UN ACTO DE REDENCIÓN II

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Me parece verme despertar, en mitad de la noche, tremendamente agitado. Me parece verme asomado a la ventana, con el pulso acelerado, tratando de recoger un poco de aire renovado. Me parece verme transitar por el pasillo, un pasillo largo, con la intención de saciarme la sed que me quemaba la garganta con un fuego extraño. Al cabo desandar el camino, de la cocina hasta el dormitorio, otra vez el pasillo penumbroso y la sensación del frío suelo en los pies descalzos.

Y finalmente, me veo empujando una puerta no tanto temeroso cuanto impaciente. Una puerta vieja y quejumbrosa, tras la cual aparece el fraile descansando sobre las delgadas sábanas de lino blanco. Y aún mejor : los pies del Padre desnudos y quietos y plácidamente reposados. Iluminados por un haz de claridad débil pero suficiente. Y ya en este punto se me aparece todo algo confuso, como si una niebla tenue presidiera el escenario.

De todos modos, me veo sorprendido por mi madre, alertada por las exclamaciones de indignación emitidas por el consternado fraile. Y justo en el centro de la escena aparezco yo, asido fuertemente a los pies del religioso, con la lengua vigorosa y la boca espumeante.

Sin duda alguna, aquel episodio tuvo sus consecuencias. Consecuencias personales. Espirituales. Muy graves. Consecuencias, si cabe, tanto o más vergonzantes. Pues durante bastante tiempo me vi arrastrado a una existencia disoluta e impropia de un creyente como yo. Perdido en un mar de vicio y pies malsanos. Hasta el punto de sentir desafección hacia mi propia persona. Asco. Sentimientos, por otra parte, absolutamente justificados.

Puesto que lo que estaba haciendo iba en contra de mi voluntad. Aunque, paradójicamente, era incapaz de reunir la voluntad suficiente para dejarlo.

Pero me niego rotundamente a seguir abundando en aquella época horrible y execrable. Solamente añadiré, al respeto, que mi madre acabo pagando los peores efectos de mis pecados. Unos efectos inevitables. Necesarios si lo que pretendía yo era salvarme.

Por lo demás, mi vida actual es apacible y en todo punto irreprochable.

Liberado de las viejas obsesiones que me dominaron en el pasado. Sin embargo, existe una cosa que me inquieta últimamente. Y bastante, además. Y es la adquirida costumbre de acariciar a todas horas los muñones de mi madre...

Aquí tenéis el final de acto de redención, espero que os haya sorprendido y gustado.

Esta parte, se la voy a dedicar a una persona, que con sus comentarios, hace que quiera escribir más y más y más; no desprestigio ninguno, al contrario, cada uno de ellos me encantan, pero estos son profundos, me ayudan a pensar, e incluso a inspirarme, hoy va para: Manu, gracias por comentar cada uno de los relatos con palabras tan constructivas, profundas y hermosos pensamientos. Y gracias también por esos libros que me has prestado para futuros personajes, da gusto escribir para gente que se implica y dedica un rato de su día en ti ( y eso último, va para tod@s los que me leeis ).

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