El futuro de un rey

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La música le ayuda a viajar, donde un pueblo lejano, sin tributos ni jerarquías. Ha de tararear sobre los verdes pastales, correr con las ovejas y manchar sus manos con tierra fértil, son ásperas, con índices de futuras ampollas sobre si. Una realidad misteriosa, le intrigan los tipos de problema que podría obtener de aquella vida, cuando la cena es fruto de su esmero y sudor.




Sin embargo, comprende que sus deseos solo son canalizados con el instrumento, que jamás saldrán de su boca, ni de su caligrafía. Siente a las teclas resonar fuertemente contra sus yemas, es maravilloso, que con un movimiento todo se disuelva en alegres danzas invisibles. Niega suavemente, a pesar de la necesidad, esta pieza no es dedicada a su corazón, ni a su estructura.




El dueño se encuentra más allá de aquel ladrillo vestido de fuertes maderas, al final de las escaleras, junto a un amor de casa, intimo, especial. Le es difícil comprender aún, un rey, el ejemplo de muchos, ha caído vilmente entre garras juzgadas, las cuales, muestran uñas puntiagudas pero acarician amistosamente, alegres de recibir a un nuevo miembro de su mundo.






Porque es imposible describirlo de otra manera, un mundo, con millones de residentes y miles de esperanzas. Todas unidas, forman una sola, solida, sin dudas. Es pequeño, tanto que una hormiga se vería atrapada entre personas, por ello, necesita expandirse, para recibir a más con el mismo sentir. Con los mismas inquietudes.







Sabe que la nota que ejecuta no es la del pentagrama. Conoce que de improvisar no saldrá una obra maestra, pero, poco le importa. Sus pensamientos suenan, se comunican entre corcheas, sin necesidad de una letra guía en el castillo. Suele contarse por allí que las paredes oyen, cree afirmar ese hecho cuando su pecho comienza a contraerse repetidamente, satisfacción, eso es todo lo que cruza su mente, antes de entregarse fielmente al Dios musical.






Da una sonrisa efímera al aire, cuando sus ojos se empapan de lágrimas. La razón es bien sabida, mas no la aceptara por influencias orgullosas. Sus oídos afirman, su mente analiza y sus labios se fruncen. Porque la música alegra, también, adivina. Recae sobre él una clarividencia desconocida, aquella que nace en lágrimas y termina en sonrisas; cuando el estribillo se presenta puede ver el futuro, algunos fragmentos relevantes, terminando con su incertidumbre momentánea.





Le aterra, lo descompone sentimentalmente, pero sigue, porque esa pieza no es propia, ni lo será. Forma parte de su revelación no detenerse en caricias, además de, forzosamente, no interrumpir una despedida.





Suspira sobre el pecho ajeno, balanceando sus pies al compás de la melodía. Un escalofrió lo recorre junto a una mano en su cintura que, gentilmente, se disculpa, acariciando la zona. Da un giro revoltoso, que los acerca un poco más. No sabe cómo, pero se encuentran danzando en el amanecer, siendo bañados por el astro rey.





El escudero, le susurra cosas dulces, tal cual la voz ejecutándola. Palabras que sin duda anhela escribir, guardar para siempre dentro de un cofre, que solo ellos dos pudieran abrir. Promesas amorosas de presencia, sueño e igualdad, acompañados de discursos traviesos que no evita reprochar. La calidez los inunda, junto a la habitación.
El carmesí y el mar se encuentran, atraídos por la pieza entrando en su final. Se preguntan algo que desean olvidar, mientras sus labios lentamente se reencuentran. Celebrando se acarician, juegan, bebiendo del elixir eterno que, de seguro, reanimará a la llama sagrada. Abrazándose, desesperadamente.






El cuerpo tiene memorias, recuerdos de vidas pasadas, con el mismo desenlace.





Avanzan un paso más, hasta tropezar con el borde del colchón. Karamatsu se ve disminuido ante la situación, abrumado por un beso más allá de los labios. Su mente está en blanco, se pierde entre las sensaciones y sabanas rojas. No puede hacer nada, excepto rodear a su amor entre su piel, incitando al destino a concluir. Acepta el futuro, la unión, aquella ilimitada entrega. Además de, con seguridad, conocer que su compañero no se detendrá en dudas inexistentes.






Una suave caricia se siente directamente en su piel, los leves relieves del causante provocan la huida de suspiros lentos. Es una tortura, lenta, necesaria para más. Se estremece con una mordida en su oreja, mientras que la sangre se acumula por debajo de sus caderas.





Osomatsu se deleita al romper los vasos sanguíneos ajenos, sin estar del todo consiente. La culpabilidad le aflora, la posibilidad de causar dolor le carcome, le punza; Tal cual remolino dentro de sí. Sin embargo, el anhelo es más fuerte, podrá tolerar esas lágrimas ahora, es un acuerdo silencioso, mutuo, sin arrepentimientos. Su tarea se trata de provocar, causar sensaciones inexplicables que quiten el aliento en el solo recuerdo. Esta presionado, los estándares son elevados.





Deja a su cuerpo maniobrar a voluntad, encantado sobre la suavidad, se aventura a territorios jamás tocados por el sol, de matices similares a la nieve. Sonríe al encontrarse con un profundo rojizo en el rostro de su rey, aquellos zafiros lo miran expectantes, esperando la acción que los acercara, que precede al ansiado momento.






Posa sus labios sobre cada mejilla absorbidas por la calidez, en el mismo instante que, lentamente, su diestra elimina una prenda más.






Otra sinfonía interrumpe al impetuoso pianista, mancha su creación, la pinta fuera de líneas. Suele impresionar el cambio de atmósferas, tal el humor de los actores en una tragedia. Almas jubiles elevan sus armas, experimentando adrenalina, temor, incertidumbre.





Los amantes se ven forzados a despedazar su abrazo con cuchillas, a abandonar toda seguridad ajena. Ambos saben cómo deben proceder, han discutido sobre ello, han doblegado su opinión y afirmado en silencio. Es inevitable, imposible de detener. Se visten rápidamente, reluciendo seriedad, sin índices de sus anteriores actitudes.






Algo detiene al mayor, quedándose estático, observando a su color favorito vestir la espalda de su corazón. Se acerca, prolongando todo lo posible, tomándolo entre sus brazos, cubriéndolo del mundo.





- ¿Estás seguro? - Insiste, suplica, no puede imaginarse cumpliendo esas órdenes, a su parecer, descabelladas.






- Totalmente - Le asegura, dándose la vuelta. Puede ver el temblar de sus cejas y el intento cutre de sonreír. ¿Por qué es de esa manera? Si solo le dejara la oportunidad - Estaré bien, no es la primera vez que pasa - Ánima, trata de convencer.





- Pero - Es interrumpido por dos bellos dedos sobre sus labios.





- Ichimatsu necesitará un guía, debe llevar al refugio a salvo. - Ordena, con amabilidad - No me mires así, Jyushimatsu es excelente en el combate también - El eludido frunce el ceño, siendo como consecuencia una pequeña risa del emisor.





- No tiene mi habilidad - Retruca.





- Ni tu experiencia -Admite, acariciando su mejilla - Por eso debes ir con él, los guerreros más fuertes irán al frente, junto a mí, los alrededores quedaran desprotegidos, sería una desventaja mandar a alguien no conocedor de los caminos. El tiempo es clave, Osomatsu. Te lo encargo, por favor.






Suspira, ganándose una sonrisa fugaz y un beso en la nariz; Antes de encaminarse fuera de la habitación, dentro de los problemas.






Bajan las escaleras con rapidez, dedicándose una mirada al final, donde sus caminos se separan. Uno se encuentra con su apoyo, dirigiéndose a su valiente caballo, veterano en el arte de la lucha. Esplendoroso sobre su corcel y con la espada al tiro, se toma la libertad de mirar hacia atrás, a su castillo, su hogar, las paredes testigos de su vida, de su amor. Aunque gesticuló una promesa, bien sabido es, que su validez se encuentra escasa, que las batallas son inciertas, engañosas.



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Gracias por leer, seguir la historia y aguantar mis actualizaciones bipolares XDD ­¡Los amo!

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