La noche avanzaba lenta pero inexorable mientras en el cielo la luna llena apenas visible estaba dejando paso al sol del nuevo día. Horas antes una lluvia de estrellas había recorrido el cielo en esa zona de San Sebastián. Los pueblos antiguos lo hubieran interpretado como una señal de los dioses, como el comienzo de una nueva era o el augurio de un momento en que era necesario ser esa estrella que, fugaz, cruza el horizonte y desaparece a los pocos segundos.
Efímero instante en que todo lo que uno quisiera ser estaba permitido.
Sin embargo en el interior de una gran oficina de telecomunicaciones había quienes eran completamente ajenos a este y cualquier otro suceso del cosmos. Los hombres de las modernas ciudades iluminadas, aquellos que pasaban sus noches en vela trabajando para cubrir inhumanas exigencias de un mercado agotador, no sentían la más mínima necesidad de mirar al cielo cuando el brillo de la pantalla en su computadora era mucho más apremiante y los papeles sobre sus escritorios no paraban de acumularse.
Maicol Ferrer se encontraba tecleando cifras en su portátil y para él era indiferente si era plena noche o estaba apunto de amanecer. Una taza hasta la mitad de café frío completaba la escena. Le dio un trago sin fijarse ya en las horas que llevaba sobre el escritorio. Otras dos tazas, ahora vacías, se encontraban un poco más alejadas sobre una pila de papeles que carecían de importancia en el momento. Mientras movía incesantemente los dedos sobre el teclado de forma automática la mente de Maicol se hallaba de alguna forma desconectada de su cuerpo y en las pocas veces que un pensamiento claro la cruzaba era siempre pidiéndole parar, descansar, desistir de su actividad y tirarse de inmediato en la primer superficie cómoda que se le cruzara para poder obtener el merecido descanso.
El sueño era casi incontenible. "Solo un poco más" se repetía en esos momento, y con esa convicción fue que se había pasado desde las 21:00 de la noche anterior hasta las 6:30 del nuevo día completamente despierto y sin detenerse más que para ir al baño, pues sus cafés así como la poca comida que había ingerido y otras pequeñas cosas más habían sido la tarea de su secretaria Jesse, quien siempre y sin que Maicol supiera muy bien porque se quedaba acompañándolo hasta que este decidía que había terminado y escapaba de la oficina a la pieza que alquilaba, para dormir.
Las palabras de la computadora se borronearon frente a sus ojos y por un segundo se imaginó que Jesse abría la puerta de su oficina y entraba trayendo consigo una manta y una cómoda almohada bajo el brazo. Hasta pudo escuchar el suave "pick, pick, pick" de sus tacones finos sobre las baldosas perfectas del suelo.
Maicol tecleo el último número y la oficina a su alrededor giró sobre sí misma. Las paredes parecian pequeñas y frágiles. Asfixiantes. Sabía lo que eso significaba, su cuerpo y su mente le estaba pidiendo que parara y si no les hacia caso... había sufrido desmayos antes y eso le enseño a evitarlos, ¿la mejor manera? detenerse en ese momento y descansar, cuando lo hubiera hecho podría continuar.
Guardó todos sus archivos quitándose las gafas y bostezando.
Con esfuerzo se levantó, le pareció que había estado sentado demasiado tiempo y moverse sin marearse o tambalearse fue difícil. Recogió sus cosas con parsimonia y efectuando otra serie de bostezos, para luego dirigirse a la salida más cercana, mientras se refregaba los ojos que ahora insistían en cerrarse. Al cruzar por la sala de recepción no pudo evitar desviar la mirada hacia el viejo sofá de cuero marrón que había contra una de las paredes. El tamaño ideal que permitiría a un hombre de su complexión acostarse sin problemas, los almohadones rellenos de algodón, mullidos y cómodos... no pudo evitar sentirse tentado y tomando en cuenta que junto con su secretaria Jesse, era él el único con acceso a la oficina, no lo pensó más y dejando sus cosas lo más ordenadas que pudo en el suelo, casi se lanzó contra el objeto que se había transformado en su nueva cama.
Le tomó pocos minutos quedarse profundamente dormido.
Desde una esquina de la oficina cercana a la de recepción su secretaria Jesse lo había estado observando durante los segundos en que miró el sofá como hipnotizado y el momento en que se lanzó contra él para quedarse finalmente dormido. Una sonrisa marcaba sus labios pintados de un llamativo rosa mientras se acercaba lentamente con una manta y la utilizaba para tapar a Maicol. Este de forma inconsciente se removió en el sofá y murmuró cosas inteligibles para enseguida volver a sumirse en sueños. Jesse lo observo sin que la sonrisa se borrara de su rostro y luego se arrodilló en el suelo y acercando sus labios a los de él lo besó fugazmente y se retiró del lugar. El sonido de sus tactos de aguja sobre el suelo al caminar y la respiración entrecortada de Maicol eran los únicos sonidos que se escuchaban en el interior de la oficina, mientras el día comenzaba a despuntar y la pequeña ciudad, hasta entonces dormida, poco a poco se ponía en marcha.
Sin embargo, otros sonidos comenzaron a escucharse repiqueteando por los pasillos de la oficina. Eran sonidos suaves, deslizantes. Jesse, que se había marchado minutos antes, regresaba ahora descalza y quitándose el vestido. Había ido por un paquete de preservativos y los depositó con suavidad en el suelo. Entonces le quitó a su jefe la manta con que lo había tapado y con manos expertas comenzó a desprender su camisa azul de ejecutivo. No se la quitó, sino que la dejó desprendida al tiempo que se montaba sobre él y comenzaba a besarlo con sus gruesos labios en la boca, bajando poco a poco por el cuello, agregando suaves lamidas al tiempo que recorría su pecho y su abdomen firme.
Maicol se removió en el sofá y volvió a murmurar cosas incomprensibles.
Con las manos instintivamente le desprendió el cinturón y el pantalón, intentando quitarselo.
—¿Jesse? —la voz de Maicol hizo que se detuviera.
—Shhhh. Duerme. —dijo la muchacha quitándole el pantalón de una vez por todas y dejando a la vista una clara erección cubierta apenas por la ropa interior.
—No —Maicol se incorporó con violencia pero no la apartó.
De hecho al abrir los ojos de par en par contempló el cuerpo de su secretaria. No tenía puesto el vestido mitad falda que solía usar para trabajar y sus partes más privadas estaban cubiertas por un conjunto de sensual ropa interior rojiza. —Yo... —intentó hablar pero no podía, solo podía mirar a la belleza veinteañera que de repente había descubierto sobre él y frente a sus ojos, a la par que Jesse se movía y contorsionaba de forma hipnótica mientras volvia a recostarlo y se montaba otra ves sobre su cuerpo.
—¿No lo quiere, señor Ferrer? —preguntó con voz de inocencia levantando las cejas en una mirada picara. —¿Señor Ferrer? —volvió a preguntar.
—Sí —dijo él.
—¡Señor Ferrer! —Maicol abrió los ojos de par en par. De inmediato se encontró con las gafas que cubrían el rostro juvenil y serio de Jesse, y no necesitó más de una mirada para comprobar que ella estaba totalmente vestida. De inmediato lo supo.
—Un sueño —agregó mirándola mientras se incorporaba en el sofá. —Estaba teniendo un sueño...
—Escuché que usted gritaba, o se quejaba. Me asusté bastante. Casi llamo a seguridad. ¿Está bien? —la voz dulce de Jesse se notaba cansada, tanto como la de él.
—Agotado como tu. Adolorido de estar tanto tiempo sentado ahí, no se ni que hora es. —Conocia a Jesse desde hacia varios años por lo que no le preocupaba que su forma de hablar fuera tan cercana.
—Seis quince, creo —dijo Jesse comprobando su reloj y al hacerlo bajó sin querer la mirada hasta la entrepierna de su jefe. —Se ensució allí señor Ferrer —agregó de inmediato y solo entonces entendió el error que había cometido. La mancha que se había extendido por el pantalón de su jefe surgía precisamente en el centro de su entrepierna, detrás de un claro bulto que Jesse supo reconocer de inmediato.
Aquella mancha no era café, o agua. Y ese bulto no era un doblez de la tela.
—Eh, si. Quizá fue... —Maicol no podía pensar, estaba más que cansado, extenuado, agotado totalmente. No tenía la mente para hacer frente a una situación así.
—Está bien. Voy a buscarle un poco de papel para limpiarlo —dijo Jesse levantándose y alejándose de inmediato.
Maicol la vio irse, sin saber qué decir. ¿Había tenido un sueño sexual con su secretaria? Jamás se le hubiera ocurrido pensar en ella de forma sexual, nunca antes... quizá fuera el estado de agotamiento, pero parecia como si la voz de su mente ya no tuviera las mismas respuestas que normalmente daba a sus propias interrogantes. Las respuestas afirmativas o negativas simples que le evitaban problemas.
¿Qué no había pensado antes en ella de forma sexual? Mentiras. Pensaba así de cualquier mujer que veía. Su secretaria no era la excepción y el hecho de que él estuviera cerca de los cuarenta y largos y ella apenas tuviera unos veintucuatro o veinticinco no lo habia afectado en lo más minimo. De hecho, a su mente vinieron las ideas que entonces había tenido. Preguntarse cómo se vería Jesse debajo de su falda, preguntarse cómo era para chuparla y si le gustaría el sexo rudo o algo más sensible. O quizá mixto.
En efecto, había existido un momento en que pensara como sería Jesse en la cama. Sin embargo eso había sido pasajero, inconsciente casi, algo que se le ocurrió en el momento y luego olvidó fácilmente. ¿Hacer el amor con su secretaria? Eso estaba mal. Aunque ¿cuando le había importado eso?
"Pero no te gusta. No quieres darle ilusiones de nada ni quieres una pareja" pensó. "Pero nadie está hablando de parejas" se respondió. "Solo de buen sexo, sin compromisos".
"Va a demandarte por acoso sexual y terminarás despedido por una calentura pasajera" fue la sentencia final de su mente al tiempo que contemplaba como Jesse regresaba con un manojo de papeles en la mano.
—Gracias —dijo mientras tomaba los papeles y olvidaba las ideas que había tenido segundos antes.
—¿Por qué no se lo quita? Es más fácil así —Jesse lo miró timida al principio, pero comenzó a sonrerir a medida que los ojos de su jefe se posaban sobre los suyos.
Las ideas regresaron con una fuerza inusitada. Aquella sonrisa, la picardía de sus ojos... De repente fue como si todos los pensamientos que había tenido en torno a Jesse en la cama cobraran una fuerza irresistible. Era como si ninguno hubiera desaparecido o se hubieran olvidado, sino que habian estado allí esperando el momento de surgir.
En ese momento ella era la única mujer, la mujer más hermosa, la mujer más sensual.
Quería tenerla allí mismo. Ahora.
Se percató de que había desabrochado su pantalón y lo había dejado caer.
—¿Sabe que pensé mientras fui a buscar los papeles al baño? —preguntó Jesse, mientras se desprendía la falda por el cierre de la izquierda, lentamente, con un sonido divino, y la dejaba caer a sus pies descalzos.
—¿Qué? —preguntó Maicol cautivo por la hermosa tanga blanca con bordes de encaje que tenía puesta la mujer frente a él. Era una prenda ajustada. Ajustada a sus caderas anchas y a su sexo ya humedo.
—¿Por qué mi jefe menciona mi nombre entre sueños, para luego despertarse totalmente excitado? —sonrió, quitándose los lentes y dejándolos sobre la falda con cuidado.
Los dos se chocaron, prácticamente.
Se trenzaron en un abrazo animal donde sus bocas se unieron en un sonoro beso que denotaba las ganas que se habian tenido hasta entonces.
Era pasional, era excitante, era feroz y prohibido. Las manos de Maicol y Jesse se movían solas, buscando desprender y quitar prendas. La camisa del hombre, la blusa de la mujer. Su brasier que fue casi arrancado por las manos anchas del jefe mientras que su boca bajaba dando besos hasta los rosados pezones de la joven. Su piel salada y el olor de su cuerpo atrajeron a Maicol aún más y despertaron en él deseos hasta entonces dormidos.
Se acostaron en el sofá y todo fluyó incontrolable. Les costaba respirar entre gemidos de placer provocados por el mero roce de sus pieles. De repente él se colocaba sobre ella sin dejar de besarle los pechos pequeños y agarrarle las nalgas, los muslos, la cintura y recorrer todo su cuerpo dando rienda suelta a la pasión acumulada.
En otros momentos era ella la que se montaba sobre él y su vagina entraba en contacto con la erección del hombre haciendo que ardiera de excitación.
Estaba muy mojada y lo sabía. Maicol le agarró repentinamente las tetas y con un movimiento experto las acarició con la palma, jugando con los pezones entre sus dedos que ya no quería teclear ni sujetar un lápiz en mucho tiempo. Ahora solo quería sentir. Sentirlo todo. Estos reaccionaron a la caricia poniéndose duros al tiempo que Jesse con los ojos cerrados soltaba pequeños gemidos que se le antojaron tiernos a la par que excitantes.
—¿Crees que este... hmmm...es un buen lugar? —dijo entre gemidos placenteros. Maicol dejó que sus dedos siguiera recorriendo alrededor de los pechos de su amante, y optó por silenciarla con un beso en el que las lenguas no tardaron en unirse.
Una parte de su mente sabía que aquel no era ni el momento ni el lugar para tener sexo, mucho menos para un sexo como el que ellos estaban a punto de realizar. Un sexo lento y pausado, cariñoso, no brusco. Él no quería algo veloz ni efímero, y a pesar de haber estado cansado antes ahora era como si sus energías se estuvieran renovando con cada caricia, con cada beso, y con el roce de sus cuerpos.
—No me importa el... —apartó su boca de los pechos de la joven Jesse y agregó —lugar. Solo tu —y volvió a darle besos pero esta ves bajando por su abdomen, dando una larga lamida pasando sobre su ombligo mientras que levantaba a la joven y la colocaba sobre el sofá. Ella reaccionó tomándolo del pelo para sujetar su cabeza y poder besarlo mejor.
Fue un beso sincero, un beso que les hizo dejar de pensar en cualquier otra cosa.
Las preocupaciones se fueron y la responsabilidad dejó de ser una palabra con sentido o importancia. Mientras sus labios se unían y las lenguas se entrelazaban al compás del suave movimiento de Jesse que buscaba quitarse la fina ropa interior para dejarlo entrar, tarea complicada pues las manos de él se peleaban con las suyas mientras le acariciaba con los dedos su sexo y recorría las nalgas de la joven por adentro de la ropa interior.
Maicol la tenía por la cintura recorriendo con sus manos apresuradas la espalda y nuca de aquella hermosa mujer. Sus manos no se despegaba de aquel cuerpo al que alguna vez llegó a imaginar en ese estado. Entendió en ese momento en que todo lo demás dejó de importar que siempre le había interesado Jesse pero nunca se había permitido pensar en eso con seriedad. Hasta ahora.
¿Y qué significaba eso? ¿Qué significaba que solo hubiera bastado pensar en ella como mujer una vez para que ahora diera rienda suelta a toda esa pasión acumulada? ¿Acaso era así como todos los otros hombres se comportaban? ¿Si todos pudiéramos sencillamente hacer el amor, sin moral, sin preocupaciones, sin reparar en nada más, lo haríamos?
Un gemido de Jesse silenciado por su boca besándolo hizo que esas cuestiones se borraran de su mente. Ella se levantó solo un poco, solo lo necesario para que él pudiera colocarse mejor sobre aquel sofá. Entonces descendió. Sus cuerpos se fundieron en un movimiento que significó el placer máximo para ambos. A pesar del agotamiento y del lugar, cuando la erección de Maicol entró en la calidad y húmeda vagina de Jesse se abrió paso como si aquello hubiera venido sucediendo desde hacia meses. Los dos comenzaron a gemir mientras la chica subía y bajaba lentamente aprovechándose de su posición privilegiada. Maicol regresó a lamerle los pechos acariciandolos al tiempo que se movía al compás sensual de aquella danza placentera y primitiva. Los almohadones se hundían junto con ellos al tiempo que lanzaban gemidos que iban en aumento al igual que su pasión.
De repente Maicol la tumbó sobre el sofá con un veloz movimiento y quedó encima de ella. Le sujetó las piernas delgadas y las levantó con sus gruesos brazos ejercitados lo más que pudo al tiempo que comenzaba a dar rápidas embestidas guiado por el ansia y el placer animal que sentía. Sintió que ella también se movía y cuando sus manos comenzaron a arañarle la carne de los brazos no se detuvo en lo más mínimo sino que aumentó de intensidad.
—Ahí, ahí. Dios, ¡ahí!—Jesse gritaba de placer sintiendo como aquella verga tocaba su punto más sensible dándole una caricia incomparable con un ritmo que no cesaba de provocarle temblores y hacer que un fuego vivo recorriera cada palmo de su cuerpo.
Las manos de su jefe recorrieron su cuerpo hasta llegar al cuello y siguieron subiendo convertidas en caricias que fueron seguidas de un nuevo beso ardiente. Los dos amantes siguieron unidos, moviéndose en ese ir y venir de caderas y piernas entrelazadas, él embistiendo sobre ella en el sofá mientras sujetaba sus piernas bien abiertas y elevadas. Ella retorciéndose de placer y buscándolo con sus manos, con la mirada, pidiéndole más y haciéndole saber que estaba a punto de... Jesse fue quien se vino primero.
Fue un orgasmo potente, acompañado de un grito de placer y un movimiento incontrolable por todo su cuerpo que pareció repentinamente electrocutado por una fuerza que surgía de su interior. Ver esto hizo que también Maicol se dejara ir, llegando al clímax y sintiendo que aquel líquido se derramaba en el interior del cuerpo aún extasiado de su amante.
El sudor y el calor de sus pieles se mezclaba y por un momento los dos quedaron respirando agitados y abrazados sin soltarse, sin salir él del interior de ella, como dos jóvenes que hubieran realizado el primer descubrimiento sexual y llegarán al esperado final sin querer que aquello acabe nunca.
El cabello despeinado y sudado de Jesse cubrió el pecho desnudo de su jefe en cuanto esta se apoyó en él un momento suspirando todavía. Él la acogió entre sus brazos, con una mano sobre sus nalgas y la otra en su cintura, y dejo que la paz lo inundara todo.+ + +
Maicol Ferrer tecleó los números que le faltaban y cerró el portátil. Eran altas horas de la madrugada, por lo que pudo ver al mirar hacia la calle y ver la oscuridad absoluta acompañada del poco sonido del tráfico. Al menos es más temprano, pensó con un suspiro. De repente lo recordó. Había invitado a Jesse a cenar. "Ahí va tu chance" se dijo, levantándose y saliendo de la oficina en busca de la secretaria.
—Señor Ferrer —dijo esta surgiendo de uno de los pasillos. —¿Todo en orden? —
—No lo olvidé. Lo de nuestra cita. Pensé que podría terminar a tiempo pero... —
—No tienes nada de qué preocuparte, Maicol. —Jesse se le acercó, sonriendo tras sus gafas amplias. —Podemos buscar algun lugar que a estar hora este abierto...Oh podemos pensar en otras formas de pasar el tiempo juntos —y lanzó una mirada pícara hacia el sofá negro que descansaba recostado contra una pared de la habitacion.
Los dos se miraron solo un segundo antes de dejarse ir, otra ves, como tantas veces más.
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Los rostros de Afrodita
Romance¿Por qué reprimir lo que solo hace bien? ¿Por qué no disfrutar los placeres que en esta vida tenemos? En esas premisas se encuentran enmarcadas varias de las historias presentadas en este compendio de cuentos cortos y relatos acerca de personas que...