Aquella era la última semana en que el profesor Alan Cruz daría clases en el liceo número 25 y como buen viernes que era, las horas parecían pasar a toda velocidad.
La suplencia que el muchacho de apenas veinticuatro años realizaba terminaría una vez llegado el lunes, en que la profesora que antes ocupaba su puesto regresaría, ya recuperada del accidente que interrumpiera su tarea docente.
La noticia como tal no causaba gran impacto entre los estudiantes a los que poco o nada les importaba la materia de filosofía y mucho menos quien la impartiera, más había una persona dentro del salón que sentía aquella próxima perdida a un nivel bastante más personal que el resto de sus compañeros, un nivel casi íntimo si pensara en compararlo, pues dentro de sus fantasías muchas veces había estado el rostro, las manos, y el nombre de ese profesor que al término de la clase los abandonaría.
Valentina Estrauss observaba desde su banco junto a la ventana como el profesor Cruz leía un texto, uno profundo y complejo, amplio y hermoso, mientras el resto de los presentes miraban sus celulares o pintarrajeaban sus cuadernos y no podía dejar de preguntarse dos cosas.
¿Cómo era posible que nadie más se perdiera en la voz algo rasposa pero firme, repleta de belleza, de aquel hombre? Y, con dolor, ¿qué voy a hacer cuando no esté?
Por último algo más que asomaba apenas en su mente joven y activa, no tanto con palabras sino más bien con el instinto de que no podía quedarse brazos cruzados mientras ese hombre se alejaba quizá para siempre.
En esos pensamientos se encontró cuando por un minuto apenas perceptible y que sin duda el resto de la clase pasó por delante, el profesor Cruz elevó sus ojos de la lectura para encontrarse con los de la muchacha que sorprendida no pudo evitar sentir que aquella mirada estaba captando lo que ocupaba su mente en ese preciso momento. La idea de que ella fuera para él un libro abierto le produjo una sensación extraña en la boca del estómago y un calor le recorrió el rostro encendido. Aún así se esforzó y le sostuvo la mirada mientras que el docente, sin dejar de verla, leía:
"...Por que a fin de cuentas esa es la lección que podemos extraer de todo esto.
Que no son nuestras posesiones, títulos o lugares ocupados en el mundo, aquello que nos representa ni serán más que vagos recuerdos tras la muerte. Más quizá, solo quizá, sea el amor que supimos dar y recibir una marca imborrable que perdure a pesar de los años.
Así, cuando no estemos más en este mundo, nos habremos desprendido de algo, que al modo de una pequeña semilla, logra crecer y dejar su huella, la de dos manos entrelazadas, nuestra huella".
El sonido del timbre interrumpió el resto de la lectura y la clase se puso rápidamente en movimiento mientras el profesor cerraba su libro, suspiraba y dedicaba un último vistazo al futuro del país que ahora abandonaba a paso rápido ese salón hasta dejarlo silencioso y vacío.
Mejor dicho, casi vacío.
—Valentina, no me digas que te dormí con mi lectura —le dijo bromeando mientras se acercaba. El rostro serio y algo triste de la muchacha lo preocupó.
—Hoy es su último día —exclamó ella cómo quien afirma que el fin de algo había llegado y nada se podía hacer para evitarlo.
—Espero que no celebren mucho —respondió sin perder la sonrisa el profesor Cruz que ahora se encontraba cerca de la joven y la ayudaba a guardar sus cosas en la mochila.
—No quiero que se vaya —. Valentina se levantó del asiento y en un gesto inesperado hasta para ella misma, tomó las manos de su profesor entre las suyas. De inmediato la soltó como presa de un miedo repentino pero aún así no apartó la mirada de la suya.
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Los rostros de Afrodita
Romance¿Por qué reprimir lo que solo hace bien? ¿Por qué no disfrutar los placeres que en esta vida tenemos? En esas premisas se encuentran enmarcadas varias de las historias presentadas en este compendio de cuentos cortos y relatos acerca de personas que...