1. El sonido del mar

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Jimin y Jungkook paseaban juntos de la mano por el paseo marítimo.

El menor caminaba con su cabeza apoyada en el hombro izquierdo del pelinegro. Sus manos se acariciaban una y otra vez, sin querer separarse.

—¿Te apetece comer algo? —le preguntó Jimin, mirándolo de reojo.

—Hm... —Jungkook se lo pensó un poco— La verdad es que tengo hambre. ¿Qué hora es?

Jimin sacó su móvil.

—Van a ser las seis.

Las tripas de Jungkook sonaron y Jimin empezó a reírse. El castaño también se acabó por reír.

—Siempre que digo la hora tus tripas suenan, ¿te das cuenta?

—¿No deberías saberlo ya? Llevas conmigo tres años, idiota. —dijo Jungkook, indignado.

—Tanta razón... —Jimin tiró de él para atraerlo hacia sí, y justo al hacerlo una bicicleta pasó por al lado.

—Casi me atropellan. —sonrió Jungkook.

—Casi.

Oyeron los gritos de unas chicas.

Ambos se giraron hacia ellas y Jimin distinguió que estaban a las puertas de lo que parecía ser un restaurante.

—¡Menudas chicas! —exclamó Jimin— Habrá que ir a comer allí...

Jungkook le pegó una colleja en la nuca, haciendo que separasen sus manos.

—Serás canalla —lo insultó—. Ya quieres ponerme los cuernos...

Jimin lo miró un momento y luego envolvió la cara del menor entre sus manos. Lo besó con ternura, no una, sino tres veces seguidas. Hizo el último beso un poco más largo, saboreando bien sus labios.

—Eres hermoso... —susurró Jungkook.

Jimin agarró su mano de nuevo y tiró de él hacia el restaurante.

Jungkook se pidió una crepe de plátano con chocolate y Jimin un batido de fresa.

Una chica joven y de muy buen cuerpo, según Jimin, les trajo una parte del pedido.

Nada más oler el batido, Jungkook fingió una arcada.

—¿Por qué siempre te pides esto?

—Eres malo... —Jimin hizo un puchero con los labios y se llevó la pajita a la boca para darle un buen sorbo a su batido— Son mis gustos.

—Podrías cambiarlos un poco. —empezó a reírse Jungkook.

—¿Te gustaría entonces cambiar la posición?

Jungkook sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. En tres años habían hablado mucho de sexo, pero le daba cosa hablarlo en público. Y eso Jimin lo sabía a la perfección, y le encantaba hacerlo.

—¿Quieres que sea yo el que muerda la almohada? —preguntó Jimin, removiendo lentamente el batido.

—Shh... Idiota. Ya estás con esa estúpida manía de enfadarme.

—Me encanta que te enfades.

—Park Ji Min...

—Su crepe, señor. —dijo la chica, depositando el plato frente a Jungkook.

—Muchas graci...

—Señorita —llamó su atención Jimin. Ella sonrió y asintió en su dirección—, ¿quién cree que muerde la almohada de los dos?

A Jungkook se le cayó el tenedor al suelo. La chica se sobresaltó más al oír caer el tenedor que al escuchar la pregunta del pelinegro.

—Espere —le dijo a Jungkook, agachándose a recoger el tenedor—, lo hago yo.

Jungkook suspiró y se llevó una mano a la frente. Los labios de Jimin esbozaron una sonrisa diabólica.

—Te mataré... —le susurró Jungkook.

—Señor... —respondió la chica, dejando el tenedor en la mesa— No entiendo bien su pregunta...

—No importa —concluyó Jimin, sonriendo de una forma más natural—, era una tontería. Muchas gracias por sus servicios.

La chica hizo una leve reverencia y se fue. Jungkook cogió el batido de Jimin.

—¿Qué haces?

El castaño escupió dentro de él. Jimin abrió la boca.

—No acabas de hacer eso.

—Oh, claro que acabo de hacerlo, señor Park.

—Jungkook... —empezó a advertirlo, volviendo a coger su batido para devolverlo a su sitio—Te estás ganando un buen castigo.

—No te tengo miedo. —sonrió Jungkook, y limpió el tenedor para pinchar un trozo de crepe y llevárselo a la boca.

Después de algunos piques más, salieron del restaurante y volvieron al paseo marítimo. Ya estaba anocheciendo y quedaba poca luz en el cielo. Todavía no se habían encendido las farolas, cosa que a Jimin le encantaba.

—Todavía no han encendido las farolas. —dijo, repitiendo las palabras de su cabeza.

—Cuanta menos luz artificial haya mejor... —coincidió el menor.

—Kook —dijo Jimin, apretando su mano. Jungkook le prestó atención.

—¿Quieres pelear de nuevo? —sugirió él, sonriendo.

—No, enano. Sólo vamos a escuchar el mar.

Ambos cerraron los ojos y respiraron profundamente. Por encima de todo el ruido de los coches y de los transeuntes, todavía podían escuchar el mar.

Todavía.

JiKook ➼ Todavía Donde viven las historias. Descúbrelo ahora