Leticia
Era la misma rutina de siempre, solía esperar dentro del auto y observar desde la lejanía como ella retomaba su vida tan normal como si nada hubiera pasado. Como si nada hubiera importado.
Pero hoy cambiarán las cosas. Sabía su vida. Sabía cada uno de sus pasos. Los sitios que iba, las personas que frecuentaba. Lo tenía todo calculado. Sólo debía esperar mi oportunidad. El momento indicado para actuar.
Mis manos estrangulan el volante con suma fuerza mientras espero impaciente que las horas transcurran. El nerviosismo me carcome por dentro, se que una vez tome la decisión no habrá vuelta atrás, no podré remediar lo que haga. Pero era su culpa, todo era su culpa. Ella me había empujado hacer esto, ella no debió dejarme, no tenía tal derecho.
Una carente carcajada de humor brota de mis labios mientras miro fijamente su casa desde el interior del auto.
¿De que le había servido? ¿Para aparentar en una sociedad tan hipócrita he insatisfecha como en la que vivíamos? ¿Para tener su consciencia tranquila y darle a los demás lo que esperaban de ella? Tan estúpida, tan ingenua.
Nuestro amor era verdadero, puro y único. Yo la amaba, la amo. Pero sus actos fueron como una apuñalada directa a mi corazón. Todo era perfecto, para ambas. Sólo debía ignorar los comentarios hirientes de los demas, aceptar lo que éramos y vivir con ello, aunque pareciera imposible. Juntas hubiéramos vencido todo, unidas hubiera sido más que suficiente.
Pero ella había decidido marcharse, sin importarle nuestro amor, mi amor por ella. Para poder vivir una vida normal sin críticas ni ataques. Para poder ser feliz.
Y ahora ella estaba con el. No le había bastando ni siquiera un mes para reemplazarme. Ahora salía sin vergüenza alguna por las calles, orgullosa de que las personas aceptaran su relación "normal". Feliz de vivir en una completa mentira que al final terminaría ahogándola.
—Maldito infeliz—mascullo entre dientes con rencor y pura ira retenida al recordar como el la tocaba y la besaba.
¡Ella era mía! ¿Cómo se atrevía?
Me remuevo sobre el asiento al sentir el enojo incrementar en mi interior. Yo era la única que podía tocarla, ella me pertenecía.
Observó la hora en el reloj de la radio. Sólo faltaban unos segundos para que ella saliera de su hogar. Mis ojos se colocan en la entrada de su casa, esperando ansiosa y nerviosa.
Siento una sensación incrustarse en mi pecho mientras la observó salir de su casa con él. Mis labios se vuelven una fina línea recta, mis manos se mantienen aferradas al volante mientras los observó a ambos con puro rencor y dolor. Habían pasado la noche juntos, podía saberlo por la forma en la cual ella lo miraba y le sonreía, así como solía hacerlo conmigo.
La imagen de sus mejillas sonrojadas al entrar en calor nublaron mi mente, el hecho de como se retorcía bajo mis caricias, como entre abría sus labios para dejar salir la más exquisita de las melodías para mis oídos. En como su pecho se alzaba al respirar apresuradamente, en como se sentían sus senos bajo mi tacto, su sabor en mi boca, la calidez de su cuerpo, sus curvas. La suavidad de sus labios. Su olor. Todo ella era perfecto para mí. Y el me la había robado.
Una lágrima traicionera se desliza por mi mejilla mientras los sigo mirando, viendo como ambos se sonreían como si no existiera nada más a sus alrededores, dándose un prolongado beso de despedida, para que así finalmente ella tome su camino diario al trabajo y el camine calle abajo con las manos dentro de sus bolsillos delanteros.
Sería el último. Podía jurarlo por lo más sagrado.
Mantengo mi mirada en ella hasta que se pierde de mi vista. Ella me había hecho tomar una decisión.
Enciendo el auto, sintiéndome reconfortada por el rugir del motor. Lo pongo en marcha, tomando el camino calle abajo. Una mediana sonrisa se forma en mis labios cuando lo alcanzó y esta a punto de cruzar la calle por un cruce solitario.
Mi pie pisa el acelerador tan pronto su cuerpo se coloca a mitad de media calle. Su rostro se gira rápidamente en mi dirección al escuchar el sonido de las llantas. Sus ojos miran paralizados como me acercó con suma velocidad mientras se queda completamente congelado en su lugar.
El auto atropella su cuerpo, haciendo que este embista bruscamente contra el parabrisas y que el cristal se llene de grietas. El cuerpo rueda por encima del capo hasta terminar sobre el frío asfalto, detrás de mi auto, completamente inmóvil.
Detengo el auto violentamente. Observó por el retrovisor como su cuerpo no se mueve, como se mantiene tan quieto sobre el pavimento. Aparto rápidamente la mirada para buscar mi cajetilla de cigarrillos en mi bolso junto con el encendedor. Coloco uno entremedio de mis labios y tan pronto lo enciendo, tomo una profunda calada que sostengo por unos segundos antes de soltar el humo por completo, sintiendo como mis músculos se relajan ante el acto.
Colocó mis manos nuevamente en el volante mientras mantengo el cigarrillo encendido en mis labios. Muevo la palanca de cambios y el auto comienza a retroceder con velocidad nuevamente. Mi cuerpo se sacude violentamente cuando el auto vuelve a pasar una vez más por encima del bulto que se encuentra en medio de la calle.
Me permito sonreír ampliamente complacida mientras tomo otra calada y dejó escapar una corta pero sonora carcajada de satisfacción.
Lo había hecho. No había marcha atrás.
Ese asqueroso bastardo no volvería a tocar nunca más lo que me pertenecía.