Todavía recuerdo la última vez que te vi, incluso cuando han pasado meses.
Estaba cambiando mi ropa en el vestidor del gimnasio que se encuentra en mi escuela, cuando entró una llamada de un número que no tenía registrado, pero como siempre, lo reconocí.
Contesté, dudosa, para escuchar tu voz un poco rota, preguntándome dónde estaba.
En la escuela, ¿dónde más?
Dijiste que si podía esperarte una hora, que querías verme.
Después de tanto tiempo, ¿para qué querías verme si las cosas ya habían acabado? Pero de todas te contesté que lo haría; al colgar, entré en pánico, se me cortaba la respiración y no sabia si hacía lo correcto al verte.
Llamé a mis amigas, con lágrimas en los ojos así como con el corazón a punto de explotar, me calmaron y me dijeron que no tenía que temer, solo que no hiciera algo estúpido.
Cuando me llamaste, salí corriendo de la cafetería hacia la calle, entonces te vi.
Seguías siendo a quien amaba con cada latido de mi corazón, con cada respiro que daba.
Ni siquiera podías verme a los ojos, me preguntabas una y otra vez que si algo había cambiado, mis sentimientos o mi manera de pensar.
Antes de ese día, yo creía que todo había cambiado, pero supe que no era verdad al verte tan cerca y lejos a la vez.
Fui yo quien inició el beso.
Ya no recuerdo lo que era estar a tu lado, y estoy bien de esta manera.