Noche

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Caminó por las calles con más o menos gente hasta llegar al lugar que buscaba. La brisa nocturna lo acompañó y el sonido de un tránsito que nunca se detenía se mezcló con los olores dulzones y amargos por igual, las idas y venidas de los extraños, la música invisible que excitaba los sentidos e invitaba a dejarse llevar.
A pesar de llevar solo una camisa y aquel descuidado vaquero sintió la necesidad de liberarse de la ropa y correr desnudo por el medio de la calle, preguntándose incluso que pensarían al verlo quienes que eran como él y lo negaban.
Pero todas sus fantasías se detuvieron en cuanto miró los escalones que ascendían frente a sus ojos. La boca oscura de una entrada disimulada que sin embargo todos los hombres (y no pocas mujeres) de la ciudad conocían.
Otros hubieran entrado sin detenerse pero nada era tan sencillo para Ismael, quien guardaba en el fondo de su mente la pregunta si de verdad sería tan sencillo para el resto.
Contempló entonces la entrada donde colgaba el pequeño cartel de letras rojas: "D&D: Divas y Diablas". Solo una imagen evocaban y se dejó hipnotizar por los pechos al aire, por los pezones que recibían su generosa caricia. Mujeres que harían lo que fuera siempre que pudiera pagarse, y es que, ¿existía algún placer que no pudiera comprarse? ¿Algún cuerpo que no gritara por venderse?
Del otro lado de la puerta le llegó el ruido apenas audible de música y bullicio humano. Estaba por entrar cuando una carcajada sin disimular le hizo voltear la cabeza.
En la otra cuadra dos mujeres, tal vez amigas o hermanas, caminaban inmersas en una conversación muy animada que era delatada no solo por las carcajadas a la noche sino también por los gestos y los movimientos constantes de sus manos.

Ismael las siguió con la mirada. Una era alta, delgada, con el cabello rizado y vestía completamente de negro. Vestido hasta los muslos, medias, botas casi hasta las rodillas. Se quedó observando su trasero que contoneaba con la gracilidad propia de las mujeres que saben moverse en esa fauna de cemento atrayendo todas las miradas.
¿Habría una diminuta prenda negra debajo de aquel vestido haciendo juego con todo lo demás? Imaginó la piel de aquella haciendo juego con lencería de ese color, moviéndose cuan larga era mientras con sus manos le recorría los muslos subiendo hasta sujetarle la cintura y trepar con avidez por sus costados hasta llegar a los añorados pechos que lucían pequeños a la distancia, pero no le importaba, pues su interés estaría en lamerlos y besarlos, en acariciarse y apretarlos con la palma y entre los dedos mientras deslizaba su lengua curiosa en la boca de aquella mujer y se entrelazaba en el beso de pura pasión que esas imágenes le provocaban.
Pasó la mirada a la mujer que la acompañaba preguntandose si ella sabría de qué color era la ropa interior de su amiga. Ismael sabía que no era extraño a las mujeres mostrarse en ropa interior las unas a las otras, e incluso prestarse ciertas prendas. Ese grado de intimidad con tantas connotaciones sexuales veladas se le antojaba sugerente.
Fijó sus ojos en la acompañante. De menor estatura y cabello mucho más largo se movía con cierto descuido, hasta torpeza, pero vestía un top que dejaba al descubierto su cintura con algún que otro rollito y una falda pequeña de la que asomaban dos grandes piernas firmes de muslos que invitaban a enredarse en ellos y besar su cara interna hasta llegar ascendiendo hasta lamer su entrepierna y deleitarse con el sabor de una hembra que no temía mostrarse sexual en lo más mínimo.
Era una mujer que le hizo pensar en la idea de "mucho" y al mismo tiempo le provocó una erección incontrolable al imaginar lo fácil que sería quitarle aquel top, la falda, y tenerla entonces semi desnuda para sí mismo, para toda una noche de solo besos, caricias, de meter su verga entre las tetas que ostentaba con tanta felicidad y masturbarse con ellas.
Sentir la punta de su lengua lamiendo las primeras pizcas de semen que saldrían de su pene, mientras con una mano le revolvía los cabellos y los usaba para guiarla todo a lo largo de su miembro ardiendo de placer.
Las dos mujeres se alejaron en el momento en que él imaginaba una escena que solo aumentó sus deseos pues vio sobre la misma cama sus tres cuerpos. El de la más alta de aquellas mujeres acostado mientras él sostenia sus piernas levantadas hasta sus hombros y la penetraba sin detenerse acompasado al movimiento propio de sus estrechas caderas al mismo tiempo que la otra mujer, apoyada con esas hermosas piernas sobre el rostro de su amiga, satisfacía sus propios placeres ocultos frotandose sobre la lengua voraz de aquella, gimiendo por todo lo alto impulsada a sentir lo que solo un momento de la vida podía dar.

Para cuando se dio la vuelta ante él apareció el rostro de una mujer vestida de policía. Cruzaron apenas una mirada y la muchacha, de tez oscura, sonrió apenas y siguió su camino pero Ismael no le quitó los ojos de encima pues en esos segundos de intercambio de miradas supo bien hacia donde se había dirigido la de la mujer.
Su miembro erecto había sido el lugar y ella se había percatado de lo excitado que entonces estaba. Con sus ojos se fijó así en el uniforme azulado, en el gorro que le ocultaba el cabello terminado en una colita. Hasta ese momento jamás el uniforme policial le había parecido excitante pero había algo en la forma en que ella lo vestía que despertó aún más ese fuego interno que apenas podía controlar.
Sus piernas firmes, sus nalgas grandes, era aquella caderona una flor de hembra a la que le hubiera gustado tener a cuatro patas donde fuera, quizá incluso en cualquier callejón oscuro de las cercanías, apoyada contra alguna sucia pared, mientras él dejaba libre su verga y la encerraba entre las piernas de aquella hermosa mujer cuyo rostro, nombre o historia poco le importaba. Penetrarla con fuerzas, sacar su verga y volver a meterla mientras descargaba una nalgada sonora y firme la sostenia para seguir dándole al compás de sus gemidos que en medio de la calle sería vital silenciar. Ella le había mirado su verga erecta a través del pantalón, había sonreído de placer, y se marchaba ahora llevandose a cada paso las fantasías de un hombre que ante la más mínima señal de quererlo la hubiera cogido sin preguntarlo dos veces.

Experimentó la sensación de otras veces. El aire entraba caliente a sus fosas nasales, el sonido lo cautivaba, su boca salivaba y el pene parecía querer romper su pantalón para salir y ser libre. Se giró de un lado para otro.
Allá una muchachita que apenas tendría los dieciocho años caminaba dueña de un menudo cuerpo al que imaginó quitarle prenda a prenda mientras lo recorría con la lengua.
Allí una señora regaba las plantas desde su balcón y él pudo ver con claridad cómo se aferraría a los barrotes del mismo mientras el de rodillas le besaba las nalgas y le pasaba la lengua todo a lo largo de su hermosa vagina regandola con saliva y lamidas rapidas.
Un coche se detuvo en el semáforo. Tres mujeres iban en él.
Si pudiera se cogería a la más vieja, se cogería a la de que parecía ser su hija, y se cogería a la más joven. En su mente se abrían las vaginas con sus propias manos y él escupía en su interior para luego frotarles la verga con ansiedad incontrolable momentos antes de llenar todo su interior en embestidas lentas que subian poco a poco de intensidad de la misma forma que sus deseos aumentaban, que el calor de su cuerpo subía por su piel empapada en sudor mientras inconscientemente se movía frotandose a sí mismo en los pantalones ajustados que vestía.
Una excitante pelirroja pasó corriendo, quizá en su noche de ejercicio, enseñando el movimiento perfecto de un par de tetas y unas piernas firmes.

Llegaría a su casa, se desnudaría y se bañaría, y si él pudiera iría con ella y besaría cada centímetro de su cuerpo. Lamería sus tetas, su cuello, marcaría sus hombros con mordidas mientras la ponía de costado, en cuatro, contra una pared o donde fuera. Mientras se la cogía hasta que gritara cosas inentendibles, hasta que se borrase de su mente la idea de no ser uno y los deseos aumentran mas y mas y mas justo como lo hacía ahora mismo hasta el punto de explotar. Ismael se mordió los labios mientras se dejaba caer sobre un banco de madera. Había eyaculado sobre sus propios pantalones sin poder controlarlo. Suspiró. Un grupo de hombres vinieron y pasaron a su lado sin mirarlo, subiendo los escalones e internándose en D&D inmersos en su charla. Él los dejo perderse de vista. Se estiró sobre el banco y cuando por fin consideró que sus piernas lo sostendrían sin temblar, se levantó de un salto y se alejó por las calles solitarias, apurado por cambiarse los pantalones.

Los rostros de AfroditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora