LO QUE OCURRIÓ en clase de historia fue sorprendente.
Estaba la señorita Tachi explicando la lección de los Reyes Católicos, que era de las más fáciles. Bibiana procuraba atender muy bien para luego no tener que estudiar en casa, porque eso le quitaba tiempo para sus encargos y paseos.
—Los Reyes Católicos —decía la señorita—, aunque estaban muy unidos, cada uno tenía su personalidad. Los dos mandaban por el estilo. Por eso, la divisa de su escudo rezaba así: «Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando».
Bibiana atendía muy bien y Quincho muy mal. O estaba mirando a la niña, o a la ventana, o al techo. Pero era raro que mirase a la profesora. Ésta se dio cuenta, se acercó a él y le requirió:
—Quincho...
El chico se distraía tan a conciencia, que la señorita tuvo que insistir en tono más alto:
—¡Quincho! —éste pareció que se despertaba—. ¿De qué estábamos hablando? — le preguntó.
El desconcierto del muchacho era tan absoluto que la mayoría de la clase se echó a reír. A Bibiana le dio pena y le sopló por lo bajo:
—De los Reyes Católicos...
La señorita se dio cuenta y advirtió a Bibi con un tono gélido:
—¡Bibiana...!
El tono fue desacostumbrado para dirigirse a su preferida, pero es que Tachi consideraba el soplar como una inmoralidad y una ofensa personal a ella misma. Por eso Bibiana no pudo seguir ayudando a Quincho y sucedió lo que sucedió.
—Vamos a ver —continuó la profesora, molesta, dirigiéndose al chico—: ¿Sabes tú por qué el lema de los Reyes Católicos era el de «tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando»?
El muchacho, como quien sale de un sueño, dijo con gran seguridad:
—Porque tenían sólo una bicicleta para los dos, y por la mañana montaba Isabel, y por las tardes Fernando. Por eso decía la gente que «tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando».
El estupor de la clase fue tal que, de momento, se hizo un silencio total. Hasta que se rió el primero, luego otro, y otro, y toda la clase se convirtió en un júbilo generalizado.
Toda la clase menos Bibiana, ya que mientras Quincho decía lo de que tenían una sola bicicleta para los dos, la miraba a ella fijamente.
La señorita Tachi logró restablecer el orden con esfuerzo.
Luego, le adviritió a Quincho que esta vez no se lo iba a consentir y que hablaría muy en serio con su padre. Cosa curiosa, el chico no parecía arrepentido.
BIBIANA SALIÓ del colegio con la cabeza baja. Procuró retrasarse y coger su bicicleta disimuladamente. Pero no le sirvió de nada. En medio del camino forestal la estaba esperando Quincho.
—¿Tú qué te crees? —le dijo sin rodeos—. ¿Que yo soy tan imbécil como mi hermana? ¡Esa bicicleta es suya!
Era el mes de marzo. Habían pasado más de dos meses desde que los Reyes le trajeron la bici, y nadie se había extrañado. Ni tan siquiera Elena Manzaneda. Cosa lógica, ya que la bicicleta, pintada de verde, no había quien la conociera. Pero, para su desgracia, a Quincho le interesaba todo lo de Bibiana, y tanto se fijó en ella que acabó cayendo en la cuenta.
Ahora, frente a la niña, quería hacerse el enfadado y por eso volvió a preguntarle:
—¿Qué te crees? ¿Que yo también soy imbécil?
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Bibiana y su mundo
Dla nastolatkówAutor: JOSE LUIS OLAIZOLA SARRIA De pequeña, todos la conocían por Bibi. Entraba y salía por las casas de la urbanización como si fueran suyas. Los vecinos se compadecían de ella por ser huérfana de madre y porque su padre, además de no trabajar, se...