Prefacio

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Kratos estaba a punto de rendirse. El dragón era enorme, fiero y estaba muy enojado... El muchacho estaba seguro de que, pese a su fuerza sobrehumana, no podría seguir enfrentándolo por mucho tiempo. ¿Cómo rayos había terminado a punto de ser rostizado por un reptil mitológico superdesarrollado? Ah, sí, por la culpa de su idiota hermano menor.

— No podré aguantar por mucho tiempo más, Kori — le gritó a su hermano, que lloraba en un rincón de la cueva abrazado a su aun más inútil neiruni, dejando claro que no sería de ayuda en un futuro próximo.

Kratos gruñó por lo bajo, estar con esos dos era peor que trabajar solo. Los lloriqueos de Kori y Kino, el bueno para nada de su animal guardián, ponían más nerviosa y enojada a la bestia.

— ¡Kori! ¡Me desconcentras!

— ¡E-es... Enorme! — chilló Kori, abrazando más fuerte a Kino.— ¿Cómo vamos a vencerlo? ¡Por Zeus, es enorme!

— ¡Es un dragón! ¡¿Qué esperabas, una lagartija?!— chilló Kratos exasperado.

En momentos como ese, el poder de Kori hubiera sido de gran ayuda. Desgraciadamente, no creía posible que su hermano aprendiera en tres minutos la manipulación del espacio y el tiempo que no había logrado comprender en quince años. Tal vez hubieran tenido una oportunidad de escapar si Kino no fuera tan cobarde, o si Kratos no hubiera cometido la idiotez de dejar a Niebla, su propio neiruni, custodiando la mansión familiar.

En teoría esta misión no entrañaba ningún peligro, pero no había contado con que Kori empezara a tocar las escamas de la criatura con un palo como si tocara un xilófono... y ahora terminarían calcinados por un estúpido dragón en alguna cueva ubicada en uno de los tantos agujeros entre el mundo humano y Emerald, una muerte absurda que no se reportaba desde hacía siglos. Acabarían carbonizados y, aun peor, ¡se convertirían en la vergüenza de la familia! Sus padres estarían tan decepcionados que seguramente tratarían de revivirlos sólo para matarlos de nuevo.

— ¡Vamos a morir!— sollozó Kori, abrazando tan fuerte a Kino que el neiruni parecía a punto de ahogarse. —Soy demasiado joven y guapo para morir, ¡al menos quería acabar el instituto antes de hacerlo!

— ¡Si no fueras tan cabezota, no estaríamos a punto de morir, Gregoriska!— escupió Kratos mientras se movía alrededor del furioso dragón, esquivando sus zarpazos con menos energía de la que desearía. Por suerte el condenado reptil seguía jugando y no había empezado a lanzar fuego...aún.

Kratos estaba de acuerdo con su hermano en una cosa: eran demasiado jóvenes para morir. Pero tenían todas las posibilidades en contra. No podrían salir vivos de allí... No los dos. Y aunque casi nunca estuviera de acuerdo con su hermano y por lo general tenía más ganas de asesinarlo que de pasar tiempo con él, se dio cuenta de que realmente lo quería. Tal vez estos últimos días juntos no habían sido tan malos después de todo.

— Kori, en cuanto te dé la señal, corre— dijo con voz pausada, casi resignada. Kori levantó la cabeza sorprendido, con sus ojos verdes, brillantes por las lágrimas, llenos de incredulidad. Realmente Kratos no quería decir eso, ¿verdad? ¿O es que tenía intenciones de hacerse el héroe sólo para dejarlo a él como un inútil cobarde?

— Si sólo uno puede salir vivo de aquí, quiero que seas tú— añadió el mayor, plantando los pies en el suelo e irguiéndose en toda su altura, tomando con fuerza la espada, decidido a pelear hasta el final para proteger a su hermanito. Y no podría haberse sorprendido más cuando sintió la mano de dicho hermano en el hombro y vio la misma determinación que él sentía reflejada en aquellos infantiles ojos verdes, ojos que en ese momento se veían incongruentemente duros.

— Si sólo uno puede salir vivo de aquí, no quiero ser yo. Papá me mataría por abandonarte. Y la vida sería muy aburrida sin mi insoportable hermano mayor— declaró Kori sonriendo ligeramente. Se veía nervioso, pero decidido.

— ¿Aún tienen intenciones de pelear o van a seguir hablando? Porque, sinceramente, no me gusta cuando la comida se pone sentimental.— retumbó la grotesca voz del dragón, interrumpiendo su momento emotivo. Ambos hermanos se miraron y rieron antes de enfrentarse a la enorme criatura. Incluso Kino había dejado su rincón y estaba enseñando los colmillos.

"Y pensar que todo esto empezó como unas simples vacaciones de fin de curso...", pensó Kratos antes de lanzarse al ataque.

Las locas y estúpidas aventuras de Kori y Kratos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora