Algo de atadura

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Realmente solo había una hora que Annie odiaba de su trabajo: la hora de salida de los niños; ella los amaba, pero no le gustaba tener que interactuar con sus padres. Llevaba casi dos meses en la ciudad y uno en la guardería. Ese día se encontraba hablando con un niño pelinegro llamado Antonio, el único que aún no habían recogido, sobre cómo construir una escalera hasta la luna. Pronto llegó un muchacho rubio, con la respiración agitada, señal de que había estado corriendo. El niño pareció dudar un momento antes de acercarse, así que ella se adelantó.

— ¿Eres su padre? —preguntó, no recordaba haberlo visto antes.

—No, su hermano es... —Hizo una pausa, en la cual vio intensamente a los ojos a su interlocutora, quien se limitó a mirarlo expectante—. Es mi novio y me pidió que lo recogiera hoy, pero lo había olvidado, lo siento.

— ¿Y tienes alguna autorización? —continuó sin inmutarse.

—Claro, aquí está —contestó palpándose los bolsillos hasta sacar un arrugado trozo de papel. La chica de ojos plata lo revisó detenidamente, para cuando terminó ya el niño se encontraba hablando animadamente con el rubio.

—Todo está bien, hasta mañana Antonio —dijo sonriendo y los dejó solos.

La pelirroja observa cómo Nathaniel intenta descifrar su libro de astrofísica como si estuviera escrito con jeroglíficos.

— ¿Para qué lo compraste si no entiendes nada del tema?

—Pensé que me ayudaría a aprender. Ahora calla, no me dejas concentrarme. —La chica lo mira burlona. No está segura de cómo dejó entrar a ese muchacho a su vida, solo sabe que cuando el hermano de su novio, el pequeño Antonio, descubrió que tomaban el mismo camino a casa los obligó a irse juntos, y comenzaron a hablar, poco a poco se fue ganando un lugar en su vida. Para cuando el niño dejó la guardería ya eran mejores amigos, aunque nunca se llamaran así. Llegó un punto en el que se lo contaban todo, su pasado, su presente y en algunos casos su futuro. El rubio sabía de la muerte de sus padres, de su tío, de Miles y de Mario. Ella conocía el duro camino que recorrió para admitir que era gay, el rechazo de algunas personas a las que quería, críticas y hasta sentirse anormal de vez en cuando.

El chico de ojos castaños suelta el libro y lo deja sobre la mesa.

— ¡Es horrible! —Exclama echando la cabeza hacia atrás.

—Te lo advertí.

— ¡Gracias por el gran apoyo! —Comenta sarcástico, ella se encoje de hombros— ¿Tienes hambre?

—Sí, y te toca cocinar.

—Lo sé, lo sé —contesta levantándose.

—Que sea algo rico. —Le dice burlona, una vez está en la cocina. Por respuesta consigue que le lance el paño.

El día que se mudaron llegaron a última hora de la tarde, así que solo les dio tiempo de acomodar un poco la casa antes de acostarse. Pasaron un par de horas antes de que a Annie la despertaran unos gritos provenientes de la habitación contigua, sobresaltada se dirigió hacia allí rápidamente, encendió la luz y vio al rubio revolverse en las sábanas, sudando y gritando de momentos.

—Nathaniel ¡Nathaniel! —gritó acercándose, le colocó una mano en la cabeza, lo que finalmente le despertó. Miraba a su alrededor desconcertado y muerto de miedo. La pelirroja se sentó al borde de la cama y comenzó a sobarle la cabeza—. No es real, Nathaniel, no es real. Solo fue un sueño, todo está bien.

Se quedaron así un rato, hasta que se calmó, luego se acostó a su lado y lo vigiló hasta que se quedaron dormidos.

El rubio nunca quiere hablar de sus pesadillas, que tiene con cierta frecuencia, y la chica respeta su silencio, se limita a despertarlo y quedarse con él hasta que se calma, algunas veces se queda a dormir, como esta noche, porque cuando está así parece un niño asustado, y ella está habituada a tratar con niños.

—Annie ¿Estás despierta? —Pregunta en un susurro.

—Sí, Nath —murmura sin abrir los ojos.

— ¿Puedo preguntarte algo?

—Ajá.

— ¿Por qué no puedes enfrentarte a Miles?

— ¿Qué? —abre los ojos y parpadea un par de veces, tratando de enfocar al chico, que se encuentra sosteniendo su cabeza con la mano derecha, apoyando el codo en la cama.

—Te hizo daño, y aún así te fuiste sin decirle nada, no le dijiste nada cuando te fue a ver al preescolar ni tampoco en la boda.

—No tengo nada que decirle.

—Annie, escúchame, de cierta forma estuviste atada a Miles por mucho tiempo, y las cosas no resultaron bien, lo sabes. Él tiene otra vida, muy distinta a la nuestra, pero se niega a dejarte ir, la única forma de que lo haga es que se lo pidas, solo así serás libre.

— ¿Qué es la libertad?

—Es no tener ataduras.

— ¿Seguro? —El chico de ojos castaños duda, por lo que cambia la pregunta—. ¿Estás libre de ataduras, Nath? ¿Tus pesadillas no son un símbolo de tus cadenas? —A pesar de la poca luz nota como su mirada se ensombrece.

—Hice algo muy malo.

—Todos lo hacemos a veces.

—Pero no tan malo como lo que yo hice.

— ¿Quieres contármelo? —Niega con la cabeza—. Mientras guardes el secreto más te pesará.

—Te lo contaré cuando enfrentes a Miles, así quizás ambos seremos libres.

—Quizás. Ahora vuelve a dormir, yo te cuidaré de laspesadillas.

Algo de TernuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora