El amor siempre ha dolido

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Chris no podía parar de mirar aquel cristal. Nunca pensó que un reflejo así pudiera hacerlo tan feliz. Su pelo no era de ese color tan bello que tenía antaño, pero su belleza seguía igual, latente. Ahí estaba Valentina pasando aquella estúpida prueba que Sail quería que pasase para demostrar que seguía siendo ella misma. Había pasado mucho tiempo, pero gracias al hechizo de Odonai los había recordado a todos.

Chris se apartó del espejo, no quería seguir mirándola. Ella era tan perfecta que le dolía pensar que él no era como ella lo recordaba. Durante el incidente de la ejecución Chris había salido herido, una enorme cicatriz dividía su cara el dos, y uno de sus ojos dejó de ver. ¿Podía ser que tuviera vergüenza de que le viera a sí? Claramente sí.

- ¿Sabes, Chris? Me está empezando a caer bien esta chica, y más teniendo en cuenta que tras descubrir todo no se ha convertido en esa bruja loca.

No hubo respuesta. Sail miró a Chris y supo que en ese momento no merecía la pena tratar de iniciar una conversación.

Iban a sacar a Valentina de aquel laberinto hechizado. Chris quería acudir, pero a la vez prefería quedarse esperando a verla en persona un poco más. Había sido todo tan precipitado. Odiaba a Odonai por no haberle dicho nada sobre ella en todo el tiempo que pasó en Etisse, pero ciertamente era mejor así.

Mientras Chris seguía absorto en sus pensamientos, Sail trató de deshacer el hechizo del laberinto, pero sus esfuerzos eran en vano. Alzó su y respiró hondo, cerró los ojos y una potente luz salió de su mano para chocar contra el espejo. Nada sucedió. El espejo se tragaba toda aquella magia sin tan siquiera hacer un simple movimiento.

- Apártate que tú no tienes ni idea- rio Némesis colocándose delante de Sail.

Némesis juntó sus manos y comenzó a susurrar unas extrañas palabras, repentinamente separó sus manos y de estas salió una gran bola de luz roja, que como era de esperar se estampó contra el espejo y este se la tragó.

- Aquí está la que sí sabía ¿No?- bufó Sail.

- Esto es muy raro- murmuró Némesis- Debería dejarnos deshacer el hechizo, fuimos nosotros quienes lo conjuramos.

- ¿Quizás alguien se apuntó a última hora?- contestó Chris mirando fijamente al cristal.

- ¿A qué te refieres?- preguntó Sail.

- Creo que sé de lo que estás hablando- Asintió Némesis.

- ¿Acaso ninguno va a decir lo que piensa?- Bramó Sail.

- No sería de extrañar, que si ella se hubiera enterado que tenemos a Valentina aquí, hubiera querido hacerse con ella, o más bien destruirla.

- Eso no tiene sentido, ahí dentro está a salvo, nosotros hicimos ese laberinto para mantenerla a salvo- dijo Sail.

- ¿No te das cuenta? Ella debió unirse al conjuro y nosotros no nos dimos cuenta- contesto Némesis.

- ¿Entonces?

- El laberinto no es seguro- Finalizó Chris

Valentina seguía mirando a la nada, por un momento había pensado que verdaderamente había alguien observándola. Y realmente creía que se trataba de Sail, un sexto sentido se lo había dicho. Pero al parecer estaba equivocada.

Comenzó a caminar por aquel pasillo infinito y el tigre tras ella. Le hacía gracia ver como una criatura tan gigantesca y espeluznante podía parecerse a un lindo gatito. Valentina sabía que caminar no servía de nada, aquello no tenía salida, lo había comprobado ya, y por mucho andar no la iba a encontrar, pero no podía quedarse quieta sin hacer nada. Tenía la sensación de que había pasado una eternidad desde que se había escapado de la primera habitación, e incluso puede que ya fuera de noche. Pero no tenía ningún contacto con el exterior, no podía saberlo a ciencia cierta.

Después de lo que le parecieron horas caminando, por fin escuchó un ruido. Venía de detrás suyo, había sonado como un chirrido de una puerta abriéndose. Miró al tigre y este soltó un gruñido, él también lo había escuchado. Valentina comenzó a correr con todas sus fuerzas, el sonido había desaparecido y no tenía ya muy claro de dónde podía haber venido. Siguió corriendo como si su vida le fuera en ello, pero al rato el cansancio le pudo. No podía haber sido imaginación suya, se recordaba una y otra vez, había sido real. De repente se oyó un portazo, Valentina hizo ademán de comenzar a correr otra vez, pero el tigre viendo la lentitud de esta se le adelantó. Con un gentil movimiento subió a Valentina a su lomo y comenzó a correr. Corría demasiado rápido y Valentina tenía dificultades para mantenerse encima de el sin caerse, pero finalmente la vio.

Había una puerta abierta al final del pasillo, era de madera oscura y parecía muy antigua, contrastaba demasiado con las demás puertas. Esa era la puerta de salida. Sin pensarlo dos veces se abalanzaron contra la puerta. En el momento de pasar, Valentina tuvo una extraña sensación, le recordó al tirón que sintió cuando cruzó el espejo para llegar a Etisse, pero a mitad advirtió como algo tiraba de ella en la dirección contraria. Finalmente Valentina consiguió cruzar al otro lado.

Cayó estrepitosamente sobre un suelo de piedra. Escuchó unos gemidos y miró en su dirección, el tigre estaba herido, lamía su pata que estaba completamente llena de sangre. ¿Cómo había sucedido aquello? Se encontraban en el centro de una gigantesca sala toda hecha de piedra con columnas rodeándoles. Detrás de las columnas había unas escaleras que llegaban a un inmenso trono. En su vida, Valentina había visto semejante estrado para un rey, y eso que ella había sido la princesa el reino de Etisse. Pese a todo, había algo que le decía que ya no se encontraba en Etisse. La tenue luz de las antorchas iluminaban penosamente dando a todo un toque fantasmal. Ese lugar no era seguro, estaba claro.

Se acercó al tigre, que continuaba gimoteando. Trató de ayudarlo, pero este no parecía dispuesto dejar que tocara su herida. Pese a todo Valentina volvió a insistir. Finalmente pudo tocarlo, con un hechizo la herida comenzó a curarse. Pero cuando ya pensaba que había conseguido la total confianza del animal, este se levantó asustado. Mostró sus colmillos hacia una esquina, completamente oscura. Valentina entrecerró los ojos para tratar de ver que era lo que lo asustaba, pero no lograba ver nada. Lentamente comenzó a acercarse, pero el tigre se colocó delante de ella impidiéndole continuar.

Sonó una gran explosión, y después un grito. Un grito de puro dolor, igual a los que había escuchado durante su carrera por el laberinto. Parecía venir de todas partes y de ninguna en concreto a la vez.

- ¿Duele amor mío?- resonó una voz por toda la sala- El amor siempre ha dolido.

Los gritos continuaban. Escucharlos parecía causarle dolor a Valentina, la voz le resultaba familiar y no podía soportar escuchar tal sufrimiento. Giraba sobre si misma sin saber a dónde ir, no podía salvarlo si no sabía dónde se encontraba.

Entonces toda la oscura sala se iluminó. El brillo era tal que Valentina tuvo que cerrar los ojos para evitar quedarse ciega. No podía ver de dónde provenía todo ese brillo. Sintió un dolor en el estómago y como sus pies dejaban de tocar el suelo. Un instante después ya no se encontraba en la inmensa sala de las columnas.

Sus ojos tardaron un rato en acostumbrarse a la luz, veía todo borroso y no conseguía diferenciar las formas de las personas que la miraban fijamente. Una de las figuras era realmente pequeña, de una altura que resultaba cómica.

- ¿Odonai?- preguntó Valentina sin poder ocultar una sonrisa.

- Me alegra comprobar que sigues siendo tu- contestó este sonriendo a su vez.

Aquello no tenía ningún sentido para Valentina, ¿Por qué iba a dejar de ser ella? Paso por alto todo aquello, se encontraba con La Resistencia, volvía a su hogar. Ya podía ver normal, fue uno a uno comprobando quien estaba ahí. Estaba Némesis, junto con Sail. Pero había una persona escondida en las sombras a la que no llegaba a reconocer.

- Tú... Tú ¿Quién eres?- preguntó señalando a Chris.

Por un momento su corazón se rompió en dos. ¿Por qué Valentina no lo reconocía?

La casa de brujasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora