13 de julio, 4:30 p.m.
Desperté confundida en una camilla que supuse era la de la enfermería del instituto. Mi cuerpo se sentía entumecido y cansado. Mi mente luchaba por recobrar la claridad, temiendo el dolor y la confusión que había experimentado antes de perder el conocimiento.
—Al fin despiertas. —La enfermera me recibió con una sonrisa cálida mientras me colocaba una intravenosa—. Tus amigos están muy preocupados por ti.
Bajé la mirada hacia mis manos, que se sentían extrañas y adoloridas. Al observarlas, noté que estaban vendadas, y el recordatorio de lo que había sucedido me hizo fruncir el ceño.
—No me había dado un ataque de pánico desde los doce años. —Dije, dejando de mirar mis manos para centrarme en la enfermera—. ¿Por qué ahora?
—Suele pasar, cariño. Tal vez el estrés haya provocado el episodio. —La enfermera se dio la vuelta para recoger un frasquito pequeño de la mesa y me lo entregó—. Son vitaminas. Tu cuerpo está demasiado débil. El hierro te ayudará a recuperar fuerzas, pero tendrás que llevarlas contigo siempre y asegurarte de comer bien.
—Gracias. —Le sonreí con debilidad, aceptando el frasquito.
—Un placer, cariño. —Imitó mi gesto con una sonrisa—. Dejaré que tus amigos entren para que puedas hablar con ellos.
Me alarmé al escuchar eso. No estaba lista para enfrentar a Sam, ni a nadie por el momento.
—Por favor. ¿Podría pedirles que se vayan a clase? Ahora no me siento bien para hablar con nadie.
—Me temo que están muy preocupados por ti. Ya les pedí que se fueran a su siguiente clase, pero no se han querido apartar de aquella puerta. Deberías dejarlos que te vean, para que se queden más tranquilos.
—¿Cuánto tiempo he estado desmayada? —Pregunté, confusa. Al hacer esa expresión, un dolor punzante amenazó con brotar. Agarré mi cabeza con la mano derecha, tratando de calmar el malestar.
—Estuviste desmayada por una hora.
—Creí que habían sido solo minutos. —Dije, desorientada.
—Es normal. Tu cuerpo está muy cansado. Le hiciste mucho daño a tus manos por la presión de tus uñas; fueron cortes profundos. Tienes que aprender a controlar esas reacciones, cariño. Eso no puede volver a pasar.
Me removí incómoda en la camilla, intentando procesar la información.
—¿Cómo llegué aquí? —Pregunté, aún buscando respuestas claras.
—Venías en brazos de un muchacho. No sé su nombre, pero el chico llegó dando órdenes.
Un leve alivio y una nueva ola de confusión me invadieron al escuchar eso. Sebastián. No podía negar que me sentía aliviada de saber que él había estado allí, pero también estaba abrumada por la idea de enfrentarlos y explicarles lo que había pasado.
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Dos Piezas
RomanceAlida intenta dejar atrás un pasado atroz al mudarse a Londres, pero escapar de los fantasmas que la persiguen no será tan fácil. Ocultar su verdadera naturaleza se ha vuelto rutina para Alida, cuya vida dista mucho de ser normal. Nadie conoce el se...