick, empujándolo suavemente hacia una silla de madera.
Después, vació el contenido de la manta sobre una mesa de formica y la envolvió en él. Incluso le frotó los brazos para que entrase en calor.
-¿Tú no tienes frío? -preguntó Rubius, sintiendo aquel cosquilleo otra vez.
-Yo puedo resistir -contestó él, como si eso fuera una explicación.
Pero en ese momento, no podría haber estado más de acuerdo. Desde luego que podia resistir. Pero eso no duraria por siempre.
Y estaban solos en una cabaña.
Con una cama.

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Atrapados en la Nieve (Rubelangel)
FanfictionRubén siempre había visto a Mangel como su mejor amigo, nada más. Y él, fastidiado, había tenido que verlo salir con un montón de hombres y mujeres. Lo último que Rubén parecía desear era una relación estable. Un día, sin embargo, atrapados en una t...