T R E S

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T r e s


Al fin, tengo mi propio lugar

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Al fin, tengo mi propio lugar.

Sé que probablemente no debería de sentirme dichoso estando lejos de mis padres, sobre todo de mi madre, pero siento un extraño alivio que no sentía desde hace mucho tiempo. Mi madre y su temperamento me agobiaban todo el tiempo y aún lo hace.

Ahora gracias al cielo, es un simple desastroso recuerdo.

Coloco mi taza de café frío sobre la mesa, junto a las tostadas untadas con mermelada de mandarina. La vista desde la ventana era simplemente relajante y tranquilizadora, justo lo que necesitaba desde hace mucho tiempo. Solo recordar la chillona voz de mi madre hacía que mi cabeza pulsara. Sus exclamaciones y su manera de gritar mi nombre alteraba todo de mi. Pronto empecé a sentir un extraño escalofrío recorrer por mi espalda hasta llegar a mi pecho.

Si, tenía que admitir que la extrañaba un 10%, pero un 90% de mis emociones estaban satisfechas con la mudanza y con mi nuevo hogar.

Mientras tomaba el desayuno, me dispuse a hojear el periódico de la mañana. Un silencio total envolvía mi casa y eso era demasiado bueno para mi. Ni siquiera había desdoblado el periódico cuando me percaté que la mitad de la portada estaba arrancada y justo me vino a la mente la guerra salvaje que había tenido con ese revoltoso perro de los vecinos.

<<Perro revoltoso. Igualito a su dueña>>

Ó eso creía yo, bien dice que los perros se parecen a sus dueños y según lo que había visto la noche anterior, eran casi gemelos. Una pulga peluda y enana había saltado directamente hacia mis zapatos no más puse un pie sobre las escaleras de mi propiedad. Ni siquiera me dirigía hacia su dirección cuando el revoltoso empezó a morder descomunalmente mi pantalón de marca negro. Cuando al fin pude liberarme de su ataque, quité las llaves de la puerta y justo cuando me disponía a entrar sentí como mis zapatos se sentían más pesados y mis pies se encontraban rodeados de un inmenso charco de orina de perro.

<<Hijo de...>>

Claramente traté de sacudir un poco mis zapatos para no esparcir la orina en toda la sala de estar, ni siquiera recordaba que la pulga desastrosa andaba suelta y justo cuando presentí que el perro iba a volver a atacar, una chica lo llama y me pide disculpas en su nombre.

Lástima que las disculpas no sean suficientes para enmendar mis zapatos importados desde Italia los cuales habían sido un regalo de un amigo y que pena que yo no andaba con ganas de sonreírle al mundo así que le sugerí que le enseñara modales a su can, algo patético, lose, pero me pareció una buena respuesta en su momento y esto solo ocasionó que la chica se alterara y empezáramos una acalorada discusión en donde terminé con un dolor punzante de cabeza y con mi calzado totalmente dañado.

Arrojé los zapatos al cumbo de la basura.

<<Mierda, si en el periódico hubieran dicho que esta ciudad era así de problemática, ni loco me hubiera venido a vivir aquí>>

La osadía de un corazón rotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora