Algo de Despedida

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Arrastra la maleta hasta uno de los bancos que se encuentran en el solitario terminal de autobuses, justo frente al estacionamiento, se sienta y coloca la maleta verde a su lado. Mira su reloj: 7:00 a.m. Revisa su boleto: 8:00 a.m. ¡Demonios! ¿Por qué no verificó la hora de salida antes de partir de su casa? Ahora tiene que esperar toda una hora.

El banco se encuentra bajo techo pero aún así puede ver la lluvia con facilidad, había comenzado como una llovizna cuando salió, pero ya se acercaba a la definición de chaparrón. Suspira y la asalta la duda: "¿Estaré haciendo lo correcto?" Más pronto la aparta sacudiendo la cabeza y repitiéndose "Ya no tengo nada aquí".

A muchos les parecía increíble que Annie trabajara como secretaria, no entendían como alguien soportaría estar tanto tiempo con una persona tan distante, fría, y hasta cínica en ocasiones. Sin embargo, lo que no sabían era que su jefe, un abogado independiente de mediana edad, no se diferenciaba mucho de ella; en realidad, lo único distinto entre ellos era que él sabía muy bien cómo simular empatía, mientras que a la pelirroja no le importaba en lo más mínimo aprender a hacerlo. De esa forma una relación que se limitara a instrucciones y resultados les favorecía a ambos.

Algo similar le contó a Mario cuando este, docente por vocación, le preguntó en qué trabajaba.

— ¿Debería sentirme celoso? —Bromeó el pelinegro.

— ¿De Robertson? No salgo con viejos. —El comentario podría haber sido una broma de no ser porque en su rostro no se vislumbraba ningún atisbo de sonrisa.

—Tú simplemente no sales —refutó y cambió el tema.

Ayer en la tarde depositó un sobre en el escritorio de su jefe, el cual contenía su carta de renuncia.

—Me voy de la ciudad —explicó.

—Que te vaya bien. —Se miraron y sonrieron, pero sabían que se burlaban del otro, por obligarse a cumplir mutuamente con ese diálogo formal que a ninguno le importaba.

En eso piensa mientras observa la lluvia, de pronto un hombre se sienta a su lado en el banco, está empapado. La saluda y ella no responde, comenta sobre el clima y ocurre lo mismo. Finalmente pregunta algo que le interesa (más por su respuesta que por el cuestionamiento en sí):

— ¿A dónde vas? —Se gira a mirarlo.

—A donde me lleve la vida.

Abrió la puerta de su departamento y el olor a pollo horneado hizo que se le aguara la boca. Entró y encontró a Mario en la cocina.

— ¡Hola, Annie! —Se acercó y le dio un rápido beso en la comisura de los labios, ella arrugó la nariz, pero no dijo nada, sabía que cuando actuaba así tenía en mente "llegar a su corazón por el estómago", y una de las pocas debilidades de la pelirroja eran las habilidades culinarias de su novio—. ¿Cómo te fue en el trabajo?

—Igual que siempre —contestó, soltó la cartera en el mueble, tomó asiento en una de las sillas del mesón de la cocina y lo observó darle los últimos detalles a la cena.

No vivían juntos, el pelinegro tenía su casa al otro lado de la ciudad y allí se encontraban sus cosas, pero a veces se les hacía tarde hablando, jugando o simplemente haciéndose compañía, entonces se quedaba hasta el día siguiente. Eso se hizo tan frecuente que de alguna forma aceptó hacerle una copia de la llave del departamento, y él a veces se pasaba por allí antes de que ella volviera del trabajo para sorprenderla con la cena. Una vez listo se sentaron a comer, la chica devoraba todo con avidez.

— ¿Y cómo está? —preguntó el cocinero.

— ¡Horrible! —exclamó mirándolo con burla, en respuesta obtuvo una leve patada, por lo que rió suavemente, le dio una rápido beso y continuó comiendo.

Llega el autobús, aunque todavía faltan quince minutos para la salida. La lluvia ha amainado un poco, pero se niega a desaparecer. El chofer coloca las valijas en el maletero y la chica de ojos plata, junto a otros cinco pasajeros, aborda el vehículo. Se sienta junto a la ventana, mira cómo las gotas de agua en el cristal distorsionan la vista. Saca una foto suelta de su bolso de mano, es de una pequeña criatura rechoncha y sonrosada: su sobrino, Cristhi insistió en que se la quedara. La mira detalladamente un rato, la tiene desde hace un par de semanas y nunca lo había hecho, simplemente la había dejado abandonada sobre su mesita de noche. Es idéntico a su padre salvo en una cosa: sus ojos están llenos de amor e inspiran ternura, a diferencia del cínico de su hermano Finalmente suspira y saca una pequeña caja, adentro hay un listón blanco, lo ve tan solo un instante, al cabo del cual coloca la fotografía adentro y cierra la caja.

Después de lo ocurrido en el restaurante no esperaba encontrar a Mario en su departamento, sin embargo ahí estaba, recogía las pocas cosas que eran suyas (tan solo dos cambios de ropa, una toalla y un cepillo de dientes).

—Vine a dejarte la llave —comentó en tono triste al verla entrar, ella solo asintió, una parte de sí creía que debía explicarle quién era Miles y porqué había actuado así, pero otra parte se resistía, eso sería como violar un pacto de amistad no escrito.

—Entonces me voy —dijo luego de un rato de silencio—. Cuídate, Annie —agregó al pasar por su lado al tiempo que colocaba la llave y un listón en su mano. Por último añadió: — Para que no te olvides de mí.

Y salió. Separaron sus caminos. Y, por primera vez en años, a Annie le dolió.

El autobús inicia movimiento, la lleva a un lugar desconocido, donde espera empezar de nuevo, sin viejos fantasmas que le recuerden sus errores, ni ilusiones que destrozar. Porque ella es una persona solitaria, que no sabe cómo convivir con otras personas sin hacerles daño, o sin salir lastimada, durante mucho tiempo su única compañía fue otro solitario, Miles, pero él cambió, ahora tiene una familia, y ya no hay espacio para ella en su vida.

Cierra los ojos, se deja acunar por los movimientosdel transporte y se duerme pensando en qué amorosos eran los ojos del bebé, apesar de que la miraban a ella, una simple muñeca rota.    

Algo de TernuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora