Capítulo 5: Hermanos para siempre

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La negrura. De nuevo estaba sumergido en la penumbra. Sin nada a su alrededor salvo esos peldaños de mármol duro. Sin otra opción que la de ascender hacia el fulgor blanco que podía vislumbrar a lo alto. Finalmente, logró llegar hasta la cima. Ahí estaba el corredor y la pesada puerta metálica tras la que estaba el origen de la luz. Se acercó y posó sus manos sobre el pomo. Tiró con fuerza hasta dejar un hueco por el que pasar. Al otro lado estaba la inmensa caverna iluminada de paredes, que se perdían en las alturas y un techo que no llegaba a vislumbrar. Ante él se abría una extensa explanada nevada. Sentía sus pies estremecerse al contacto, aunque por más que mirara no sabía de donde podría haber salido esa nieve. Decidió seguir hacia adelante, ya que en realidad no había otro camino por el que ir, salvo volver atrás, a la temida oscuridad.

Paso a paso avanzaba sintiéndose cada vez más perdido en la inmensidad blanca. Podía sentir el gélido tacto de la nieve penetrar cada vez más en su interior. Todo su cuerpo tiritaba y sus ojos no hacían más que buscar algo que pudiera darle calor, vida. Su vista se perdía en el horizonte pálido de ese extraño mundo subterráneo. A ese ritmo no estaba seguro de poder aguantar mucho más sin sucumbir a la hipotermia. De golpe, sus pies pisaron algo duro, miró y se trataba de hielo. Sin darse cuenta se había metido de lleno sobre lo que debía ser un lago congelado. Lo extraño es que el lago ocupaba kilómetros. Era imposible que llevara tanto tiempo recorriéndolo sin haberse dado cuenta.

Volvió a tirar hacia adelante. No llevaba ni tres pasos cuando se clavó una astilla traslúcida en la planta del pie derecho. La sangre empezó a manar invadiendo la astilla y el hielo debajo de él. Se levantó el pie con la mano para quitársela mientras se maldecía. Al arrancarla, salpicó de rojo carmesí todo el suelo a su alrededor. ¿Cómo podía ser que le saliera tanta sangre? Se preguntaba alarmado. De repente, sintió un temblor en la superficie. Miró hacia abajo y descubrió horrorizado como todo el hielo se estaba tiñendo de rojo, del rojo de su sangre, expandiéndose circularmente a toda velocidad. No sabía que estaba pasando. El círculo de sangre creció hasta alcanzar un diámetro de unos cien metros y entonces paró. Empezó a reducirse a gran velocidad, a la vez que el temblor volvía con mayor intensidad. Observaba abrumado lo que sucedía pero era incapaz de moverse. El círculo sangriento se redujo hasta llegar a él. En ese momento, se alzaron bruscamente varias estalagmitas ensangrentadas a su alrededor y el suelo se resquebrajó. El agua debajo de él había desaparecido. En su lugar había una especie de agujero, de pozo que descendía como si de una tortuosa columna se tratara. Se precipitó ahogando un grito mientras veía desaparecer el cielo blanco.

Cuando recobró el conocimiento se encontró tumbado boca abajo en una orilla. Notaba el agua mojar sus piernas. No sabía como podía haber llegado ahí. No entendía nada. Se incorporó dolorido, como si le hubieran dado una paliza. Miró a su alrededor. Ahí estaba, el gigantesco árbol, su presencia y aura lo inundaban todo. Aparte de eso no veía nada. Empezó a recorrer la orilla mientras intentaba memorizar cada rama, cada detalle del tronco, todos los aspectos del árbol. Debía medir centenares de metros o kilómetros incluso. La verdad es que era incapaz de calcular la altura que podía tener, ni las distancias ahí. Era todo tan confuso en esa caverna...

Se levantó una fuerte brisa. Se giró para mirar en la dirección de la que procedía. No vio nada. Quiso seguir, pero entonces lo escuchó. Primero un rumor, luego cada vez más fuerte. Un sonido rítmico de golpeteos, como el galope de un gran animal. Se puso en tensión y volvió a mirar. Seguía sin ver nada. El ruido fue incrementándose hasta que ya fue imposible no ser consciente del mismo. Estaba casi encima de él. No sabía donde esconderse. Entonces, a tan sólo veinte metros de donde se encontraba, se estremeció el agua de la orilla como si hubiera habido una explosión. Acto seguido, volvió a reinar el silencio. Un silencio que lo inquietó aún más. Por más que forzaba su vista no lograba ver que podía haber creado ese estruendo. Dio varios pasos hacia el lugar. En ese momento, como un fogonazo que aparecía y desaparecía, lo vio. Era un caballo inmenso, todo él plateado, con ocho patas en vez de cuatro, que bebía el agua del lago. Fue tan sólo un instante, pero le bastó para quedarse paralizado por completo.

La marca de Odín: El despertarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora