El pequeño cachorro que un día fue rey

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Los dos hombres llegaron al pie de la gran montaña tras ardua cabalgata.
Sin que el más joven lo supiera ese mismo camino lo habian recorrido antes los padres de su padre, y los suyos antes que ellos. La historia de todo un linaje podía encontrarse en esos kilómetros de tierra despoblada.

Desmontaron cuando el astro rey borraba todo rastro de sombras en un día que se mostraba caluroso y de cielo despejado. Tanto, que no hubiera sorprendido una repentina tormenta veraniega.

—Aquí estamos hijos. Te he guiado como una vez yo fui guiado. Aunque me encantaría hacerlo, no puedo acompañarte más. —el padre, también llamado "rey" por todo hombre, mujer y niño de su aldea, recordó en un mudo destello de sus ojos azules cual zafiro la tarde en que él mismo había pasado por el ritual que ahora se presentaba frente a su hijo y que era el motivo por el que se encontraban allí.

Casi cincuenta años de su vida habian pasado desde entonces y a pesar del tiempo la mera brisa que soplaba despacio le erizó todos los pelos del cuerpo al recordar tales eventos que una parte de su alma añoraba todavía con emoción mortificante.

—Estoy preparado, padre —afirmó el chico mientras se ajustaba al cinto la espada que previamente quitó a su montura y se aseguraba de tener bien calzadas las sandalias de cuero.
El rey creyó adivinarle un temblor en las manos pero estas velozmente se dirigieron hacia el cogote del animal que lo había llevado hasta allí. Un potro arabe de la más pura sangre y que le correspondía como montura propia de un rey.

Aquel en que, una vez cumpliera esta prueba que ahora le esperaba, se habria convertido por derecho de sangre, ante los ojos de los dioses.

—No necesitarás eso dónde vas —le dijo el rey observando la espada, un fino puñal de acero hecho a medida para ser usado por el chico con precisión y mortal eficacia. Bien sabía el padre que su dominio sobre el arma era casi tan bueno a su edad como el suyo propio en sus mejores tiempos guerreros.
Acercándose a su lado tomó las riendas de su animal.

—Tu me enseñaste que un rey no debe abandonar jamás su espada. Al menos no si quiere gobernar con su cabeza sobre los hombros —respondió rápido el muchacho.

Sharnai era su nombre. El león blanco significaba, pues, tanto su padre como él habian nacido con el cabello de un blanco como el más puro de los amaneceres al inicio de los tiempos.

El hombre dedicó una larga mirada al joven que llevaba su sangre.
Aquel muchachito sería su reemplazante.
Él mismo había sido por lo menos tres o cuatro años más viejo cuando asumió el trono. ¿Podría un chico que apenas había visto pasar dieciséis años de la vida alzarse como un rey?

—Has aprendido bien —dijo mientras le daba un fuerte abrazo sintiendo su menudo cuerpo contra el suyo. La estatura que solo llegaba a su pecho, los hombros huesudos, las rodillas delgadas pero firmes.

Con la mano ya cansada le revolvió el cabello al apartarlo de sí.
Mirando a los mismos ojos azules que él tenía solo pudo decir:

—El momento es ahora. Internate en el bosque y recorre el camino de la naturaleza. Escucha la voz de los dioses y la de tu instinto. Recuerda que muchas veces son la misma cosa, más no siempre. No puedo decirte cuanto caminaras ni hacia dónde debes dirigirte pues ni yo mismo lo se. Tales son los límites de un rey moribundo. No, no me mires así. Si este será el comienzo de tu reinado debes saberlo bien. Tu padre esta viejo y enfermo, su tiempo termina y es momento de que el tuyo comience. Sé que lo harás bien. Si miras hacia atras veras el humo de mi fogata elevándose en la noche. Aquí estaré esperándote hasta que regreses como mi padre lo hizo conmigo y el suyo antes que él. Y ahora vete, muchacho, vete. La marcha que te espera no es para cualquiera pues es el camino de un rey —. Así se despidió de su hijo y tras sostenerlo por un momento más entre sus brazos le dio la espalda y se alejó con los caballos de tiro rumbo a un linde paralelo a l montaña por el que discurria el tranquilo lago Nerubio, perfecto para pasar la noche.

Los rostros de AfroditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora