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EL CASO ES QUE a las tres en punto estaba Rogelio a la puerta del colegio, con su mejor traje —que era tan solo bastante regular—, la barba recortada, el pelo arreglado y Bibiana cogida de la mano para que no se arrepintiera a última hora.

Entraron en el gran vestíbulo y Bibiana le pidió:

—Espera aquí un momento que voy a avisar a la señorita.

Luego, le repasó con la mirada y se quedó tan encantada que le dijo, de corazón:

—¡Qué guapo estás, papá!

—¡Cobista! —le contestó Rogelio, que, si estaba allí porque no podía soportar ver llorar a su hija, seguía receloso por la entrevista que le esperaba.

Bibiana desapareció, momento que Rogelio aprovechó para sacar del bolsillo trasero del pantalón una botellita de coñac, de la que ingirió un largo trago para tomar fuerzas. Justo le dio tiempo de guardar la botella, y ya estaba de vuelta Bibi, que le acompañó hasta una clase vacía en la que Tachi corregía ejercicios. Lo dejó en la puerta y le rogó por lo bajo:

—A ver si estás simpático, papá.

Y le dio un empujón. Rogelio no tuvo tiempo de ensayar su simpatía, porque Tachi, en tono gélido, le ordenó:

—Siéntese.

Obedeció y se sentó en una silla, que mas bien era de pupitre de niño pequeño, de manera que quedaba un poco ridículo, en una postura muy rara, tocándose, casi, la barbilla con las rodillas.

Sin tan siquiera darle las buenas tardes y apenas mirarle, Tachi sacó una carpeta de un cajón, la abrió y le espetó a Rogelio:

—Tiene usted muy buenos amigos en este pueblo.

Rogelio hizo un gesto de asentimiento con la cabeza, aunque ya se daba cuenta, por el tono de la frase, que la profesora no se contaba entre ellos. Y si alguna duda le quedaba, se disipó cuando la señorita le dijo:

—Por eso no está usted todavía en la cárcel.

Lo decía con gran tranquilidad, como si fuera la cosa más natural del mundo el que Rogelio tuviera que ir a la cárcel. Éste, justo pudo balbucear:

—Pe... pero, oiga...

—¡Óigame usted a mí! —le interrumpió con gran decisión Tachi—. En cualquier momento le van a aplicar a usted la Ley de Vagos y Maleantes...

—Pe... pero..., ¿cómo se atreve?

—Me atrevo a decirle lo que dice este expediente —y le enseñó la carpeta que había sacado del cajón—, que está detenido en el Ayuntamiento porque el alcalde es amigo suyo. Pero bien claro queda que es usted un vago, porque no trabaja. Y es usted un maleante, porque siempre está borracho. ¡Es usted un peligro para la sociedad!

Bibiana y su mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora