Capítulo 10

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18 de Agosto, 9:30 p

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18 de Agosto, 9:30 p.m.

Finalmente, me había armado de valor para hablar con Sam sobre todo lo que estaba sucediendo, y las cosas habían cambiado de manera significativa desde entonces.

Sam se dedicó por completo a ayudarme. Pasábamos horas en la biblioteca, inmersas en una búsqueda frenética de respuestas en libros y en infinitas páginas de internet. Cada vez que parecía que estábamos cerca de una explicación, nos encontrábamos con teorías que se dirigían hacia el paganismo, un tema que ya conocía bien. A pesar de que la mayoría de lo que encontrábamos coincidía con lo que yo ya había aprendido durante años de búsqueda, no podía compartir con ella la verdad completa. Era un secreto que debía guardar, una promesa silenciosa a mi padre que me obligaba a mantener el silencio.

Los sueños extraños persistían, y un nombre que no lograba recordar seguía atormentándome cada noche, desvaneciéndose cuando despertaba. Quise hablarle a mi madre sobre lo que estaba pasando, pero cada vez que intentaba reunir el valor, una fuerza invisible me retenía. Sentía que debía guardar ese secreto, como un último vínculo con mi padre.

Luchaba por mantener mis emociones bajo control para evitar esos ataques de pánico que aún no lograba comprender del todo. Sam era mi única conexión con la realidad, mi ancla en este torbellino de incertidumbre.

Esa noche, mientras me preparaba para una fiesta a la que Owen me había insistido en asistir, sentía una mezcla de emoción y ansiedad. Era la primera vez en mucho tiempo que aceptaba una invitación y estaba decidida a disfrutarla.

Después de terminar de maquillarme, mi mirada se encontró inesperadamente con la chaqueta de Sebastián, olvidada en una esquina del lavabo. El rímel resbaló de mis manos cuando el recuerdo de su presencia me golpeó de repente, recordándome que aún conservaba una parte de él.

La escondí en lo más profundo de mi armario con frustración. No creo que la eche de menos; después de tanto tiempo, si no me la ha pedido de vuelta, probablemente ya la haya olvidado.

El vestido blanco que elegí para la noche era simplemente perfecto. Ceñido al cuerpo, con un escote elegante que no caía en la vulgaridad. No podía usar sostén con él, ya que la espalda era tan abierta que no dejaba nada a la imaginación. La tela abrazaba mi figura con precisión. Me llegaba un poco más abajo del muslo, y me sentía maravillosa con él.

Al llegar a la fiesta, Sam se me lanzó a los brazos con una alegría contagiosa.

—Pensé que nunca llegarías —dijo, mientras miraba a Sebastián, que conversaba animadamente con Cameron.

Mi corazón dio un vuelco. Aunque sabía que Sebastián estaría allí, no estaba preparada para el impacto de su presencia.

—Había mucho tráfico —respondí—. ¿Cuánto has bebido?

Hoy mi madre me había permitido usar su auto con la excusa de que iba a quedarme en casa de Sam.

La sonrisa de Sam se ensanchó, y me arrastró hacia la casa de su novio.

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