INCURABLES

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Todo el mundo tiene filias y fobias, vicios y aficiones, virtudes y defectos. Y yo, como ser humano que me precio, no iba a ser menos.

Permitan que me presente. Me llamo Lina, tengo 49 años y dos perros, que quizá ocupen el vacio de los hijos que nunca pude concebir. Soy viuda, enfermera de oficio y, creo, buena persona. No tengo vivios reconocidos y apenas aficiones que pueda destacar Las virtudes me las callo, por modestia. Y mis defectos, pienso yo, son los inherentes a los años y a una casi dolorosa soledad.

Pero algunos, los que me conocen poco y mal, añadirán al triste y más que gris currículo una patalogía que yo no reconozco como tal: me gustan los enfermos.

Me gustan los enfermos, sí. Nada particularmente extraño, bien se mire, empleada como llevo (o llevaba) tantos años en un hospital. Aunque mi querencia hacia ellos, si es que tiene algo de singular, es que me gustan especialmente moribundos. Nada de enfermitos del tres al cuarto que se ingresan por una noche o tres o cuatro, a lo sumo una semana o poco más, sino enfermos de v erdad, o de muerte, para entendernos. Y aunque francamente queda mal reconocerlo, en cuán peor estado se encuentran, tanto mayor instinto se me despierta.

Pero no se me vayan a escandalizar, todavía. Pues les prometo que las más de las veces me limito a cumplir con mi obligación: vaciar letrinas, tomar temperaturas, administrar medicaciones. Sólo en un par de ocasiones me habré extralimitado. Y por lo menos una de ellas sin prevaricación. Aunque tampoco es que haya tenido demasiadas oportunidades.

La primera fue con un enfermo mortal del pulmón. Un cancer galopante, para qué les cuento. Se trataba de un hombre joven, seguramente atractivo, pero malogrado por la enfermedad. Enseguida le tomé cariño. Nunca lo oí quejarse, ni lamentarse, siempre con la entereza firme hasta el final. No tendría familia, y si la tenía, jamás coincidí con nadie. Aunque me parece que estaba solo en el mundo, como yo, incluso más. Pues al menos yo tengo dos perros, para bien o mal, y él tristemente parecía un perro de lo abandonado que estaba. Quizás por eso empecé a obsequiarle mayores atenciones, sin discriminar a nadie, por supuesto, pero dispensándole el máximo de tiempo que me era posible ofrecer. Y con el paso de los días ( pocos, ya que el pobre aguantó escasamente quince) empecé a involucrarme más, y luego más, y luego más, hasta que llegó un punto que las noches que libraba no me regresaba a casa, con mis perros, sino que me quedaba en la habitación para ofrecerle mi compañía, una compañía que él ni apreciaba ni rehusaba, o al menos aparentemente, puesto que la mayor parte de aquellas veladas se las pasaba durmiendo, o fingiendo que dormía, y yo de vez en cuando le enjuagaba el sudor, de vez en cuando le tomaba una mano o le refrescaba los labios y la nuca con un paño bien empapado, siempre afanada en mi cometido, que incluso no me importaba ni su silencio ni la incómoda dureza de la butaca ni el cansancio acumuladoni, por qué no admitirlo, los eventuales episodios de aburrimiento que mitigaba con una lectura apacible o ya una duermevela de modorra más bien fatigosa. Hasta que una noche, de repente, me sobresaltó un ligero contacto entre frío e incandenscente sobre la pierna, que al principio atribuí a la imaginación más que al sueño, puesto que sueño, lo que se dice sueño no sentía, de modo que abrí los ojos lentamente, unos ojos seguramente enrojecidos, seguramente acostumbrados a la oscuridad de los párpados cerrados, y entonces comprobé que ni el sueño ni la imaginación me estaban equivocando, que la sensación de calor o de frío que presentía en la extremidad era real, como la vida misma, pensé, aunque luego seguro me arrepentí del símil, dadas las circunstancias, y con ayuda de la escasa luz que ofrecía la ventana de la habitación, descubrí la mano afanada del paciente en un penoso intento de caricia, que al principio se me antojó de una obscenidad fuera de todo límite pero que luego, en descubrir una protuberancia oculta bajo las sábanas, me suscitó lástima o deseo o una mezcla de ambas cosas.

Dicho así, ustedes pueden confundirme con una especie de necrófila. Nada más lejos de la verdad. Pues me gustan los enfermos, y perdonen la frivolidad, maduritos pero con caducidad: nunca caducados del todo.

No obstante, me atengo a las consecuencias de juicios paralelos que se puedan emitir. Puesto que, últimamente, empiezo a acostumbrarme a que se hable de mí. Incluso más de la cuenta.

Pero dejémonos de latosos digresiones y despachemos, lo antes posible, aquella segunda vez, a todas luces diferente a la primera. Pues el paciente de turno apenas era un adolescente arropado del cariño incondicional de unos padres fatigados pero atentos, de unos amigos que frecuentaban las visitas en el hospital, de unos familiares solidarios con la enfermedad. Al poco de llegar me tocó atenderle, habitación 69, si mal no recuerdo, leucemia en grado terminal. Y de nuevo la lástima, o lo que a ustedes se les antoje considerar, se apropió de mi. Sin embargo, no resultaba nada fácil hallarme a solas con el enfermo. Cuando no papá, mamá. Cuando no primos, amigos. O compañeros de colegio o vecinos o amigos de los amigos o de los primos o de los propios padres. Un fastidio, la verdad. Aunque afortunadamente (afortunadamente para mí, se entiende), el gradual empeoramiento del paciente restringió las visitas de un modo proporcional. Y ya en los últimos dos, tres días, no era extraño hallar la habitación a oscuras y en silencio, o apenas con el rumor de una respiración fatigosa o el llanto contenido de unos padres destruidos por el dolor. Pero como la agonía parecía prolongarse indefinidamente, indefinidamente, ello me permitió aprovechar un momento de debilidad por parte de los padres, a un hilo de la extenuación, y durante una de las contadas ausencias que se permitían ya de agotamiento, ya de resignación, me colé en el cuarto y me planté delante del doliente muchacho, más pálido y débil que nunca, y ese momento de intrusión, que con todo apenas duró unos pocos minutos, se me antoja una de las experiencias más excitantes ( y no digo la más excitante por aprensión, pues me gusta ser cauta y franca ) que he vivido.

De todos modos, ustedes no estuvieron allí. Y quizá, mis palabras, no alcanzan para hacerles una idea de lo que realmente vi. Pués dije pálido, pero a mi gusto, era algo peor que eso. Mucho pero. Lo recuerdo bien. Puesto que al retiara la sábana, lenta y ceremoniosamente, me hallé no ya con el prevesible cuerpo del muchacho en cuestión, sino en un cuerpo diferente, desconocido, o con un cadáver en ciernes o, sencillamente, con un espectro apenas reconocible por el pijama de rayas azules y blancas. Y es cierto que lo acaricié, suavemente. Primero, los brazos escuálidos. Luego el pecho, con los botones desabrochados. Un tacto terso, juvenil, apasionante. Pero frío. Todo el ser. Los muslos más, incluso. Unas piernas consumidas por el cáncer y la medicación, a penas con rastro de vello. Y es cierto que lo besé, en los labios. Labios fríos, también, ásperos y yermos. En la cara y el cuello. Besos castos. Todos, por eso.

Y los que ahora quieran extrapolar de los hechos acaecidos en aquella habitación de hospital, ni me afecta ni me quita el sueño. El caso es que terminé sorprendida por una madre indignada y reprendida por una jefa de planta que, además de fingir el doble de indignación, aprovecho para cobrarse una vieja deuda.

Y el resto es história.

O pronto lo será.

Ante mí tengo los resultados de mi última citología, y no puede pintar peor.

O mejor, según se mire.

Pues a medida que la enfermedad (fatal) se me haga evidente ( tez cetrina, ojos hundidos, mejillas descarnadas), iré gustándome más, y luego más, y luego más, y luego más.

FIN?

Hola a tod@s, que os parecio?? ante todo disculpad la demora no tenia internet, bueno sigo sin tener pero voy apañandonelas como puedo.

Este relato va dedicado a una nueva lectora que espero se pronuncie jejeejeje, un beso Ana y gracias por leertelo enterito y tus votos!! eres un sol.

En principio cuando pueda volvere a subir, con un par de relatos más, este libro se dará por concluido.
Hasta dentro de poco espero!!!!

Cretinos, monstruos y fantasmas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora