¿Dorian?

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Lord Frederic era un artista resentido. Vaya si estaba resentido que su piel no presentaba arruga alguna a pesar de su avanzada edad.
- Ese estúpido Basil Hallward. ¿Que se baña en libras? Debería bañarse en sus asquerosos retratos y así Inglaterra ganaría en decencia - bufó el anciano con algo de sorna.

- ¡Y en dignidad, mi señor! - apuntó Lena Crane, la joven doncella de la casa. Era una chica soberanamente bella a decir verdad. Su claro cabello iluminaba la habitación entera.

- No tienes porqué darme la razón como a los jovencitos ricachones, muchacha - respondió el hombre bastante ofuscado. Frederic era un hombre de edad, pero no tanto como para tener que pasarse el día enfermo en un sillón. - No creas que no sé que todos los meses revisas su colección de obras. Dios santo, ¡hasta has perdido la cabeza por ese flácido chico del retrato!¡Dorian Gray!¡Vaya tontería!

- No perderé el tiempo discutiéndoselo mi señor, pero tengo la certeza de que sus trabajos humillarían al mismísimo Basil Hallward. Pero Dorian... Dios quiera que pueda conocerlo algún día - suspiró Lena.

- JÁ. Pequeña chiquilla, Dios no hace favores, ¡ese buen hombre ha dejado Inglaterra llena de escoria humana y de hombres altaneros y sobrevalorados! No, no... Ese tal Dorian es tan irreal como una inglesa sin prepotencia.

- No diga eso, por favor. Sabe que no me gustan esas comparaciones tan críticas, lord Frederic - susurró la doncella en un hilo de voz acompañado de un susurro desconsolado.

- Si ese chico existiese de verdad, te aseguro, muchachita, que su larga y fea nariz me cegaría el ojo izquierdo. Basil es un tramposo engreído, ¡siempre lo ha sido!

- ¡No, no y no, lord Frederic! Algún día conoceré a ese joven de bellos rizos, lo sé. Estoy segura de que ése sería el único alivio de mis placeres - casi gritó la joven mientras se le teñían de colorado las blancas mejillas. No cabía duda, aquella chica había nacido para ser observada.

- Lena querida, eres tan inocente como hermosa. Si Dorian fuera real, ya estaría casado con su belleza - añadió Frederic, esta vez dulce y suavemente, mientras le sostenía una ligera mano. - Jamás encontrarás placer en esa imagen ficticia del amor, cuando el único deber del amante es para consigo mismo.

Lena estaba roja de ira, en contadas ocasiones su señor lo cabreaba de maneras indescriptibles, y ésta era una de ellas. Se levantó de la silla de golpe y cargo su escaso peso sobre la mesa de la sala de estar.

- ¡Te lo demostraré! Te demostraré que estás equivocado. Ni siquiera un país tan escéptico como Inglaterra podrá negar su mera presencia.

Lena, por entonces ya se había desentendido de sus quehaceres y lo siguiente que hizo fue salir de la casa a grandes zancadas y dando un fuerte portazo.

- De acuerdo muchachita, veamos dónde acaba tu cordura. A tu llegada harás trabajo extra, por cierto - apuntó una vez la chica había abandonado el hogar.

Dorian, sin embargo, habría jurado que su cordura estaba anclada a aquel dichoso retrato de un viejo amigo.

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