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El sol abraza cada rincón de la resplandeciente casa. Olor a jazmines y dulce miel se puede olfatear, hay mucho color y paz.

Un beso en la muñeca despierta a la bella mujer, su esposo susurra un «Ya es de día, amor». La sonrisa que le brinda al hombre de su vida es el mejor inicio del día.
Un besito en los labios y una suave invitación a tomar una ducha, palabras y miradas. Sus días brillaban.

Tomar un baño mientras se abraza a un ser especial, es la comodidad que uno pocas ocasiones se puede permitir, pero ahí estaban ellos, jugando con sus manos y cabellos. Sus oídos pican al recibir amor en palabras y la pirotécnica artificial interna pasaba a ser real en los ojos que miraban al otro. El reflejo de sus anillos matrimoniales les dejaba en claro cuán felices eran, la buena decisión que habían tomado al estar juntos para siempre y eso sólo se puede apreciar cuando se ven juntos bajo la cubierta de agua que les cubre y llena de conexión espiritual.

Les gustaba respirar el mismo aire, no podían estar separados por demasiado tiempo y de ser así, el dolor pasaba a ser físico. Es por eso que todo lo hacían en dúo. Sin embargo, no todo era así, cuando se daba la oportunidad de desempeñarse por cuenta propia, el otro siempre de los siempres estaba ahí para brindar el apoyo necesario. Es por eso que decían que eran un dúo son igual, no importaba quién o qué, los dos siempre se apoyaban o dejaban de lado cualquier actividad para estar presente. Eran un dúo que no necesitaba estar siempre en la misma posición, pero a la vez si, estaban no estando. 

A ella le fascinaba esa mirada que siempre encontraba posada en ella. Esa mirada que estaba ahí cuando ella se sentaba frente al tocador a ponerse bella como la dama distinguida que era. Su esposo se perdía en esa belleza natural que no necesitaba de adornos para resaltar, pero también sabía que su esposa moría por sus brazos y su ser. Se amaban en cada aspecto, esos detalles que no son el punto fuerte de uno, ellos lo hacían el punto máximo de su amor. Los defectos no eran eso, eran todo lo contrario. Lo imperfecto en ellos era perfecto juntos.

Pequeños labios rojos y cabello recogido junto a un vestido floreado que se adhería a su cintura gracias a un lazo dorado, así lucía su esposa. Preparaba el desayuno con esmero, le conversaba de algo que había leído en la gran biblioteca de su amado, o preguntaba por temas que desconocida siendo el último su enciclopedia andante que le daba cursos fáciles de entender mientras ella cocinaba y se desvivía por ser como una ama de casa sería.

Su esposo era un poeta con un cerebro realmente brillante, no había tema o dato que éste no conociera, y de no hacerlo, se empeñaría en encontrar la solución, en enriquecerse más, llenarse de conocimiento era su pasatiempo favorito, el segundo o quinto, es que había tanto por hacer, tantas actividades buenas como; tocar el piano, contemplar a su esposa, escucharle hablar, verle tocar su chelo, ver como respira, había demasiado. No puede elegir un pasatiempo número uno, pero todos pueden ser el uno en su lista, por ejemplo; susurrarle poemas románticos a su esposa mientras ella se sonroja y ríe ante las ocurrencias de su talentoso marido.

Si hablamos de conversaciones o comunicación, la mejor manera era mientras ellos hablaban en idioma musical. Eran discusiones pacíficas que se daban en cada nota que salía de sus instrumentos. Declaraciones de amor se daban con suaves entonaciones y una guerra podía ser anunciada de esa manera y sólo ellos la entenderían. Tenía esa manera de comunicarse, de hablar entre notas, cuerdas y teclas.

Y así, en medio de una conversación de ese tipo, después de tantos meses de intento, había logrado crear la melodía perfecta para anunciar la buena nueva.

Ellos creían en la familia, en ese lazo irrompible, querían enseñar y formar a alguien con sus mismos valores y percepción de la vida, querían ser una familia completa.
Sus intentos habían sido fallidos, pero la compañía del otro no dejaba que se entristecieran, fue duro golpearse con la desilusión, pero fue dulce saludar a la alegría del milagro de vida.

Su esposo le tocaba una pieza compuesta por él en sus años de noviazgo, y a pesar de los años, la sensación seguía siendo la misma. Su precioso esposo sonreía al verle, le movía los hombros y las cejas, era un coqueto. Le dedicaba un concierto privado como en muchas de las tardes, sin embargo, al terminar su pieza y querer continuar, ella tomó su chelo y pidió ser escuchada.
Sus dedos se pasaban tranquilos por la superficie y las cuerdas, controlaba las ganas de saltar a los brazos de su marido, pero debía terminar de anunciarse. Sus ojos se cerraban para contener la lágrimas de alegría que salieron al terminar su pieza y posar sus manos en su plano vientre. «Al fin, seremos una familia completa.»

Ese día lloraron, saltaron y sobre todo, tocaron juntos como en muchos de los conciertos que ya habían realizado. Eran tan felices que la felicidad no podía describir su estado, necesitaban una palabra más fuerte para definirse.

Durmieron acurrucados en los sillones que adornaban su jardín, cubiertos por mantas y brazos que protegían su 'pepita de oro'. Las estrellas les hacían compañía, velando y esparciendo su brillo y buenos deseos a quien se desarrollaba en el interior de una bella mujer que era la reina del corazón de un esposo que no hacía más que desear lo mejor en todo lo que se le fuera posible. Muchos sueños y esperanzas se forjaron a la luz de la luna y una bola de cristal anunciaba el destino que no pintaba como un arcoiris con ollas de oro. 

La noticia fue la más esperada, todos estaban felices por la bendición. Los orgullosos padres eran más que felices, no había noticia que les opacara, no existía más nada que su pequeña familia.

Eran días repletos de resplandor en una casa dónde 'habitaba' el amor.

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Han pasado horas desde el último intercambio de groseras palabras. Ese intruso no conocía la palabra respeto. El sujeto gritaba y golpeaba su puño contra la puerta, provocando que su temor se dispare hasta lo más alto del cielo. Por momentos guardaba silencio y él rezaba porque desapareciera de su propiedad, pero los momentos no duraban mucho, él continuaba con sus quejas después de haber tomado un descanso para recargar la batería de 'soy una persona que no se calla jamás'.

El reloj le decía que en cualquier momento el tipo sin respeto se rendiría y el podría leer algún libro en la tranquilidad de la biblioteca de su 'hogar', pero el reloj había resultado tener malas mañas, en especial la de las mentiras. El reloj marca el tiempo que transcurría en la espera de estar solo, sin embargo él invasor de propiedades se mantenía en protesta.
Seguían pasando las horas y las estrellas aparecían junto a la gran luna, y el sujeto no había hablado en media hora. Ya casi saltaba de alegría, pero entonces, unos suaves golpecitos se escucharon tras la puerta.

-Oye, ¿sigues ahí? Está haciendo frío aquí afuera. No tengo zapatos ni abrigo, ¿podrías dejarme entrar?- su voz se escuchaba cansada y se sintió tentado a responder, pero su experiencia le decía que a los extraños de lejos y a los conocidos también, más aún a los invasores. No respondió y dejó que su mantita le cubra de cabeza a pies.

-¡ESTÁ BIEN, NO ABRAS LA PUERTA. TENGO OTROS MÉTODOS! QUISE SER AMABLE, PERO ES A LAS BUENAS O MALAS!

A quien lea,
Hace mucho que no actualizo y en estos momentos me dije que al menos debería dejarles algo antes de desaparecer, por un corto tiempo. Gracias por el apoyo y perdón si es confuso.
Gracias por su apoyo a Sooffee, que ya está a uno del final, a Love letter que ya terminó y a mis otros escritos. Cualquier cosa, sientanse libres de escribirme.
Con mucho amor, Beevit.

DO-re-Mi-KyungSooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora