Pasillo sin fin

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Estaba tumbada sobre algo duro y frío, como metálico. El aire estaba impregnado de distintos matices, ninguno agradable. Con los ojos completamente cerrados parecía muy fácil dejarse llevar por la imaginación. Sus sentidos estaban al cien por cien, y cada movimiento que ocurría parecía ser captado. No quiso abrir los ojos, estaba demasiado cansada. Revivir una vida entera no era trabajo fácil. Trató de mover una de sus manos pero no pudo, estaban atadas a la extraña estructura sobre la que estaba repostada.
Se escuchó un sonido quedo y al instante una suave brisa azotó su rostro, alguien había entrado. No se acercaba a ella, simplemente la miraba desde la seguridad de la lejanía. Ciertamente le temía. Y teniendo en cuenta todo lo ocurrido no era de extrañar.

Ella era la persona de la que todos hablaban, y aunque en un momento deseó ser ella, ya no lo tenía tan claro. Ella no era Valentina, la pequeña niñita que a los seis años fue secuestrada para trabajar en una tienda de muñecas. Era una princesa, que había vivido felizmente toda su vida, había sentido lo que era el amor, y la traición, y en un acto desesperado murió, llevándose consigo a cientos de personas inocentes.

Valentina sentía un cambio dentro de ella. El sentimiento del final de su anterior vida seguía rondando por su mente. Era una sensación extraña, el odio fluía a sus anchas inundando partes que no debía. Y aunque le costaba admitirlo, ese cambio le gustaba, resultaba placentero. Ya nunca más sería ingenua, ni dejaría que la utilizaran. No, nunca más.

El hombre seguía mirándola, Valentina lo sabía. Estaba sentado en una silla, y no podía dejar de observarla. Tan inmóvil y quieta parecía incluso un ángel, con sus cabellos blanquecinos cayendo desparramados contra el metal. La recordaba de hace dieciséis años. Su pelo era del color del atardecer y su mirada estaba llena de miedo. La colocaron frente a una multitud sedienta de sangre y la asesinaron. Un segundo después el infierno se desató. Nadie sabía realmente porqué sucedió, pero todo el mundo pensaba que se trataba de una maldición. A partir de ese día Etisse nunca fue igual. El mal había nacido y no se sabía de donde había salido.

Valentina abrió los ojos, se quedó mirando fijamente al techo durante unos segundos. El hombre perdió la respiración al verla despierta. Seguramente no esperaba que despertara justo en su turno, eso iba a ocasionarle más de una preocupación. Se levantó rápidamente sin apartar la mirada ni un momento. Se abalanzó hacia la puerta como con ansias de salir de allí. En cuanto salió del cuarto se echó a correr.

El hombre dejó la puerta abierta, era el momento perfecto para escapar. Las manos de Valentina estaban atadas, pero no representaba ningún problema. Todos los conocimientos que había perdido, habían regresado y con más fuerza que antes. Miró las cuerdas que la retenían, se concentró en ellas y estas comenzaron a derretirse. Trozos de esas cuerdas derretidas quedaron sobre su piel, quemándola sin ningún cuidado, pero por extraño que parecía, Valentina no sentía ningún dolor.

Apoyó los pies con cuidado en la fría piedra, iba descalza, y su ropa no era la misma que llevaba cuando la flor se la tragó. Vestía un camisón blanco semitransparente que dejaba poco a la imaginación. Salió del cuarto y se asombró al descubrir que no se encontraba en el castillo que ella recordaba. ¿A dónde la habían llevado entonces?

Como llevada por el instinto comenzó a andar. Había un pasillo que parecía infinito con puertas a ambos lados. Abrió un par de ellas con facilidad, y solo encontró habitaciones idénticas a la suya. Siguió andando y andando sin que el pasillo terminara. No había ni una simple ventana que le mostrara el exterior, para saber dónde estaba. Ni una simple decoración que le demostrase que no estaba andando en círculos. Dio media vuelta para en busca de su habitación, pero para su sorpresa, no fue capaz de encontrarla. Pese a desandar todo lo que había caminado no volvió a ver la puerta abierta de su habitación. Por un momento había pensado que era libre, y que todo había sido muy sencillo, pero ella misma había caído en la trampa sin pensarlo. Estaba encerrada en aquel lugar, sin salida.

Abrió una puerta al azar y comenzó a andar. A los pocos pasos volvió la vista, y la puerta estaba cerrada. Eso era cosa de magia. Colocó una de sus manos sobre una de las paredes, cerró los ojos y trató de concentrarse.

- Explota, explota- susurró para sí misma- ¡Explota!

La pared se derrumbó, pero en vez de encontrar una salida se encontró con otra habitación más. Con paredes de piedra, sin ventanas y con una camilla en el centro.

Valentina no iba a darse por vencida tan fácilmente. Colocó sus manos en el suelo y lo destrozó igual que había hecho con la pared. Asomó su cabeza por el agujero. Debajo de ella había otro pasillo, exactamente igual, infinito y con puertas que no llevaban a ningún lado en ambos lados.

Soltó un grito de frustración. Debía haber alguna salida, el hombre que la vigilaba debía haber huido por algún lado, ¿Pero por dónde?

Repentinamente el silencio se vio perturbado. Valentina había escuchado algo, y sabía que no era cosa de su imaginación. Un segundo después volvió a escucharlo y esta vez más nítido. Era un grito, un grito de auxilio. ¿De dónde podía venir?

Valentina se echó a correr esperando que el volumen de los gritos aumentasen o disminuyeran, pero no sucedió. Se oían a la misma intensidad fuera a donde fuera, hasta que en un momento pararon.

En ese instante sintió una sensación extraña, alguien la estaba mirando. Giró sobre sus pies, pero a sus espaldas no había nadie.

- Sé que estás ahí- dijo Valentina sonriendo maliciosamente hacia ningún lugar en concreto.

Podía no haber nadie realmente y que nadie la hubiera escuchado, pero ella sabía que si lo había y la había oído perfectamente.

Las antorchas que iluminaban todo el pasillo se apagaron de repente y Valentina supo que quien la observaba le temía y que no iba a permitir que huyera tan fácilmente.

Escuchó como alguien se acercaba lentamente, sus pasos se oían amortiguados, como si caminara sobre almohadas. Las antorchas comenzaron a encenderse de forma tenue y Valentina pudo ver que era lo que se acercaba.

Aún estaba lejos, pero lo suficientemente cerca como para saber que no parecía muy amigable. Parecía un tigre, tenía un pelaje extraño como de un color azulado, con rayas negras. De su cabeza salían unos gigantescos cuernos que casi llegaban a tocar el techo del pasillo. Sus patas tenían garras gigantescas y unas púas en la parte trasera. Dos colas se movían lentamente, dando a ese animal un aspecto mágico y terrorífico a la vez.

El animal alzó la vista y vio a Valentina, hasta ese momento siquiera se había percatado de su presencia. Sin darle tiempo a pensar Valentina echó a correr, y el animal fue detrás. Corría a una gran velocidad y Valentina sabía que no tardaría mucho en alcanzarla. Frenó en seco y quedó mirando al animal fijamente. Cuando este la alcanzó en vez de atacarla se quedó mirándola también. El animal no esperaba que una presa actuara de esa forma, plantándole cara. Por un momento se planteó si atacar a Valentina y dar por acabada la tarea, pero no podía dejar de mirar a la muchacha que había tenido el valor de plantarse frente a él.

Valentina alzó una mano, necesitaba tocar a aquel majestuoso animal, aunque ello le valiera la vida. Para su sorpresa el tigre agachó la cabeza y permitió que lo acariciara.

- Creo que ya he pasado tu prueba ¿No es así, Sail?- dijo Valentina.


La casa de brujasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora